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«Invernadero»: una farsa, un thriller, un alegato político, una de terror…

Por Horacio Otheguy Riveira

Todos los géneros en uno, incluida alguna ráfaga de duro melodrama, porque los pacientes de este Invernadero, creado por Harold Pinter, llegan por órdenes ministeriales bajo un poder absolutista donde circulan muchas emociones falsas y verdaderas, pero con un objetivo cada vez más cruel, cuya dimensión sólo se conoce al final. Y desde esa perspectiva de las últimas escenas dirigió el espectáculo Mario Gas, entregándonos un nuevo trabajo magistral, de los que harán historia, que dejan con la boca abierta y el corazón a todo dar. Algo grande, único, formidable.

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Una compañía fantástica en la que tras los protagonistas cada participación tiene su momento de gloria. De izquierda a derecha: Isabelle Stoffel, Ricardo Moya, Jorge Usón, Gonzalo de Castro, Carlos Martos, Javivi Gil Valle, Tristán Ulloa

 Escribí una fantasía… que se ha convertido en realidad

 

Admirar a Harold Pinter significa no ver la hora de sumergirse en su mundo artesanal, hecho de enigmas y certezas, con personajes que atrapan a la primera más por sus contradicciones que por sus aciertos, con una capacidad de seducción insólita.

Es un creador extraordinario en el teatro y el cine desde los años 60, un maestro de maestros que cuando recibió el Premio Nobel en 2005, ya muy enfermo, sorprendió a muchos de sus innumerables admiradores, con un discurso impactante: Arte, verdad y política. Empezaba así:

No hay distinciones absolutas entre lo que es real y lo que no lo es, ni entre lo que es verdadero y lo que es falso. Una cosa no es necesariamente verdadera o falsa; puede ser a la vez verdadera y falsa. 

 Sorprendió a mucha gente por su visión ideológica precisa y revulsiva, porque creían que era un tipo «del teatro del absurdo, un metafísico, un surrealista, alguien despegado de la realidad…». Fue un gran discurso y un merecidísimo premio que permitió revisar toda su obra, su punto de vista y el de los espectadores. Un genio del espectáculo intimista y social, que obliga a replantear puntos de vista no sólo al espectador novato sino a sus más acendrados admiradores, siempre indagando en el abuso de poder de las aparentes gentes de bien, con su tufo a falsa democracia invadiéndolo todo.

Murió tres años después, dejándonos muchas obras, así como  películas en las que desarrolló un arte de guionista excepcional, con una filmografía a todas luces admirable, desde los comienzos hasta el último aliento en homenaje a su amigo Michael Caine (La huella).

Mario Gas, cuando estuvo al frente del Teatro Español (la etapa más variopinta, nutritiva y emocionante de la historia del teatro en Madrid) facilitó como productor y gestor muchas obras de Pinter. La última, En tierra de nadie, llenó todas sus funciones, como ahora mismo lo está haciendo este Invernadero en La Abadía, función de la que Gas es coproductor y director.

El resultado no puede ser mejor, con una cantidad de elementos tan bien conjugados, tan armónicamente establecidos, que presenta a un Pinter más sorprendente que nunca en muchos sentidos, pero sobre todo fresco, intenso, apasionante, en el que se mantiene viva su constante de introducirse en el enigma de las complejas relaciones humanas con diálogos ágiles, rítmicos, y situaciones sugerentes que alternan con un realismo feroz.

Esta vez hay farsa que divierte y horroriza, fiesta del disparate en las relaciones de poder, como un eco inspiradísimo de la máxima de Bertolt Brecht: «Vivimos en un sistema contrario a la razón» (Santa Juana de los Mataderos), y a la vez un deslizamiento por el suspense, el thriller, la comedia de enredos, el despropósito bien calculado, la presión del encadenamiento de escenas que aparentan no tener mucho que ver entre sí hasta alcanzar un final con epílogo, un resultado de clásico policiaco que se resuelve dejándonos impactados, ante un magnífico escenario giratorio que, de pronto, nos trae a toda la compañía dispuesta a agradecer nuestras ovaciones.

Sin duda, algo grande, único, formidable.

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Charlie Gibbs (Tristán Ulloa) es un cínico de mucho cuidado que jugará peligrosamente con un joven ingenuo entregado por completo a la esperanza de un ascenso (Carlos Martos: una creación minuciosa por su notable realismo en el personaje más desvalido, eje de toda la trama).

 Ferozmente divertido

 Al comienzo, un jefe pregunta por un paciente de la institución. Un paciente sin nombre, con un número, como todos. Este jefe es un ex coronel y su subordinado estelar no puede ser más sumiso. Así comienza la función, con unos pasos de comedia que sus dos protagonistas blindan con la precisión de un esquema de trabajo minuciosamente establecido:  Gonzalo de Castro (portentosos cambios de humor a gran velocidad que, sin embargo, se permite electrizantes matices) y Tristán Ulloa (una composición aparentemente plana, con peculiares cambios de tono, y algunas situaciones escalofriantes). Ambos desarrollan sus personajes con momentos de impresionante riqueza porque su versatilidad en el vaivén de las emociones de sus personajes asombra, divierte y conmueve, según cada circunstancia.

Las circunstancias son variadas y de gran lucimiento para todos los actores, en situaciones que no voy a desvelar. La capacidad de sorpresa de la función es muy grande, y no cabe describir ninguno de los momentos por los que descuella esta especie de tiovivo que duele, entre nobles carcajadas.

En todo caso, añadir que en la excelencia general de todo el reparto, hay en la puesta en escena de Mario Gas un delicado planteamiento para que cada personaje entre y salga con un nivel de impacto muy grande, aportando evoluciones que sólo se sugieren o vislumbran, aunque algunos actores tienen la oportunidad excepcional de encuentros con personajes y situaciones fabulosas dentro de la propia obra y de sus respectivas carreras como es el caso de Gonzalo de Castro (alternancia de humor y tragedia en sus últimas apariciones: El inspector y Luces de Bohemia) y Jorge Usón (Al denteCabaré de caricia y puntapié), en una serie de encuentros surrealistas que forjan encuentros y desencuentros de comicidad negra fantástica, capaces de hacernos reír hasta quitar la respiración y espantarnos después por lo que esa risa esconde. El toque femenino, seductor siempre hasta que se quiebra, lo pone Isabelle Stoffel, una actriz suiza que lleva tiempo abriéndose camino en el cine y el teatro españoles.

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El gran jefe está desbordado de violencia, su neurosis no le deja en paz y se desquita con un empleado que se le resiste (Gonzalo de Castro y Jorge Usón). Tristán Ulloa observa, aparentemente impasible.

 

 Una temporada muy breve para una función que debería eternizarse en Madrid. Ojalá cambien de sala o vuelvan tras su gira. Es un gran acontecimiento. Lo «pinteriano» se viste de Pinter, es decir, en un sensacional hombre del espectáculo que aporta un teatro de discurso político sin mitin ni púlpito alguno, confiando en la sensibilidad y la inteligencia del espectador, mientras el creador sigue disfrutando con la sonrisa que le caracterizaba, generoso como pocos, también él director y productor que facilitaba estrenos de otros autores y directores.

Una comedia bárbara sobre los mecanismos del poder

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Harold Pinter (Londres, 1930-2008)

 Invernadero

Autor: Harold Pinter

Versión: Eduardo Mendoza

Dirección: Mario Gas

Ayudante de dirección: Montse Tixé

Intérpretes: Gonzalo de Castro, Tristán Ulloa, Jorge Usón, Isabelle Stoffel, Carlos Martos, Javivi Gil Valle, Ricardo Moya

Escenografía: Juan Sanz y Miguel Ángel Coso

Vestuario: Antonio Belart

Iluminación: Juan Gómez Cornejo

Espacio sonoro: Carlos Martos Wensell

Coproducción del Teatro del Invernadero con el Teatro de La Abadía

Lugar: Teatro de La Abadía

Fechas: Del 26 de febrero al 5 de abril

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