Segundo año de la farsa operística de Boadella, El pimiento Verdi
Por Horacio Otheguy Riveira
Se estrenó en 2013 y ha rodado por el país despertando entusiasmo masivo: las salas llenas de alegría ante la impúdica farsa en el duelo Verdi-Wagner, con clara posición verdiana. Una puesta en escena rodeada de público en mesas donde bebe vino y come canapés, y además butacas de patio. Un gran festival de ópera a pie de calle, como en sus comienzos, cuando el bel canto surgía del propio corazón del pueblo, entre risas y lágrimas.
Desde que Albert Boadella se aposentó en Madrid como director de Los Teatros del Canal en 2009, se ocupó como autor y director de varios espectáculos en los que le quitaba la pompa arrogante a clásicos intocables, o enfrentaba lo tradicional con lo moderno: en todos ellos siempre destacó una gran calidad musical (Amadeus, homenaje a Amedeu Vives, fue especialmente logrado con el magistral protagonismo de Antoni Comas como actor, tenor y pianista), o un empaque singular —aunque su obra más pobre— Ensayando Don Juan con el debut del veterano Arturo Fernández en un teatro oficial.
En 2013 estrenó con mucho éxito esta nueva “desacralización” que ha irritado a los puristas de la ópera —e incluso del teatro— y divertido a la mayoría de los espectadores que se emocionan con Rigoletto y La Traviata y se aburren como una ostra con el ampuloso Wagner, enloquecido enemigo de la síntesis, apasionado de sus delirantes historias de poderosos germanos. Pero entre bostezo y bostezo también don Ricardo por momentos desciende de su peculiar Olimpo y nos tiende una mano emocionando con sublimes momentos de Parsifal o Tristán e Isolda.
Todo en un contexto de farsa dislocada en la que la comida es un símbolo perfecto de la buena vida relacionada con su singular toque de lujuria, y música celestial a cargo de intérpretes formidables.
Así las cosas, el espectáculo brilla con fuerza por la excelencia de todos ellos, y por los muchos elementos con que juega, siempre desde la línea Boadella: una sensibilidad traviesa que fustiga la pedantería, abomina de las convenciones y se ríe como un niño libre imaginativo al que le encanta compartir su capacidad lúdica con el público.
Y mucho es aquí con lo que juega. A tal punto que hace cantar a dos magníficos “operísticos” con la boca llena de comida y consonantes alemanas, escupiéndose “los restos” entre sí, o consigue que Antoni Comas impacte con un aria de Il Trovatore mientras hace a la parrilla un chuletón.
Un show bien alborotado y bufonesco que permite un momento dramático muy intenso. Aquel en el que se recuerda la generosidad de Verdi para con los músicos pobres de su tierra, y el egocentrismo de Wagner que tiró de un rey para construir un teatro que le rindiera exclusivo homenaje… en medio de proclamas antisemitas que lee la bellísima soprano María Rey-Joly, mientras sus compañeros cantan un fragmento de Nabucco, el rendido homenaje verdiano a los hebreos.
Adelante, pasen y vean, aprovechen esta última oportunidad de disfrutar de una sabia locura que quita a la ópera todo complejo de exquisitez intocable, que permite que excelentes profesionales se rían de sí mismos y de cuanto se menee, y a la vez nos entreguen un poco de su fabuloso arte, como si de pronto, en medio de un viejo circo bullanguero floreciera el fascinante mundo de la ópera que canta la tragedia como si fuera un romance, y se entrega a los romances con la voluptuosidad de los enamorados adolescentes.
En El Pimiento Verdi, de Albert Boadella, se interpretan fragmentos de arias, romanzas, duetos y coros de los siguientes autores:
Giuseppe Verdi (La Traviata, Il Trovatore, Nabucco, Aida, La Forza del Destino, Don Carlo, Otello y Rigoletto).
Richard Wagner (Truistan und Isolde, Tannhäuser, Siegfried, Lohengrin, Die Walküre, Die Meistersinger vor Nürnberg y Parsifal).
También de Gioacchino Rossini, Gaetano Donizetti y Vincenzo Bellini, y varias sorpresas…
Lugar: Teatros del Canal
Fechas: Del 13 de febrero al 1 de marzo de 2015
«el ampuloso Wagner, enloquecido enemigo de la síntesis, apasionado de sus delirantes historias de poderosos germanos. Pero entre bostezo y bostezo también don Ricardo por momentos desciende de su peculiar Olimpo y nos tiende una mano emocionando con sublimes momentos de Parsifal o Tristán e Isolda.»
El autor de esto no ha oído en su vida a Wagner, o, aun peor, si lo ha oído no ha entendido un pijo, que suele ser algo bastante común. Hay un problema muy común con los periodistas culturales, y es que no suelen tener ninguna inteligencia musical, lo que, creo que era Clemens Kühn quien lo decía, llaman “amusicales” o algo así. A la vista está.
Recomiendo a nuestro iletrado musicalmente redactor, la lectura, a modo introductorio de “El perfecto wagneriano”, de G. Bernard Shaw.
Ah, las chorraditas siempre salpicadas de populacherismo de Verdi, encantadoras, es cierto; peor música que cualquier minuto del Tristán o de “El Anillo” aún más cierto. Eso sí, siempre mucho más fácil como más fáciles son las encantadoras novelitas de Stevenson que la obra de Proust. Ya puestos, que el autor se quite la careta y confiese que lo que en realidad le gusta es el pop, venga.