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St. Vincent (2014), de Theodore Melfi

 

Por Miguel Martín Maestro.

st_vincentEsta película tiene todo lo preciso para resultar un tostón indigesto, tiene maduro, o viejo, huraño, desaseado, maleducado, misántropo, vecino niño, madre divorciada con problemas de horarios, una puta de buen corazón, un colegio católico con profesor de religión enrollado… y a pesar de los tópicos, de lo previsible y convencional de muchas de sus escenas, de la apoteosis final de buen sentimiento conservador, de tener la sensación de haber visto muchas veces la misma historia, el producto funciona, y funciona a la perfección, con ligeras decaídas que se remontan y se olvidan en cuanto Bill Murray quiere y con su sola presencia, porque estamos ante uno de esos productos que no funcionarían sin el actor, pese a que, siendo sinceros, los acompañantes están a la altura, empezando por el chaval (Jaeden Lieberher), cuya expresividad, plasticidad y colegueo con Murray parecen genuinos, siguiendo por esa madre coraje dispuesta a asumir sola lo imposible (Melissa McCarthy) y terminando por un papel preciso y un regalo para Naomi Watts, alejada de la mujer fatal o de la madre de familia adorable y glamourosa, aquí hace de puta y stripper rusa, embarazada, muy embarazada (fundamental poder ver la película en versión original, no solo por Bill Murray, sino por el acento ruso de Naomi), vulgar, sin complejos y ruda, pero una de las pocas personas a las que Vincent respeta, es la dama de la noche, aunque medie un comercio carnal consentido.

La historia es muy simple, vecino cascarrabias, madre e hijo que se trasladan a una nueva ciudad, encontronazo inicial, accidente casual, contacto vecino-niño, vecino que necesita dinero y se transforma en “baby-sitter” de Oliver comenzando el camino de educación, asumiendo el rol de ese padre que no existe y que ha de enseñar las cosas importantes, cómo comportarse en un bar, cómo cortar el césped, cómo dirigirse a una mujer, cómo saber pelear en el colegio… no hace falta contar más, la película y su trama son muy sencillas, es el envoltorio y las situaciones las que te hacen disfrutar de lo que ves y olvidar que todo es un camino trillado hacia un final inevitablemente “feliz”, pero ¿no sería más feliz Vincent cuando su puerta estaba permanentemente cerrada y no necesitaba que nadie le ordenara su casa y su vida? ¿No echará de menos Vincent cantar a Bob Dylan cuando y donde le dé la gana en vez de en ese patio polvoriento de su casa abandonada al paso del tiempo?

Disfrutar de Bill Murray en un papel protagonista no es cosa fácil, esa cara de palo tampoco la consiguen muchos actores sin sobreactuar, que tu cara se parezca a la de tu gato no ha de ser sencillo porque seguro que no es el gato el que cambia el gesto a las órdenes del director. Este Murray nos emparenta al Murray de Wes Anderson, pero este Murray es capaz de soportar casi exclusivamente el peso de una película pequeña haciéndola parecer mucho mejor de lo que en realidad es, por eso la recomiendo, porque se puede pasar un buen rato admirando a un actor pese a que éste se pasee con bermudas durante la mayor parte de la película, sólo le falta gorra y bolsito.

Atención especial a una banda sonora para poseer y escuchar, volvemos al tema recurrente de si un conjunto de canciones puede llamarse banda sonora, es igual, las canciones son pegadizas (The National, Jefferson Airplane, Tweedy) y concluyen con un Bob Dylan cantado a dúo, Dylan en el disco y Murray en su hamaca de patio, largo final que revela un alma dolorida por el paso del tiempo a los sones de “Shelter From the Storm”.

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