Por Horacio Otheguy Riveira

Donde había aventura, cinismo, sensualidad, maldición y redención hay un espectáculo soporífero que no encuentra su camino, a fuerza de empeñarse en subrayar lo obvio. Feminismo a la contra sobre una obra que en sí misma aborrece el machismo.

 

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A Portillo le parece que el Tenorio de Zorrilla exalta a un héroe deleznable: un machista que usa y abusa de las mujeres, y mata con la facilidad del más ruin. Así las cosas, la directora busca un compinche en Juan Mayorga y entre ambos se lanzan a demonizar a un antihéroe como si fuera un crack enaltecido una y otra vez.

Una incongruencia que transforma la apasionante dramaturgia del texto publicado en 1844, en un enjambre de propuestas innecesarias. Y es que esta obra no hace exaltación de un héroe, «de un modelo a seguir». Otra cosa es que el villano exprese su lado cautivador, su capacidad de seducción, para a continuación mostrarse feroz y más cínico que nunca. Eso está en el texto y así se ha visto en todas las versiones. La pátina encantadora de Don Juan permite mostrar con mayor claridad su bárbaro comportamiento.

Sin embargo, en este combate de ahora triunfa un teatro tan saturado de intenciones que pronto resulta aburrido: donde había aventura, cinismo, sensualidad, maldición y redención hay un espectáculo soporífero que no encuentra su camino, a fuerza de empeñarse en subrayar lo obvio.

Sorprende que Blanca Portillo, directora de esta función, escriba en el programa de mano: «En un mundo donde la violación de las leyes, la violencia de género, la destrucción de los valores morales y éticos van en aumento, Tenorio debe dejar de ser un modelo a seguir».

Y yo me pregunto: ¿Cuándo, dónde fue un modelo a seguir? ¿Existe alguna versión que así lo exhibió? Sin ir más lejos, las dos últimas que recuerdo en la Compañía Nacional de Teatro Clásico innovaban en muchos aspectos respetando la misma línea dramática que menciono. Tanto la que dirigió en propia versión el italiano Maurizio Scaparro como la de Eduardo Vasco sobre adaptación de Yolanda Pallín. El tema es tan interesante que recomiendo la lectura del Cuaderno 19 publicado por la CNTC en 2004: 6 caminos hacia el mito de Don Juan.

Doña Inés seduce desnuda

Esta obra de éxito seguro en cualquier versión —y ahora mismo se agotan las localidades desde antes del estreno—, jamás ha dado muestras de enaltecer al canalla. Eso sí, podría discutirse que en el broche final es redimido por el único amor que dejó intacto, su «Inés del alma mía», ambos ya muertos: un toque de fantasía para un canalla seductor que ahora resulta que no seduce nunca y por tanto su canallismo carece de interés, es gritón, zafio y antipático, sin matices, más malo que la peste, sin momento de sensual atractivo, de manera que uno se pregunta cómo consiguió sus galopantes éxitos amorosos si sólo repite mecánicamente sus palabras y sus gestos, sin arte alguno.

Los mejores aportes de esta representación están, precisamente, en que, ya que Tenorio no seduce jamás, surge pues una Brígida lujuriosa (gran creación de Beatriz Argüello) que le masturba y luego le usa hasta dejarle colgado de un coitus interruptus, al tiempo que se embolsa sus dineros por facilitarle el secuestro de la novicia, una virginal muchacha que en el texto original cae fascinada ante el verso conmovedor de Don Juan, por primera vez en su vida «tocado» por la belleza severamente vestida de la joven con carita de ángel.

Ahora, en cambio, probablemente por primera vez en la historia del teatro, la pudibundez de Inés de Ulloa (espléndida Ariana Martínez), firme candidata a monja perteneciente a familia noble, se convierte en una deliciosa criatura completamente desnuda que así seduce para siempre al villano que un minuto antes recitó fríamente, mientras se lavaba los genitales por debajo del pantalón.

El arrebato de la niña es poco verosímil en aquel contexto, pero teatralmente hermoso. Consiguió despertarme del sopor general.

Las escenas con Brígida y el encuentro con Inés: dos momentos que reencuentran el talento de la directora (inolvidable Avería de Dürrenmatt/San Segundo, por ejemplo) y superan en mucho la retahíla de escenas confusas en las que se acumulan subrayados subestimando al público: todo lo que siempre ha sido evidente en Don Juan Tenorio recibe aquí un baño de exagerados mohínes con fantasmas en coreografía mecánica y brotes de parodia que se llevan hasta el saludo final.

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Ariana Martínez (Doña Inés), Rosa Manteiga (Abadesa)

 

Canciones para enaltecer a la mujer sufriente

Contraproducente resultado para el objetivo buscado. El odio hacia el personaje por parte de Mayorga/Portillo no le da respiro, y sin capacidad de cautivar no hay personaje siniestro que resista dos horas y veinte. Y esa ha sido siempre la gran carga ideológica, poética y teatral del drama original que aportó el perdón posmortem (que aquí se pretende rechazar con patético resultado) reprochando la lejana condena al infierno del fraile Tirso de Molina en El burlador de Sevilla de 1630.

Nunca ha sido un héroe el Don Juan Tenorio de Zorrilla. El fervoroso amante de todas las mujeres que se le pusieran a tiro —en tiempos donde las mujeres de cualquier sector social dependían absolutamente del «derecho de pernada masculino»— es un tipo que no más empezar se presenta enumerando, ufano, sus crímenes y abusos.

¿A cuento de qué añadir desde el comienzo a una mujer de negro, embarazada, con lágrimas maquilladas, cantando unas letras que van desde el mensaje reflexivo al bolero machacón? ¿Testimonio lacerante del sufrimiento de las que Tenorio gozó y abandonó?  Si al principio la novedad parece interesante, por la mitad se torna cansina, y más allá provoca vergüenza ajena.

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Miguel Hermoso (Luis Mejía), José Luis García-Pérez (Don Juan Tenorio). Detrás, Luciano Federico (Cristofano Buttarelli)

 

Una pena grande tanto esfuerzo para este resultado monótono donde los pocos golpes de efecto ya señalados (Brígida y el desnudo de Inés) dan un aporte personal de la puesta en escena, exhibiendo situaciones inexistentes en el original pero que funcionan muy bien. Lo que no funciona para nada es el batiburrillo de coreografías, el feísmo imperante en el espacio escénico, la mezcla de estilos permanente en la dirección general, incluido el aporte musical.

Para colmo, un estupendo actor como José Luis García-Pérez deambula desgañitándose a la contra, ya que su personaje está dirigido desde el rechazo, sin un solo instante de mínimo encanto, con un forzado subrayado de canallismo rampante.

Sin duda, hubiese sido mucho mejor hacer una libre versión para ocuparse de cierto donjuanismo como figura contemporánea del maltratador y violador (interés primordial de Portillo) creando un texto nuevo. Hay mucho donde inspirarse, y no sólo en los textos españoles, también en el Dom Juan ou le Festin de Pierre, de Molière (1665), en la ópera Don Giovanni de Lorenzo Da Ponte y Mozart (1787), o —para abreviar—  el revulsivo-gimnasta-amador de Fellini en su Casanova de 1976.

Pero, bueno, al fin de cuentas, Blanca Portillo se ha dado un gran gusto al emparentar su rabia contra Don Juan con la propia opinión de José Zorrilla, el autor de la obra más representada en la historia del teatro español (a la par de la parodia que inventó Muñoz Seca, La venganza de Don Mendo). Este Sin perdón de Mayorga/Portillo traiciona al texto original añadiéndole un epílogo, además de canciones y otras ocurrencias. Pero quizás a Zorrilla le diese igual:

Mi Don Juan es el mayor disparate que he escrito… No hay drama donde yo haya acumulado más locuras e inverosimilitudes.

Cómo iba a imaginarse que 171 años después estaríamos a vueltas con la misma obra: el autor que reniega de una creación adorada por toda clase de público y estudiosos, y una mujer de teatro que viene a cuestionar un supuesto complot moral. La polémica está servida.

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Autor: José Zorrilla (1817-1893)

Versión: Juan Mayorga

Espacio escénico y dirección: Blanca Portillo

Intérpretes: José Luis García-Pérez, Luciano Federico, Eduardo Velasco, Daniel Martorell, Juanma Lara, Francisco Olmo, Alfonso Begara, Alfredo Noval, Raquel Varela, Marta Guerras, Beatriz Argüello, Rosa Manteiga, Ariana Martínez, Eva Martín.

Música original y espacio sonoro: Pablo Salinas

Iluminación: Pedro Yagüe

Vestuario: Marco Hernández

Lugar: Teatro Pavón, sede de la Compañía Nacional de Teatro Clásico

Fechas: Del 9 de enero al 15 de febrero.

Encuentro con el público: 29 de enero de 2015.