Susurros del corazón: 20 años de Dolby Digital en Japón
Por Marina Hoyos Marín.
“Nunca debes esperar la perfección a la primera” es el consejo que Shizuku, la protagonista de Susurros del corazón, recibe del abuelo de Seiji. Pero, ¿es sólo una advertencia diegética? ¿Acaso no estamos ante una autorreflexión del director?
Dirigida por Yoshifumi Kondo, estrenada en 1995 y perteneciente al Studio Ghibli, Susurros del corazón cumple este año 2015, 20 años. La película está basada en el manga homónimo escrito y dibujado por Aoi Hiiragi. Ambos productos reúnen la característica principal del manga/anime de mitad de los noventa: la desnormalización de los géneros. Este concepto no sólo hace referencia a la categorización por edad –típica de la animación japonesa– sino a la temática, puesto que se mezcla el realismo de Takahata y la fantasía y exotismo de Miyazaki. Ahora bien, uno de los aspectos más destacables es el hecho de ser la primera película japonesa en utilizar el sistema Dolby Digital.
Debido al enorme interés que despertó el Dolby A entre ciertas empresas cinematográficas, en la década de los setenta la sociedad Dolby Labs invirtió una gran cantidad de dinero, hecho que la convirtió en pocos años en una de las empresas de referencia del sector. La primera película en utilizar este sistema fue La naranja mecánica (Stanley Kubrick, 1971). Años más tarde la empresa desarrolló una técnica de compresión digital de sonido envolvente destinada exclusivamente a la industria cinematográfica, conocida como Dolby Stereo Digital, o Dolby Digital. Esta vez fue Tim Burton en Batman Returns (1992) el primero en utilizarlo. Actualmente, el Dolby Digital no sólo es empleado en la posproducción cinematográfica, sino que se incorpora en el DVD, en la HDTV y en las transmisiones radiofónicas y televisivas vía cable y satélite.
El sistema permite una mayor nitidez tanto en la jerarquización del sonido como en la perspectiva acústica, cimientos sobre los que se consolidó el cine sonoro. Esta perspectiva acústica se consigue gracias a los seis canales independientes, conocido también como 5.1., y que consta de tres canales frontales, dos canales envolventes y, finalmente, el canal LFE (low-frequency effects).
Sin lugar a dudas, fue esta perspectiva acústica digital la que proporcionó en su momento a Susurros del corazón una crítica más que favorable, al ser catalogada como el mejor trabajo técnico de Ghibli hasta el momento. Además del tema “Country Roads” y de una banda sonora magnífica, se perciben las cualidades del Dolby Digital en gran parte de la película, como por ejemplo, en una de las primeras escenas del patio del instituto, cuando Yuko explica a Shizuku que está enamorada. Acústicamente, la escena resume las características de la historia, ya que oímos a los personajes hablar, el ruido de los chicos jugando a béisbol, las cigarras y el canto de los pájaros. Información que sitúa la acción en un lugar y en un tiempo. Subrayamos también los numerosos sonidos off que se dan en el piso de Shizuku, la tienda Chikyuuya, la biblioteca… Un trabajo impecable.
Este virtuosismo técnico basado en la nitidez acústica choca con la cantidad de subordinadas narrativas del film. Resulta paradójico que una historia que se presenta exenta de ruidos sonoros esté tan repleta de ruido diegético.
Anunciado ya por las teorías que criticaron la teoría matemática de la comunicación, la cibernética y la estética informacional, existe un cierto peligro en los cambios generados por las nuevas tecnologías digitales en detrimento del sujeto, las concepciones plurales y el arte. Pero, ¿qué tiene que ver la estética informacional con la paradoja que hemos mencionado? Tanto Max Bense como Abraham Moles, fundadores de la Estética Informacional, afirmaron que el arte debía integrarse en el contexto de la cibernética y transformarlo en valores racionales y numéricos. La estética se entendía así en una simple transferencia de información de emisor a receptor, que ignoraba las diferentes fuentes de ruido, y lo que Vilém Flusser defendió como el proceso intersubjetivo y reactivo de la comunicación. Insistimos: ¿qué tiene que ver la estética informacional con la contracción de Susurros del corazón? Quizás bastante. El peligro de la seducción de las nuevas tecnologías, en este caso del Dolby Digital, puede ir en detrimento del sentido estético y narrativo de una obra. A menudo, la obsesión por la parte técnica puede hacernos olvidar la parte artística.
Señalábamos antes que el film de Kondo se presenta una extraña amalgama de Takahata y Miyazaki. Pero, ¿lo consigue? La historia del barón, es decir, la novela de Shizuku no se integra en la historia central, sino que parece un añadido ruidoso. No sólo eso, algunos personajes como la madre, Yoku o Sujimura no acaban de encajar en el universo de Shizuku, al menos no como los personajes secundarios de Recuerdos del ayer de Isao Takahata (1991). Precisamente esta obra y la de Kondo comparten bastantes similitudes al situar la historia en un colegio, pero a diferencia de Susurros del corazón, el film de Takahata es un “melodrama adulto cargado de una especial sensibilidad, cuya meditada poética le acerca por igual al cine de Naruse en lo visual y al de Ozu en lo conceptual.”[1] Además, el dibujo de Recuerdos del ayer si bien no tiene la minuciosidad del film de Kondo, cuenta con un aire de acuarela ya explorado en Mis vecinos los Yamada (1982).
Es cierto que la película de Kondo contaba con referentes difíciles de superar como Nausicaä del valle del viento (1984) o Mi vecino Totoro (1988), ambas de Hayao Miyazaki, pero también es cierto que la utilización de una técnica espléndida como el Dolby Digital no vino acompañada de una espléndida narración. Demasiado ruido para haber sido rodada en Dolby Digital. Parece claro que nunca se debe esperar la perfección a la primera. Pero desgraciadamente Kondo no tuvo otra oportunidad para deleitarnos una segunda vez.
[1] ALCOVER, Roberto (2008) “Isao Takahata. El gigante olvidado.” en NAVARRO, Antonio José (coord.) Cine de animación japonés. Donostia: Donostia Kultura, Semana de Cine Fantástico y de Terror, p. 357