Nunca sabré lo que entiendo. Primera novela de Katya Adaui

Por Adán de Maríass.

 

Portada del libro (2)

Entre la primera frase y la última palabra del libro hay como un camino estrecho, breve. Es lo que nos cuenta desde su viaje introspectivo, la escritora Katya Adaui. El tiempo capturado pasa tan rápido como si todo fugara, se comprimiera en escenas tan marcadas como los detalles circunstanciales de la vida. «Nunca sabré lo que entiendo» es el título de la novela, y tuve que leerla dos veces no para entenderla sino porque en su primera lectura me arrastró hacia el fondo de mí mismo, me tocó en lo personal, me sentí como Tomás y su desasosiego. Pude sacar la cabeza a tiempo, y respirar, ayudado por Ana, quien a través de estas 66 páginas del libro sostiene con pericia la dilatada argumentación, el vuelo novelesco, la estructura narrativa que no permite que se rompa.

En reciente entrevista la autora manifiesta: «creo que la literatura es para cuestionar cosas, nos cuestiona la vida». Y en esa constante interpelación, Ana va soltando frases en el libro como «ambos estábamos incapacitados para ser padres», «La culpa es una plaga silenciosa», «Mi sexo escogió a Tomás por mí».

Pienso que la primera frase del libro tiene una cierta connotación sexual en el movedizo territorio de la obra. Acaso este simbolismo apurado y ocurrente, esas miradas fotográficas que se repiten, tengan que ver con la exigencia de sus propias vidas: la cabina cerrada de la comunicación, los deseos enfrentados con los temores, el triste desgaste de un matrimonio de más de cinco años. Las sucesivas enumeraciones acompañan el tono fragmentado y emocional de la escritura. Cortante y peligrosa como una navaja acuchillando los velos del aire.

Narrado en primera persona, jugando con los tiempos verbales y conjugando sus variados estados de ánimo. Novelando la autora me hace sentir que algunas veces está detrás de ella misma.

Cuando decide separarse de su esposo Tomás y emprender un viaje sin regreso. La carga afectiva es tan fuerte que ella de alguna manera es su propia madre (ya está muerta), su propio esposo (a quien abandona), su padre (falleció en un accidente aéreo), la hija (ella misma) que nunca (se) pudo tener.

Renuncia a la incisiva realidad impuesta, se interioriza, abandona todo intento de conformismo, se rebela, huele todas las ausencias, las clasifica, las impregna con el escandaloso perfume de las carencias y las culpas.

Ana protagonista principal, siempre activa, respira pensando, cada acción suya se va deshilando, cada paso atrae viajeros recuerdos, nunca postergaciones, pocas expectativas, deja físicamente atrás a Tomás pero lo trae siempre a su fluida escritura, así como a su querido Jonathan, amor de la adolescencia.

La primera novela de Katya Adaui con decidida intensidad y un desborde confesional, que abre muchas interrogantes para comentarla. El tren como el escenario perfecto para bosquejar el viaje de la obra, donde tiene de compañía a quien llama ‘el hombre que lee’, y nunca articula ninguna palabra, hasta que se atreve a tener una conversación imaginaria con él. ¿Tal vez ‘el hombre que lee’ represente al pasado?

«Sonreí cuando el tren ingresó al túnel». (Primera frase del libro)

«No tuvimos el tiempo suficiente para ser una familia ».

«Amanece».  (Última palabra del libro)

 

Empiezo mi última lectura volviendo a estas tres marcadas frases que recorren en su significado ontológico toda la obra.

Mientras viaja todo se va agrietando en la memoria afectiva. El destino final de Ana no es lo más importante. A veces todas las palabras se vuelven excesivas cuando Ana está demasiado cerca de la autora. Lo que va anotando sirve como un monólogo de viaje, como una crónica de sordos, como una película de abandonos.

 

Foto vía: Katya Adaui Sicheri/Facebook

 

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