Agustín Jiménez en insólito doblete en un mismo teatro
Por Horacio Otheguy Riveira
Llevan mucho tiempo dando vueltas en España dos modélicas comedias francesas: «La cena de los idiotas» y «Una boda feliz». Cambia parte del reparto con el mismo protagonista de su estreno: Agustín Jiménez, capaz de hacer las dos funciones en cada fin de semana, con breve descanso entre ambas.
La insólita proeza del doblete de Agustín Jiménez se produce con un aliciente muy grande para los espectadores, ya que son creaciones cómicas diferentes, bien arropadas por una notable armonía con los actores que acompañan al campeón de los tontos. En ambas funciones el bobo termina haciéndose con el tinglado en cuestión: dos funciones distintas que tienen en común el jubiloso espíritu de la buena comedia francesa que entre risa y risa pone boca abajo los valores burgueses, siempre hipócritas, siempre ligados a los intereses económicos que se vuelven morales, según convenga.
La cena de los idiotas fue un bombazo en cuanto se estrenó en París en 1998, y en el mismo año se realizó la versión cinematográfica. La escribió Francis Veber, un actor, director y productor, que como autor ha estrenado ya 15 obras. Su dominio de la estructura teatral se basa fundamentalmente en el gran acierto de sus protagonistas, rodeados de eficaces personajes secundarios.
En La cena de los idiotas, un acomodado editor se suele reunir con unos amigos para cenar con el mejor idiota que entre todos hayan localizado. Un tipo al que reírle las gracias en su cara a lo largo de una noche de buena comida y mejores botellas de alcohol.
Lo grotesco de la propuesta se torna jocosa comedia porque el idiota aparece pronto en escena en una especie de «ensayo» antes de la cena con el arrogante editor: y el bobalicón es, en efecto, el idiota que todos esperan, con la sugerente propuesta de que a medida que nos reímos de su personalidad vamos convirtiéndonos en cretinos capaces de ser los peores burladores… hasta que caemos en la cuenta de que todos somos idiotas, y la medida la pone cada uno con su sentido del humor o su falta del mismo, claro, a la hora de reírse de sus propias tendencias y obsesiones.
Agustín Jiménez y Josema Yuste la estrenaron hace cinco años con otro director, luego Josema siguió con otro coprotagonista, y ahora es el director y autor de la versión en una reposición con Ramón Langa y otras novedades en el reparto. Para quien ya la vio y quiera repetir puedo asegurarle que tiene un juego diferente muy bien adaptado al estilo de Langa, formando una nueva pareja que fluye con muy buen ritmo y dislocada comicidad.
Estrenada en el verano de 2013, y festejada en estas mismas páginas en su momento (Una boda feliz), debo decir que la representación ha ganado con una nueva puesta en escena del mismo director, con mucho más juego de toda la compañía en torno a los mismos parámetros originales: una falsa boda gay para poder cobrar una herencia.
Y en la nueva apuesta, Agustín Jiménez tiene un partenaire perfecto en Txabi Franquesa explotando con ingenio el juego eterno de los heteros que no quieren ser confundidos con gays, pero que a fuerza de jugar a serlo se van transformando en modos y maneras sin quererlo ni pensarlo. La farsa se expande felizmente con una mayor participación de la bellísima Celine Tyll, quien ahora, además de su espectaculares curvas aporta un mayor dominio como actriz de comedia más experimentada y chispeante.
Todos, en general, van muy bien acompañados por el talento del director Gabriel Olivares, quien con mano segura es capaz de lograr que cada actor aporte una interpretación sin inhibiciones, físicamente muy lograda, flexible y divertida, a tal punto que Jiménez se ríe de sí mismo en un alarde de admirable desparpajo en un semidesnudo simulando un embarazo… entre muchas otras sorpresas que es mejor no desvelar.
Dos funciones con un auténtico rey de la comedia. Las volví a ver en sesiones de un domingo, una detrás de la otra con unos cuarenta minutos de descanso, y lo mejor de todo fue descubrir que, frente al protagonismo importante de Agustín Jiménez, en ambos espectáculos —más aún en Una boda feliz, por su carácter coral— se consigue una gran labor de equipo en el que hay lucimiento para todos, todos plenamente integrados en su propia diversión: algo esencial si se quiere contagiar a un público con ansias de pasárselo muy bien. De hecho, el patio de butacas estaba lleno en los dos pases.
En el Teatro Reina Victoria con diversos días y horarios. Luego se ha repuesto en breve temporada en el Teatro Rialto, y ahora, desde septiembre 2016, renueva su éxito en el Teatro Muñoz Seca.