Pablo d’Ors a propósito de su nuevo libro «Contra la juventud»
«Porque desde su adolescencia, pese a no haber escrito más que unas pocas cuartillas, Eugen se había dicho que debía ser escritor, que deseaba serlo y que ése era su destino. No hay de qué sorprenderse: como es bien sabido por quienes lo desempeñan, la literatura es probablemente el único oficio que permite presumir de formar parte de ese gremio sin apenas algún mérito».
Pablo d’Ors (Madrid, 1963) nace en el seno de una familia de artistas y se educa en un ambiente cultural alemán. Es sacerdote católico, discípulo zen y escritor. También es fundador de la asociación Amigos del Desierto, dedicada a la profundización y difusión de la meditación y del silencio y, por nombramiento expreso del papa Francisco, consejero cultural del Vaticano. En busca del silencio ha peregrinado a pie a Compostela y ha viajado al desierto del Sahara, al Monte Athos y al Himalaya. Ha publicado el ensayo Sendino se muere (2012), sobre su experiencia en el acompañamiento de enfermos y moribundos, así como las novelas El estupor y la maravilla (2007) y Lecciones de ilusión (2008), entre otras. Tras la Trilogía del Silencio, retorna a la novela en Contra la juventud su último, y posiblemente, más personal trabajo.
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Contra la juventud. Pablo d’Ors. Editorial Galaxia-Gutenberg, 2015. 424 páginas. 22,50 €
Convencido de que para alguien con sus aspiraciones literarias podía convenir vivir en el país de Franz Kafka y de Milan Kundera, el joven Eugen Salmann acepta la propuesta que le hacen de irse al este europeo. Ni de lejos sospecha este aprendiz de escritor que en Praga no conseguirá ni abrir una nueva filial para su empresa ni escribir una sola línea. Más aún: como si fuera un personaje de Kafka, más que escribir una novela… ¡se encuentra viviendo dentro de una! Las ficciones se hacen realidad y se tornan peligrosas. En medio de su atormentado y ridículo sufrimiento, Eugen se deja seducir por mujeres maduras mientras persigue infructuosamente a las jovencitas, esta vez como si fuera uno de los más cómicos personajes de Kundera. Vagabundo en una ciudad que no es la suya, conoce a una extraña comunidad presidida por un maestro genial y a una bibliotecaria de aspecto angélico que, discreta y mágicamente, le ayuda a comprender y a convivir con las grandes preguntas de la existencia.
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P.- ¿Para escribir sobre la juventud y desmitificarla hay que ser muy consciente del paso del tiempo, o quizás todo lo contrario?
La consciencia es siempre buena, también la del tiempo, si es que hay otra. La inconsciencia, por el contrario, siempre es contraproducente. La verdadera efervescencia que añoramos no brota de la inconsciencia, sino de la consciencia en grado sumo, que es atención amorosa.
P.- Contra la juventud… ¿Por qué entonces todos (o la mayoría) añoramos volver a ser jóvenes, esa inconsciencia, rapidez e incluso ingenuidad a la hora de vivir?
No todos, la mayoría no quiere volver atrás. Frente a la propia juventud caben tres actitudes posibles: nostalgia por los años que no volverán, que es a lo que apunta la pregunta, alivio por no tener que volver a vivirlos, que es en lo que yo estoy, y agradecimiento por lo aprendido, que es a lo que tiendo.
P.- Tras el éxito de Biografía del silencio, ¿por qué volcarse en una novela y no un nuevo ensayo?
Porque un escritor, como cualquier persona, debe obedecerse a sí mismo, no a su público. Además, yo soy un novelista. De mis diez libros, sólo hay dos ensayos, y los dos tienen un evidente tono narrativo que da cuenta de dónde me sitúo yo en el mundo de la prosa.
P.- ¿Cómo se gestó el personaje de Eugen Salmann? ¿En quien te inspiraste para dibujarlo? ¿Alguna deuda pendiente con la propia juventud?
Todos mis libros, este también, son auto-ficticios, no auto-biográficos. Entiendo la novela como una exploración en la identidad desde un ego imaginario. Si de Zollinger, otro de mis personajes más celebrados, pude decir que era lo mejor de mí. De Eugen puedo decir que es, seguramente, lo peor que hay en mí.
P.- Praga, Kafka… Un poco ambicioso el joven Salmann cuando todavía no ha escrito nada, cuando todavía no ha demostrado sus dotes de escritor. ¿No?
No sé si fue Martin Amis quien dijo que un escritor puede estar recibiendo el premio Nobel de manos del rey de Suecia mientras piensa para sí: Esto está muy bien, pero es muy poco para lo que yo merezco. La ambición de los escritores (incluso de aquellos que apenas han escrito) suele ser desmedida. Conozco a una señora de sesenta años que está escribiendo su primera novela y que sueña, pero sueña de verdad, con recibir el Nobel. Y no es un señora tonta, aunque por este sueño pueda parecérselo a muchos.
P.- ¿Quizás son demasiados los ideales (y también desconocimientos) que se tienen durante los años de juventud?
No hay nada más pernicioso que un ideal y nada más formativo que la realidad. Esto no significa que no haya que tener proyectos o sueños, pero con los pies en la tierra para que no sean meramente utópicos o quiméricos. Cuando trabajaba en la universidad descubrí que los jóvenes eran idealistas sólo el primer año. El segundo ya eran escépticos. Y el tercero, muchos de ellos, habían degenerado en consumados cínicos.
P.- La pulsión amorosa lo invade todo, sin dejarnos ver el bosque… ¿Cómo puede el hombre emprender cualquier búsqueda cuando tiene una única obsesión?
La aspiración humana siempre es la misma: la unidad. Cuando hablamos de búsqueda de la identidad, hablamos siempre, lo sepamos o no, de esa aspiración a ser uno con nosotros mismos, con los otros y con el Misterio. En la juventud, y esa juventud puede durar hasta los setenta, esa unidad a la que se aspira suele ser la física, lo que se conoce como erotismo.
P.- ¿Se puede hablar de erotismo y misticismo en un mismo párrafo sin que ello resulte extraño al lector?
Es bueno extrañar al lector, es necesario. Al que extraña que lo místico y lo erótico vayan de la mano es sólo a quien extraña que el ser humano tenga instintos e ideales, que seamos un misterioso y fascinante compendio de carne y de espíritu.
P.- Superada la juventud a la que ya no se vuelve, ¿se superan también los errores?
No. La naturaleza humana es errática y aprendemos siempre de los errores y casi siempre sólo de ellos. Pero es de esperar que en la madurez se cometan menos, de modo que sembremos menos desolación a nuestro alrededor.
P.- ¿Qué papel juega la soledad a la hora de definir nuestra propia identidad como hombres?
Un papel decisivo, determinante. La soledad es sólo la otra cara de la comunión. Nadie que no haya sabido estar consigo mismo sabrá estar fecundamente con los demás. Nadie que no sepa escucharse a sí mismo sabrá escuchar a los demás, por la sencilla razón de que nadie da lo que no tiene.
P.- ¿Tienes ya algún nuevo proyecto narrativo entre manos?
Por supuesto. Ahora estoy escribiendo sobre el entusiasmo.
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Por Benito Garrido (@benitogarridog).
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