Frankenstein de Mary Shelley, 20 años de un delirio incomprendido
Por José Antonio Olmedo López-Amor.
En el año 1794 el explorador Robert Walton, capitán de barco, pretende ser el primer marinero en hallar entre los hielos un paso hacia el Polo Norte. En su arriesgada aventura encuentra a un desconocido que dice estar persiguiendo a una extraña criatura. Durante su encuentro, el capitán escucha la extraordinaria historia que aquel extraño que dice llamarse Víctor Frankenstein le cuenta, algo que le hará replantearse su obstinada ambición.
Algo sobre la película
Movido por el dolor de la muerte de su madre, el joven Víctor Frankenstein, estudiante de medicina, pretende poner en práctica algún método científico que le permita resucitar a los muertos. En su afán por aprender los procedimientos alquímicos que le permitan jugar a ser Dios, conoce al profesor Waldman, quien le revela los secretos de un antiguo proyecto que dio como resultado una abominación.
En diciembre de 1994 la película Frankenstein de Mary Shelley se estrenó en el Festival de Cine de Berlín como una de sus principales atracciones. Su director, Kenneth Branagh, a quien se comparó en sus inicios con Orson Welles por gozar de un genio precoz como cineasta, recogió el encargo del mismísimo Francis Ford Coppola para rodar una nueva versión del mito de Frankenstein. La emblemática major americana Paramount Pictures, seducida por el completo éxito -tanto de taquilla como de crítica- del Drácula de Bram Stoker (Francis Ford Coppola, 1992), decidió completar la trilogía sobre monstruos de la historia del cine encargando la producción de sendas versiones sobre Frankenstein y el Hombre-lobo. Branagh con su versión gótico-romántica y Mike Nichols con poco interesante Lobo (1994), llevaron a cabo, aunque de manera muy desigual, el proyecto de la productora. Al llevar a cabo el encargo de Coppola, Branagh culminaba como realizador su quinta película en cinco años, y podía presumir que con tres de sus cuatro películas anteriores había conseguido tanto unas calificaciones como un prestigio excelente. A pesar de no haber contado en su día con el beneplácito de la crítica en esta película, después de veinte años sigue siendo considerada como la mejor adaptación al cine de la novela de Mary Shelley (entre sus más de treinta versiones) algo sin duda de un mérito admirable.
Algo sobre la novela
En el año 1816 ocurrió algo de lo que se han escrito ríos de tinta. El poeta Lord Byron reunió durante unos meses en su mansión en Villa Diodati (Suiza) a Percy B. Shelley y su esposa Mary además de John William Polidori (médico asistente y amante de Byron). Allí, inspirados por las asombrosas vistas, en una tormentosa noche de verano, todos ellos acometieron la tarea encomendada por Byron como un desafío; componer relatos de terror teniendo en cuenta los cambios tecnológicos del momento y las fobias de cada uno. Así, y paradójicamente, la adolescente Mary Shelley de diecinueve años fue la única en cumplir en desafío dando como resultado Frankenstein o el moderno Prometeo (1818), considerada su obra maestra y –con permiso de Julio Verne y su romance científico– la primera novela de ciencia ficción de la historia. Es justo mencionar que Byron escribió -durante esos meses y unos cuantos meses después- las obras El prisionero de Chillón, El himno a la belleza intelectual, El sueño y Estancias a Augusta, aunque ninguna de ellas fuese un relato estrictamente de terror. Y por si fuera poco, Polidori escribió su relato El vampiro, que comenzó en Villa Diodati aunque aunque fue terminado con posterioridad al desafío, pero que tuvo gran repercusión (fue adaptado al cine por Dreyer) y considerado el precedente de Drácula de Bram Stoker. Dicho relato provocó mucha controversia en el mundo lector de la época, ya que el propio Byron se adjudicó su autoría inicialmente para después renegar de él.
Aquellos que han leído la novela siempre han echado en falta más maestría y ritmo en su narración, recordemos que Shelley no era una escritora experimentada y madura, sino una joven adolescente que vivía a la sombra de un afamado escritor, y por si fuera poco, era mujer. Para tratarse de una novela de terror, la humanidad y el sentimentalismo brotan entre sus renglones merced a su extremada sensibilidad femenina. Ello unido a su propuesta literaria, quizá demasiado epistolar, hizo que no todos los lectores que se acercaron a su obra resultaran satisfechos.
Estamos ante una historia que necesita pocas presentaciones, todo el mundo conoce la historia de ese monstruo grotesco, de fuerza descomunal, que robó para siempre el nombre de su creador.
La historia de Frankenstein, aparentemente conocida por todos, encierra un sinfín de matices antropológicos, morales y críticos que poco o nada tienen que ver con las versiones predecesoras donde la criatura es un mero zombi con tornillos en el cuello que asusta a la gente. El planteamiento de Branagh es mucho más trascendente y humano, de Niro, escogido por ser capaz de transmitir al espectador con el mínimo gesto aun debajo de un disfraz tan pesado, consigue que su criatura empatice desde el primer momento con la audiencia e incluso su trágico final, a pesar de ser una criatura grotesca que llega a asesinar a personas inocentes, resulta algo doloroso para el espectador.
Kenneth Branagh, famoso por adaptar con éxito a la gran pantalla obras teatrales de Shakespeare, se propuso ser lo más fiel posible a la novela, cosa que consiguió con creces, aunque –con la intención de sorprender al espectador– también se valió de algunas licencias con respecto al texto original, algo que le propinó numerosas críticas en contra. Si bien, su planteamiento, aunque emplazado en el cine fantástico se inclinaba más a la vertiente renacentista y romántica de Shelley, en esta adaptación rompió todas las convenciones del género para instalarse en el drama gótico.
La productora de Coppola (American Zoetrope) junto con otros productores asociados entre los que se encontraba Robert de Niro, dotaron a Branagh de 43 millones de dólares para rodar la película. Injustamente, el film se consideró un fracaso en taquilla a pesar de haber recaudado más de 100 millones de dólares en todo el mundo.
El 95% del material grabado se llevó a cabo en los impresionantes estudios Shepperton de Londres, donde se construyó por partes y con todo lujo de detalles –por ejemplo– la ciudad de Ingolstadt, incluyendo adoquines importados de Portugal. También se construyó a escala real el barco de Robert Walton llamado (en un guiño a Eisenstein) Alexander Nevsky, una compleja estructura de 100 metros de largo por 23 de alto y 7 de ancho que era sacudida por un elaborado andamiaje accionado mecánicamente.
Durante los poco más de cuatro meses de rodaje tan solo fueron rodadas escenas en exteriores durante una semana en los Alpes suizos.
Sobre la novela
Cuando la célebre novela Frankenstein o el moderno Prometeo se publicó en 1818, la electricidad era poco menos que una rareza de salón, aunque ya había científicos que experimentaban con ella buscándole fines útiles.
Uno de los protagonistas de dichas prácticas fue el británico Andrew Crosse, quien había erigido un laboratorio donde, entre otros experimentos, transmitía descargas eléctricas a cadáveres en un intento por devolverles la vida tras comprobar, como en algunos casos, que las descargas producían espasmos en sus cuerpos.
Este método no era nada novedoso, ya que otros científicos como Luigi Galvani ya lo habían practicado anteriormente. Fascinada por estos experimentos, la autora de la inmortal novela, Mary Shelley, hija de Mary Wollstonecraft, filósofa y feminista adelantada a su tiempo, decidió plasmarlos en la novela que, con el protagonismo de su humanísimo monstruo, ha pasado a la posteridad.
La novela está plagada de detalles autobiográficos de su autora, uno de ellos es la aparición de las llamadas “sillas de parto”, contrariamente a la medicina actual, en aquella época se pensaba que estar sentado en una silla favorecía la tarea del alumbramiento; y curiosamente la propia madre de la autora falleció poco después de dar a luz a su hija sobre una de esas sillas.
Gran reparto y gran equipo técnico
Entre las caras conocidas del reparto, además de Kenneth Branagh y su doble rol actor/director al que nos tiene acostumbrados, encontramos a uno de los mejores actores de la historia del cine de todos los tiempos, Robert de Niro. De Niro ha aportado a lo largo de su carrera grandes interpretaciones como: Toro salvaje (Martin Scorsese, 1980), por la que recibió el Oscar al mejor actor principal, El padrino, parte II (Francis Ford Coppola, 1974) por la que recibió también el Oscar al mejor actor secundario, y El cazador (Michael Cimino, 1978) por la que fue nominado al premio Oscar y debería haberlo ganado. Fiel a su formación como actor del método, y rodeado por ese hálito de leyenda viva del cine, Branagh tenía constantemente tres cámaras grabándole desde distintos ángulos; era tal la profunda admiración y respeto del cineasta británico hacia de Niro, que jamás le decía cómo hacer una escena, sino que le sugería a su parecer qué era lo más adecuado. De Niro aportó muchas ideas a su personaje, y como en otras películas, hizo gala de su improvisación; en una de las escenas donde la criatura convive con los cerdos del establo, de Niro habló con producción para que en cada toma le escondieran la comida de los animales en un lugar diferente y de esa manera tuviera que buscarla realmente. En el papel de Henry Clerval encontramos al actor Tom Hulce, un actor secundario al que todos recordamos por su papel de Mozart en la inmortal película Amadeus (Milos Forman, 1982). El papel del profesor Waldman es interpretado por John Cleese, uno de los integrantes del famoso grupo de actores y humoristas Monty Phyton. Aidan Quinn, al que hemos visto en grandes películas como La misión (Roland Jofeé, 1986) o Leyendas de pasión (Edward Zwick, 1994), interpreta el papel del intrépido Robert Walton. El padre de Víctor Frankenstein corresponde a Ian Holm, un actor inglés con más de sesenta años de carrera al que hemos visto en películas como Alien, el octavo pasajero (Ridley Scott, 1979) o El dulce porvenir (Atom Egoyam, 1997).
En el equipo técnico encontramos verdaderos profesionales con una trayectoria llena de éxitos y reconocimiento como Roger Pratt, quien ha participado en películas como Batman (Tim Burton, 1990) y Troya (Wolfgang Petersen, 2004) en las labores de director de fotografía. El célebre diseño de la criatura y los efectos especiales de maquillaje corren a cargo de Daniel Parker, quien tuvo que hacer frente a la figura icónica que proyectó James Whale a través de Boris Karloff; salió más que airoso del desafío ya que mereció haber ganado la única nominación al Oscar que tuvo la película. El trabajo de Parker se basó en los primeros dibujos a lápiz y tinta que hizo Berni Wrightson para la obra original de Mary Shelley, una acertada apuesta de otro de los pesos pesados de la película, Frank Darabont. Darabont es cineasta, productor y uno de los mejores guionistas de Hollywood. Su labor de guionista en Frankenstein de Mary Shelley –en sintonía con Branagh– fue determinante para configurar el cariz y textura de la historia. Su experiencia como guionista en películas de corte fantástico durante los años ochenta, y sobre todo, rodar en el año 1983 en corto titulado Dollar Baby (adaptación de una novela de Stephen King), supuso que King confiara en él y le cediese los derechos de su obra Rita Hayworth and the Shawshank Redemption, que terminó adaptando al cine como director en 1994 con éxito mundial, se trata de la película Cadena perpetua. En la actualidad, Darabont es responsable de la serie americana de éxito The Walking Dead.
El planteamiento operístico de la historia
Buena parte del frenesí, romanticismo y espectacularidad que desprende la película es responsabilidad del compositor escocés Patrick Doyle. Doyle comenzó su carrera al mismo tiempo que Kenneth Branagh, Enrique V (1989), supuso el exitoso debut para ambos, desde entonces, tanto directores europeos como americanos se han disputado sus servicios como compositor. Y es que la capacidad orquestal de este genio escocés, lo ha catapultado a ser uno de los compositores de cine más valorados en la actualidad.
Para Frankenstein de Mary Shelley, Doyle compone un extraordinario tema (The creation) que suena íntegramente en la escena de la creación, cuyos compases repetidos e in crescendo sugieren una frenética persecución. Un tema parecido, suena cuando Robert Walton y sus hombres hacen frente a la tormenta, la música transmite la idea de alguien que parece correr ciegamente hacia su propia destrucción. Pero, sobre todo, en la película escuchamos otro tema, uno que suena en los momentos de amor entre Víctor y Elizabeth y cuya funcionalidad va más allá del arquetípico love theme (The Wedding Night). La misma pieza musical suena durante la película de dos maneras, como tema interpretado por los mismos personajes (lo que se denomina música diegética), y como tema propio de la banda sonora vinculando a la pareja protagonista con la criatura. Como música diegética, este tema aparece arreglado para orquesta en la secuencia del vals de despedida; arreglado para clavicordio es interpretado por el personaje de la señora Moritz en una de las escenas en el interior de la mansión; Helena Bonham Carter lo interpreta a piano, y en su arreglo para flauta lo interpreta el personaje del ciego y más tarde la criatura, motivo por el que Víctor sabe de su cercanía. Pero en la escena donde dicho tema se escucha íntegramente es durante la noche de bodas, un prodigio de violines que no dejó a nadie indiferente y por su extremada belleza fue muy comentado.
El subtítulo de la novela es «El moderno Prometeo», haciendo referencia a esa capacidad de Víctor Frankenstein para emular a los dioses y poseer la virtud de dar vida a un ser vivo. En la novela, el hecho “cristiano” de la resurrección, es sin duda un acto de amor. Víctor, movido por el dolor de la pérdida de su madre, ve una posibilidad a través de la ciencia para recuperar un ser querido.
También podemos interpretar esta clásica historia como una lección de la naturaleza en contra de la pretensión humana por imitar a Dios. Querer estar por encima del Bien y del Mal, jugar con fuerzas desconocidas hace que tarde o temprano se pague su precio.
La escena de la cueva en que la criatura dialoga con su creador puede tomarse como el diálogo de cualquier ser vivo con Dios. ¿Por qué estamos vivos? ¿Tenemos alma? ¿La carne es solo materia? ¿En qué parte de nosotros reside el arte? El texto de Shelley encuentra analogías con la obra de John Milton, El paraíso perdido (1667) cuando su protagonista realiza preguntas metafísicas a su hacedor en un conato del más puro existencialismo. Cabe señalar que una de las escenas suprimidas de la película es donde la criatura lee varios libros, entre ellos, Paraíso Perdido de Milton.
La historia en general habla del amor y la muerte, pero también de los graves prejuicios del ser humano como especie: la condena social por ser feo o diferente al resto, los graves daños que podemos sufrir por utilizar indebidamente los progresos de la ciencia, en definitiva, una reflexión acerca de las consecuencias de nuestros actos.
En esta película Kenneth Branagh relata la triste historia de un hijo rechazado. La criatura, además de ser repudiada por su “padre” es perseguida y violentada por una sociedad que no la acepta ni la aceptará nunca; consciente de esto, el ser reanimado exclama que haría las paces con todo tan solo por la simpatía de un ser vivo. Un claro ejemplo antropológico de cómo cualquier ser humano nace puro y va corrompiéndose progresivamente en función de su relación con el entorno.
Anécdotas del rodaje
En la célebre secuencia de la creación del monstruo, los actores resbalan en un líquido que en la novela llaman “amniótico”, pero en verdad se trataba de gelatina hirviendo para causar el mismo efecto. Debido a la viscosidad de la gelatina, tanto Branagh como de Niro resbalaron fuera de cámara en varias ocasiones.
El actor Robert de Niro tuvo que aguantar sesiones de cuatro a seis horas de maquillaje cada vez que la escena a rodar requería encuadrarlo en plano medio, y también soportó extenuantes sesiones de diez a doce horas de maquillaje cuando las escenas incluían planos de su cuerpo entero desnudo.
El papel de la criatura fue ofrecido inicialmente por los productores a varios actores entre los que destacan Andy García o Gerard de Pardieu.
El compositor de cine Elliot Goldenthal (compositor de excelentes bandas sonoras como Entrevista con el vampiro o Heat) compuso la primera banda sonora para la película, trabajo que fue desestimado por Kenneth Branagh, quien apostó posteriormente por el compositor Patrick Doyle.
El nombre de Frankenstein fue tomado por Mary Shelley de un pueblo de Polonia donde la autora de la novela vivió varios años de su infancia.
Columbia Pictures ofreció en primera instancia el rodaje de la película al director Tim Burton, quien se planteó llevarlo a cabo con Arnold Schwarzenegger como actor protagonista, pero finalmente desistió.
El romance vivido por Branagh y Bonham Carter trascendió la pantalla y propició el divorcio del director con la actriz Emma Thompson –quien por entonces era su esposa–, algo que en Inglaterra casi fue más sonado que el propio estreno de la película.
Kenneth Branagh en la actualidad
Paradójicamente en la actualidad, Kenneth Branagh culminará con Cenicienta, el próximo 27 de marzo de 2015, su tercera película como director –digamos– por encargo. Thor en 2011, y Jack Ryan: Shadow Recruit en 2013, son películas ajenas a su trayectoria anterior como realizador de arte y ensayo, un evidente giro hacia un cine comercial quizá propiciado por su irregular fortuna como director en la década anterior.
Desde Trabajos de amor perdidos (2000), una elegante comedia musical donde Branagh dirigió a la actriz Alicia Silverstone, con quien se le relacionó sentimentalmente, hasta La huella (2007), un no muy afortunado remake de la película de Mankiewicz, Kenneth Branagh culminó una década con cinco títulos muy desiguales –en cuanto a calidad se refiere– que corrieron diferente fortuna. Por ejemplo, su película La flauta mágica (2006) no llegó a estrenarse en España.
Quizá Kenneth Branagh puso su listón demasiado alto en la década de los noventa, donde todo su talento eclosionó firmando cintas de rotunda calidad que le otorgaron fama mundial. Enrique V (1989), Los amigos de Peter (1992), Mucho ruido y pocas nueces (1993) y un largo etcétera, configuran un fulgurante comienzo como cineasta que esperamos vuelva a reconquistar en un futuro.