En tercera persona (2013), de Paul Haggis
Por Miguel Martín Maestro.
Volver y volver sobre lo mismo puede aburrir, pero las razones por las que esta película de 2013 se estrena en marzo de 2015 no sé si existen, haberlas las habrá, pero serán más falsas que el contenido de esta retorcida historia que vuelve al juego de las múltiples parejas implicadas, historias aparentemente cruzadas o solapadas o compartidas y sobre las que no se puede contar nada del entramado argumental so pena de reventar la sorpresa final, que, como el árbol, puede llegar a impedir ver el bosque, aunque la inteligencia del espectador entenderá que le están vendiendo gato por liebre. Como esos personajes que se diluyen en los escenarios, la historia de esta inflada En tercera persona se oxida y quiebra en cuanto rascas tanto en la idea como en los personajes. Una vez vista te das cuenta de que todas las incoherencias, errores e incompatibilidades tienen un origen, que hay pistas falsas sembradas aposta para que no te creas todo lo que ves, pero hay que ser Hitchcock para que se nos engañe y aplaudamos el engaño. El origen del fraude está exactamente en la tercera persona del título, que puede aludir tanto a ese, o esa, persona que interfiere en una relación que aparenta estabilidad hasta destruirla, o a la tercera persona con la que un escritor puede contar un relato que le atañe directamente pero que no se atreve a revelarlo como propio.
Durante la visión de la película sientes un desequilibrio fundamental entre una de las historias y todas las demás, aparentemente justificado por la traca final, pero que mientras asistes al desarrollo no te permite correr de babor a estribor para tapar todas las fugas de agua esperando la vuelta de la historia dominante, la que de verdad tiene empaque, sustancia, contenido, la que de verdad importa, siendo las demás simple aderezo, salsa barata de supermercado que sirve para cualquier pasta mal cocida y peor creada. Haggis decide retomar el origen de su éxito inicial como director, Crash, pensando que usar una fórmula exitosa le garantizaba otro bombazo aun a costa de vender género caducado. Y no, rentabilidades pasadas no garantizan rentabilidades futuras, vidas cruzadas o mentirosamente cruzadas sólo se recuerdan con viento a favor las de Altman, los demás han jugado al sucedáneo, a explotar la teta de la vaca hasta que no dé leche, a remendar las costuras a la carrera engañando al espectador con el Macguffin de rigor, teniéndote en vilo a la espera del momento crucial en que todos los caminos se crucen, o lleven a Roma (por cierto, muy pocas veces se ha visto una Roma tan poco gratificada en imágenes como ésta).
Como lo que ves no es lo que parece, resulta baladí contar algo del argumento, habiendo hombres y mujeres, por triplicado o cuadriplicado, habrá sexo culpable, romances instantáneos, pérdidas irreparables, encuentros y desencuentros, sordidez del pasado que se mantiene en el presente, engaño, mucho engaño y mucha mentira con un toque de calité. Para ser “cool” la acción se desarrollará a tres bandas, Nueva York, París y Roma, pero nadie hablará francés y casi nadie italiano, eso sí, volveremos a ver el lujo de París, qué manía, como si sólo se pudiera ir a París para no salir de la Place Vêndome y Rue Castiglione, sobre todo siendo escritor, resulta de lo más creíble en un escritor en horas bajísimas y carente de creatividad cuyo renacer depende de contar su vida como si fuera una novela, dañe a quien dañe por el camino.
Lo positivo de esta película son los actores, bueno, algun@s, no tod@s, por ejemplo lo de Mila Kunis y lo de Adrian Brody es de hacérselo mirar, pero oigan, sigan pagando una millonada por el trabajo de estos actores “del método”. Al menos reconforta reencontrarse con la mejor versión de Liam Neeson, alejado de los papeles de vengador enfurecido que tanto repite y que tan buen rendimiento económico le deben dar, pero que poco aportan a una carrera interesante. Agrada ver a James Franco contenido y sin experimentos horteras de por medio, o recuperar a Maria Bello, y una breve aparición de quien debería estar permanentemente en pantalla, Kim Bassinger, mito erótico de los 80 pero en quien se advierte un envejecimiento sin trampa ni cartón, genuino, y una interpretación más que solvente, y pienso que si no hubiera sido tan guapa probablemente estaría al nivel de la Sarandon o de la Moore. Pero la mayor sorpresa de todas es la interpretación de Olivia Wilde, sí, la médico con fecha de caducidad de la serie House que soporta un papel muy complicado, una mujer llena de grietas, pegada a trozos y manejada por hombres, dura por fuera pero fragilísima por dentro, en una tormenta continua y buscando los amores en los puertos menos aconsejables, una actriz que sobresale por encima de su indiscutible cara bonita y su cuerpo perfecto. El problema es el material argumental, la cantidad de maquillaje que Haggis idea para narrar la historia de una mujer frágil en medio de dos hombres maduros, dos profesionales del engaño amoroso, dos seres insensibles que destrozan lo que tocan y lo que poseen, a uno sólo lo intuimos y la revelación de quién es sienta como un mazazo en la boca del estómago, el otro es Liam Neeson, un arruinavidas, uno de estos que van por la vida aparentando insatisfacción, enfant terrible, creador a todas horas, escritor a tiempo completo necesitado de que alguien le diga lo bueno que es y lo injusto que es el mundo, amor a muchas cuando no son capaces de quererse ni un poquito a sí mismos, incapaces de asumir una responsabilidad.
En tercera persona falla por exceso de ambición, la historia del escritor y la cronista de sociedad merecían una película completa sin aderezo, sin trampas, sin cartones, era “la historia” perfecta y el collage del director arruina una auténtica historia de amor fou y destructivo. Una lástima, más artificial que artificio, la película no merece el esfuerzo y, una vez pospuesto el estreno durante casi dos años, se entiende menos su rescate. Ah, y por cierto, yo también he jugado a las pistas falsas, ¿las han entendido?