‘El ministerio del tiempo’: Ciencia ficción a la altura
Por Ivan F. Mula
Inevitablemente, igual que pasa con el cine, cada vez que se estrena una serie española se la compara, para bien o para mal, con los productos de la televisión internacional, especialmente, la norteamericana. En general, nuestra ficción tiene varios problemas con los que le resulta difícil competir en la “gran liga”. Primero, unos presupuestos muy ajustados que limitan considerablemente la puesta en escena de algunos géneros. En segundo lugar, formatos muy largos (entorno a 70 minutos) que pretenden cubrir toda la franja del prime-time y que deteriora la calidad narrativa, sobre todo, en los casos de las comedias de situación. Y, por último, la deliberada falta de riesgo entre los responsables de las cadenas que, en la mayoría de los casos, optan por puntos de partida ya existentes o historias donde todos los miembros de la familia aparezcan representados y que, aunque puedan ser un valor seguro, no aportan nada. Es por este motivo que la aparición en nuestras parrillas de El ministerio del Tiempo es una refrescante, muy necesaria y sorprendente apuesta de TVE. Así, la emisora pública, que cada vez se muestra más rancia y manipuladora en su programación informativa, ha dado el campanazo con una propuesta de ciencia ficción que, perfectamente, puede equipararse a sus “hermanas mayores”.
De entrada, la serie tiene la virtud de pertenecer a un estilo que nunca se ha hecho en nuestro país, al menos en estos términos. Es evidente que no es un concepto totalmente original, ya que existen ejemplos como Doctor Who (BBC) o The Librarians (TNT) con argumentos muy similares y que, claramente, se han tomado como referentes. Lo verdaderamente novedoso es que hagamos nuestra propia versión patria de unas aventuras con fantasía, humor y viajes en el tiempo, en la que se pueden tratar episodios y personajes de la historia de España que ninguna ficción extranjera incluiría.
La trama transcurre en la época actual donde un bombero con un pasado traumático (Rodolfo Sancho) es reclutado por una institución gubernamental autónoma y secreta que depende de la Presidencia del Gobierno. Solamente reyes, presidentes y un número exclusivo de personas conocen la existencia de este Ministerio del Tiempo. En él, trabajan un grupo de agentes que viajan, constantemente, a otras épocas para impedir que cualquier intruso del pasado viaje a nuestro presente (o viceversa) con el fin de modificar la Historia en su propio beneficio.
Escrita y concebida por Pablo y Javier Olivares, lo mejor, en realidad, es su factura visual. Al tener que recrear diversas épocas y espacios complejos, se ha optado por la creación de escenarios en tres dimensiones diseñados por ordenador, consiguiendo una ambientación de lujo. Aunque algunas veces el croma se note más de lo que debería, el resultado es más que notable.
Sin embargo, como suele ocurrir en este tipo de propuestas, existen paradojas y agujeros de guión que contradicen considerablemente las normas del universo planteado. De esta manera, no tiene mucho sentido que “no se pueda viajar al futuro” pero que personajes de otras épocas pasadas puedan colarse en nuestro “presente”. O que, según unos funcionarios, las puertas con las que viajan en el tiempo cambian cada día, mientras que, según otros, siempre dan al mismo lugar y momento histórico. En cualquier caso, estas irregularidades narrativas pueden perdonarse a favor de la diversión, a pesar de que, sinceramente, podrían también haberse pulido un poco.
Por lo demás, los diálogos resultan ingeniosos, no hay secuencias de relleno y tiene un ritmo excelente. El humor autoconsciente (o referencial) ayuda al espectador a no tomarse estrictamente en serio lo que está viendo. Lo hace cómplice y, así, lo lleva como un aliado por donde quiera que la trama avance. Marc Vigil dirige con personalidad y vigor cada plano, otorgándole un saludable aire cinematográfico. Y el grupo de actores, por su parte, cumple con nota, si exceptuamos a su protagonista, cuyo carisma brilla por su ausencia.
En las próximas semanas, podremos comprobar si el nivel de calidad perdura o estas primeras impresiones han sido solo un espejismo. Esperemos que el listón se mantenga alto, ya que pocas veces realizamos en este país series de las que, de verdad, valga la pena sentirse orgulloso.
Por mi parte he visto muy buenas series, generalmente me han quedado por la mitad cuando viajo a España, pero al regresar a Argentina, las continúo.
La serie “Isabel” es lo mejor que he visto después de alguna película norteamericana que ha tratado el tema. Otra maravilla fue “El tiempo entre costuras” y luego le siguen: Herederos. La señora. La república y muchas otras.
La serie española tiene algo más que la historia que cuenta, hay todo un fondo histórico político-social, donde se pueden apreciar hasta los mínimos detalles, ambientación de la época, moda, vocabulario,comportamientos, etc.
Para mí son muy buenas en su mayoría.
Si bien los argentinos tenemos muy buena ficción, no siendo los clásicos como: Vulnerables. Locas de Amor. Los machos, y alguna que me olvido, cometen el error de hacerlas negociablemente extensas hasta llegar aburrir al espectador que a veces no termina de mirarlas. Y además se pierde la focalización del tema central. Cosa que sucede actualmente, cuando hemos tenido el ejemplo de trabajos extraordinarios como los clásicos que nombro más arriba.
Las series españolas me siguen pareciendo muy buenas, y muy bien hechas a pesar de que he leído en el artículo que disponen de pocos fondos.
Seguiré mirándolas por Internet, soy una admiradora de vuestro trabajo y siempre la recomiendo a mis colegas docentes.
No he visto aún ésta de la que habla el artículo, pero ya lo haré.
Norma Aristeguy
El protagonista es lo mejor de la serie.