Yo no soy nadie: «Cómeme»
Por Óscar Mora. @oscar_mora_
Lo bueno de los libros cuando son buenos es que no hay nada malo en ellos. Cualquiera que se haya sentado a escribir y haya pasado de las primeras ideas y de los lugares comunes habrá descubierto, al poco tiempo, lo sorprendentes que son las cosas que se pueden llegar a imaginar. Yo no me comería a nadie, pero puedo imaginar a una Gretel distópica viendo como engorda Hansel día tras día, recogiendo la paja en el granero, cebándole con excelentes guisos, calentando la cama de la bruja todas las noches, echando de menos las miguitas de pan, no preguntando nada a la bruja al día siguiente, cuando la jaula de su hermano está vacía y el plato que está lleno es el suyo. O puedo imaginar a cuatro marineros que se enfrentan a la muerte por inanición. La única solución posible parece lógica: decidir a cuál de ellos sacrificar para comérselo. No lo digo yo, que no soy nadie, sino que ya habrán reconocido un pasaje de “La narración de Arthur Gordon Pym”, de Edgar Allan Poe. La antropofagia (no el canibalismo ritual, o el canibalismo cultural) se encuentra en uno de esos límites a los que sólo nos podemos asomar mediante la literatura, el canibalismo por placer o por barbarie. “Hombre no come hombre”, está grabado en rojo en el código que nos define como especie erguida, pensante y sentiente, porque si no lo estuviera no aparecería con tanta frecuencia en esa otra frontera que es la literatura.
El conde Ugolino, en La Divina Comedia, se ve obligado a, como único alimento, roer para toda la eternidad la cabeza del arzobispo Ruggieri; Tito Andrónico cocina las cabezas de Demetrius y Chiron, y mejor no se asomen a la Crónica de Indias, porque allí, desde Cabeza de Vaca hasta el más insignificante de los conquistadores enrolados a última hora se merienda a un compañero, a un indio o a ambos. Y lo documenta. No podríamos comernos un plato, por suculento que se nos presentase, si nos aseguran que el ingrediente es carne humana. Pero, ¿podríamos leer un libro si sabemos que la encuadernación está hecha con la piel de la persona de la que se habla en él? Bibliopegia antropodérmica, se llama, y el caso paradigmático es el del criminal John Horwood, que a estas alturas debe estar guardando turno en la fosa donde está condenado Ugolino. John mató de una pedrada a Eliza Balsum, que se había mostrado impermeable a los requiebros amorosos del muchacho. Tras ser juzgado y ejecutado, los papeles del caso fueron encuadernados con la piel del asesino, y parece que no era una práctica infrecuente. El más novelesco, sin embargo, de los casos, se dio en París en el hospital de Clmart, también en el siglo XIX. Algunos médicos vendían piel humana al editor Isidore Liseux, con la salvedad de que el Liseux sólo estaba interesado en la piel del pecho de las mujeres, y que tan sólo editaba libros eróticos. No alcanzo a decidir si estos libros hay que enterrarlos junto a lo que quede de los cadáveres de sus dueños o conservarlos como rareza bibliográfica, como tampoco sé si Liseux merece coger la vez en el pozo de Ugolino, o está disfrutando de un lugar privilegiado en el paraíso de los pornógrafos.
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