Yo no soy nadie: «Ayer soñé contigo»
-Si el Rey se despertara -añadió Tweedledum- tú te apagarías… ¡Zas! ¡Como una vela!
A través del espejo y lo que Alicia encontró allí
Yo no soy nadie para quedarme dormido y abandonar esta columna intermitente, pero he estado metido en el sueño y en sus funestas consecuencias. El sueño, ya lo saben, no es una cualidad exclusivamente humana. Ya lo sospechaba Aristóteles, y poco se habla de lo rica y variada que es la vida onírica de los gatos. El sueño atormenta a los autores, y no son pocas las obras que debemos a una pesadilla del autor. Lo fascinante del asunto es lo parecida que es la literatura a un sueño, en el que nuestras conexiones cerebrales reaccionan de la misma manera, y se adentran en un mundo irreal. Nada más peligroso que despertar, ya lo advierte Lewis Carroll cuando Alicia le pregunta a Tweedledum (Tararí, según las versiones) sobre el sueño del rey negro, y éste le contesta a la propia Alicia que está soñando con ella. Nada más liberador, porque si sólo somos un sueño, una sombra, somos libres e irresponsables de cualquier cosa que hagamos y, como los seguidores de cualquier religión, dependemos de un Creador que ha dibujado nuestro destino.
Como ocurre en muchos casos, aquí de quien mejor podemos aprender es de Borges, que dedicó un libro completo a los sueños en la literatura, aunque muchas veces estas recopilaciones del argentino eran una excusa para colarnos un texto propio y camuflarlo entre los de sus autores más admirados. Nada más difícil que soñar un hombre, y eso es lo que ocurre en el cuento de Borges “Las ruinas circulares”, que tiene uno de los comienzos más memorables de la narrativa corta mundial: “Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche, nadie vio la canoa de bambú sumiéndose en el fango sagrado, pero a los pocos días nadie ignoraba que el hombre taciturno venía del Sur y que su patria era una de las infinitas aldeas que están aguas arriba, en el flanco violento de la montaña, donde el idioma zend no está contaminado de griego y donde es infrecuente la lepra”. Este hombre se impone la tarea de soñar a una persona con enfermiza precisión, y si el comienzo es brillante, el final del relato es para levantarse a aplaudir.
La pesadilla es una de las mejores amigas de la creación, y a ella debemos “Casa tomada”, del también argentino Cortázar, que despertó habiendo soñado la situación que narra en el relato y tuvo que escribirlo en seguida. Fue su primer relato, que el propio Borges le publicó, y quizá uno de los mejores que escribió nunca. La noche que nacieron algunas de las mejores novelas de terror de la historia (sí, fue en una sola noche, pero ya les hablaré de eso otro día) Mary Shelley soñó la trama de Frankenstein, influida sin duda por la conversación que había mantenido la noche anterior, y despertó –esto es un efecto literario insuperable- en mitad de una tormenta con las ventanas de su habitación batiendo furiosamente. “Los sueños de los demás siempre son aburridos”, se dice al principio de “El cielo protector”, pero el uso extensivo de los trankimazines y orfidales nos ha privado de muchas pesadillas fecundas, así que no lo duden: la próxima vez que tengan una noche inquieta, entréguense a su pesadilla y no teman aburrirnos porque, escondido en algún de su psique se encuentra la pesadilla que está esperando ser escrita.