La rebelión de las musas
Por Elena Muñoz
No hay nada más temido por un escritor que el llamado bloqueo o síndrome del folio en blanco. Nada peor que la sensación de querer escribir y no poder, pues todo aquello que sale de tus dedos hacia el teclado es pura basura (o por lo menos esa es la sensación).
Decía Thomas Edison que <<el genio es un diez por ciento de inspiración y un noventa de transpiración>>, de ponerse al tajo. Por su parte, el pintor Pablo Picasso afirmaba algo muy parecido: <<cuando llegue la inspiración que me encuentre trabajando>>.
Partiendo de estas dos premisas nacidas del intelecto de estos dos hombres universales- y no seré yo la que les quite ni un ápice de razón-, la cuestión reside en la práctica y no tanto en la revelación divina que nos alumbre una idea genial. ¡Y quién necesita a las musas!
En toda creación artística, mejor dicho, en todo creador, ya sea pintor, músico o escritor podemos encontrar dos grupos diferenciados, uno mucho más numeroso que otro; y como esta es una sección literaria me ceñiré a esta actividad.
En el primer grupo colocaré a los llamados escritores currantes. Aquellos que se ponen todos los días y escriben, escriben, salga lo que salga, sin importarles, en principio, que sea bueno o malo. Toman notas en un cuadernito o libreta que suelen llevar a todos lados. Y de esas prolíficas siembras recogen abundantes cosechas.
En el segundo grupo se encuentran aquellos que no escriben a no ser que tengan una idea para ellos genial. Consideran que aquellos, los que escriben mucho e incluso publican, suele ofrecer una obra mediocre, pues para ellos la creación literaria son habas contadas. Las musas son cicateras en su inspiración y solo señalan a los elegidos.
Aún respetando, como no podría ser de otra manera, esta segunda postura, yo abogo por la primera, tal vez porque yo pertenezca a ese grupo. Y para afirmar mi tesis me vais a permitir una tercera cita, esta de un buen amigo mío y mejor poeta Fernando López Guisado: <<a escribir se aprende escribiendo>>
Sí, mis queridos lectores. Para escribir bien hay que escribir mucho para aprovechar, tal vez, de momento, una pequeña parte. No sabemos cuándo ese párrafo desechado nos servirá de palanca para un relato o el inicio de una novela.
Por eso, aún sin descartar la inspiración, que de vez en cuando se pasea e introduce una idea brillante que nos permite resolver un argumento o iniciar un relato, hay que trabajar todos los días.
Observar, anotar, procesar y escribir son las mejores estrategias para sujetar a esas musas rebeldes que a veces se ponen traviesas y se empeñan en dejarnos el papel en blanco.