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Premios Goya 2015. ¿Por qué premiamos?

 

Por Miguel Martín Maestro.

goya 2015Vaya por delante que, a la hora de escoger lo que veo y lo que no, que una película haya sido premiada con una docena de Goyas, de Oscars, de Césares, de Baftas… francamente, me importa un bledo. Si cogiéramos a cualquier aficionado al cine y le preguntáramos por las películas premiadas en la última década comprobaríamos el escaso eco temporal de estas fiestas de y por amigos, y en la misma sucesión se advertirían las omisiones y la ausencia de riesgo. Una fiesta ¿del cine o para la industria del cine?

No pretendo hacer un repaso de los premios, cada uno tendrá sus méritos y no los discuto, lo que voy a advertir, dejando de lado galas que no interesan a nadie, que aburren y que se hacen tediosas y eternas, y donde la necesidad de ser “gracioso” provoca, al final, vergüenza ajena, son las carencias y los compadreos. Que parece que el discurso se ha aburguesado resulta evidente, después de la traca y la gloriosa revuelta de 2003, el mundo del cine se situó en el punto de mira de un sector político muy concreto que acepta muy mal la crítica, y menos si se hace desde su altavoz particular que es la televisión pública, por eso, desde ese año, la posición oficial ha sido la de irse dulcificando hasta obtener el perdón ministerial dignándose a acudir a sabiendas de que las críticas serían pacatas y están amortizadas. Que en España se pague un 21% de IVA por asistir a actos culturales no viene sino a demostrar lo que piensa la política de la cultura, algo así como lo que decía Jack Palance en Le mépris, no obstante, seguimos haciendo la corte al ministro a ver si se termina portando bien y nos levanta el castigo.

El triunfo absoluto de La isla mínima copando la mayoría de premios importantes lanza un equivocado mensaje al espectador medio: que no ha habido en 2014 cine mejor ni tan importante como esta gran película, que siendo grande, no merecía humillar al resto, y mucho menos no lo merecía Magical Girl, película tan a la altura de La isla mínima, con la particularidad de ser menos accesible, menos digerible, menos “industrial”, conformándose con el premio a la mejor actriz, Bárbara Lennie, y ese 10 a 1 final en el reparto de estatuas hace daño a la vista y al propósito del evento. Si se quiere reivindicar el buen cine poco se hace si la votación es homogénea como ha sido este año.

Decepcionante es el olvido al que la “academia” somete año tras año a sus jóvenes creadores, al poco riesgo que se asume ya desde las candidaturas, al peso abrumador de las grandes producciones con financiación televisiva en la parte del león, obviando a todo ese grupo de cineastas que pasean el nombre del país de festival en festival, arrinconados a circuitos de distribución minoritarios, expulsados de la financiación pública, y lo que es aún peor, ausentes de las parrillas de programación de la televisión pública, para muestra el botón que han sido Víctor Moreno con su olvidada Edificio España o las más arriesgadas 10.000 km o Loreak, y esto sólo entre la mínima expresión de las seleccionadas, porque en la cuneta se ha quedado mucha gente muy valiosa mucho antes.

magical_girlSonrojante es oír hablar del “gran año del cine español” al basar todo en la taquilla, ¿en qué quedaría ese éxito si dos engendros que no merecen el nombre de película como Ocho apellidos vascos y Torrente no se hubieran exhibido este ejercicio? Reducir el éxito a la taquilla es un reduccionismo de tal calibre como el de confundir las corridas de toros con el arte o el fútbol profesional con el deporte, no, el éxito del cine español está en los triunfos en festivales como Locarno, como San Sebastián, como Rotterdam, no me mezcle el dinero con el éxito porque entonces terminamos donde nos encontramos, en la ruina moral, el éxito será para los productores de esas dos cochambres, pero no para el cine español, como también sonroja asumir como éxito propio un producto como Relatos salvajes, película argentina por los cuatro costados, pero como el dinero (que al final parece ser lo único que cuenta) lo han puesto los Almodóvar…

Que los señores académicos hayan decidido premiar Ocho apellidos vascos con tres premios de interpretación es, como poco, vergonzante. Que un capítulo piloto de una serie de televisión acapare el mayor número de premios a la interpretación de las candidatas es un insulto al buen gusto. Que Karra Elejalde y Carmen Machi son grandes actores no se discute, pero premiarles por participar en este sainete parece reivindicar este tipo de cine en vez de la calidad. Pues nada, bienvenida la brocha gorda frente al trazo fino. Perseveren, todavía no han tocado fondo.

¿Qué se puede decir de las candidatas al premio al mejor largo europeo?, que como decía el personaje interpretado por Caffarel en El viaje a ninguna parte: las habrán escogido con una lupa colgada de… sí, de ese sitio. Obviamente debía ganar Ida, pero sus competidoras Dios mío, ¿qué hemos hecho para merecer esto? y El viejo que saltó por la ventana… ¿qué hacían entre las cuatro mejores películas del año? Sinceramente, los votantes ¿no han visto nada mejor de cine europeo este año? ¿Quieren una lista de, digamos, veinte? Si no han visto nada más, ¿en qué encrucijada moral se sitúan a la hora de escoger? ¿Votar sin haber visto?

Y olvidar a Sacristán se acerca al insulto, al desconocimiento de que el papel y la interpretación de Bárbara Lennie no sería nada sin la presencia de José Sacristán, pero, ¿qué contenido han visto al papel de Elejalde para considerarle superior al de Sacristán?, hay cosas que no se explican ni con un Tranxilium en el estómago.

Resumiendo, esta academia que considera tan excepcional La isla mínima, que lo es, es la que creyéndose interpretadores del gusto norteamericano no la seleccionan para los Oscar, que se ve que debemos ser muy raros los españoles y nuestro cine no puede mandarse tal cual a quien lo inventó como industria. Esta academia se felicita por aumentar el número de espectadores a costa de la calidad, confundiendo el cine como arte al cine hecho para una televisión. Esta academia se felicita de la excepción cultural en la misma semana que Luis Miñarro cierra su productora. Pues nada, felicitémonos de ser cada día más ignorantes y más ciegos, a mí que no me esperen.

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