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«Los modernos»: dos caballeros con faldas rinden homenaje a la «filosorría»

Por Horacio Otheguy Riveira

Aristóteles, Nietzsche, algunos iconos religiosos, lo masculino y lo femenino, el yin y el yang, la tragedia griega pasada por un culebrón venezolano, y la disertación de lo humano y lo divino en un sinfín de palabras que se persiguen entre sí y se reinventan. Ellos hablan, cantan, gesticulan con una seriedad pasmosa. Nada les importa si el público está atacado de risa. Allá ellos.

 

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Nos estamos quedando sin dioses.

Ya no hay Cristo ni Dios, hay Christian Dior.

Pedro Paiva es el del bigote abundante, el docto señor de los conceptos irrefutables y de las comparaciones sacrosantas que se derriten como helados en el desierto, y todo para que su compañero Alejandro Orlando ejecute su histrionismo compaginado también con las histriónicas posibilidades del eximio compañero.

Uno y otro tienen su coreografía, sus canciones, sus partes femeninas y sus rasgos masculinos, solos en un escenario desierto, ante un atril con suficiente luz como para que se los vea.

Durante algo más de una hora no paran ni un minuto en su verborrea alimentada a base de ingenio como burladores del bajón que se parece a la depresión o de las partes masculinas que se han de entender con las partes femeninas de sí mismos y de todas ellas las mujeres propiamente dichas.

La ambigüedad reina por doquier, por algo son Los Modernos, muy serios, impactantes, capaces de dejarnos tirados de la risa y agradecer los aplausos al final como si, simplemente, acabaran de ofrecer una conferencia sobre el título del espectáculo, Rómulo, un detallazo que llega al final, la historia de Rómulo, Remo y la loba que les amamantó… completamente irreproducible fuera de escena.

Superando a los grandes pensadores griegos, se pasa de la filosofía a la filosorría, aunque llegue Nietzsche y asegure, colérico: ¡La filosorría ha muerto!

Si el patrimonio es el conjunto de todos los bienes,

¿el matrimonio es el conjunto de todos los males?

Palabras, palabras, palabras desde un discurso muy serio que se descoloca con toda formalidad y se expande en canciones a dúo y a capela, lo mismo inventando historias que adaptando boleros o convirtiendo el Edipo Rey de la tragedia griega en el Edipo Gay que mata a su madre y se acuesta con su padre, que eso sí que es mucho más complejo.

Pero el fantástico vaivén de ocurrencias tiene un servicio insólito a base de un talento humorístico nuevo en esta plaza. No se parecen a nada ni a nadie. Son Los Modernos y han vuelto a Madrid a sabiendas de que todo lo que va, vuelve y cuanto vuelve ha de quedarse o regresar. El surrealismo, el absurdo y el día a día lleno de palabras que se sumergen en un lago placentero donde se nada a contracorriente, nada más y nada menos que para decirnos que, por ejemplo, hay palabras con significado oculto, como: casa-miento, y otras que todavía se encrespan en cuanto se escuchan en voz alta.

Todo es posible, mientras Los Modernos hablen, canten y bailen sin salirse del reducidísimo espacio en que se instalan para demostrarnos que la filosorría existe por mucho que nos pongamos serios. Pase lo que pase y caiga quien caiga, como la pareja que este cronista tenía a su lado, agarrándose entre sí para no caerse de la risa.

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En la Sala 2 del Nuevo Teatro Alcalá, de jueves a domingo.

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