Novela

La realidad de la ficción o «los cuernos de Superman»

Por Elena Muñoz

Que la narrativa necesita de imaginación nadie lo duda.  Es fundamental que todo buen narrador tenga la imaginación despierta para idear tramas que estimulen la curiosidad del lector desde la primera página.

Pero no confundamos esta capacidad imaginativa con escribir novelas cuyo argumento y, sobre todo, desarrollo resulta de todo punto increíble.

No hablo de situar la acción en un lugar inexistente en donde el ser humano conviva a tiempo real con los dinosaurios,  algo que la paleontología ya nos ha dejado claro que no pudo suceder. Tampoco apunto a que nos inventemos, como ya lo hizo de manera  admirable Mark Twain, que un hombre de la era contemporánea se traslade a la Edad Media y la líe parda. Me refiero sobre todo a reacciones inexplicables de los personajes, o tramas absurdas porque están nutridas de situaciones que no pueden darse de ninguna de las maneras porque afectan a contextos universales.

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Pongamos por caso la hipótesis planteada en el título del artículo: los cuernos de Superman. Ante todo aclarar que no me refiero al nacimiento de dos apéndices ebúrneos en la frente de nuestro superhéroe, sino a la frase más coloquial con la que nos referimos al engaño en la pareja.

Supongamos que Lois Lane, el amor íntegro de Clark Kent, decide que está más cachas el Capitán América  y -aprovechando los viajes que Superman hace al polo a buscar sus extraños orígenes y algún resquicio que le explique el porqué de su existencia- pues se lía con el héroe del escudo. Bien, pero como en todos los triángulos amorosos siempre habrá un buen amigo que se lo chivatee al cornudo. Pongamos que es… la Mujer Maravilla, que siempre ha estado celosa de Lois.

Planteado el drama, ¿qué esperaríamos de Superman? Bueno, dirán algunos, como es un héroe, con toda dignidad se apartará y dejara libre a Lois, después de un dramático discurso en el que le correrán hasta lágrimas por su cuadrada mandíbula. Otros, dentro de la más venganza calderoniana, esperarán un combate entre los dos superhombres. Pero nuestro autor decide que no, que un inesperado giro, y porque más pierde Lois, que hay más mujeres que arena en el desierto, Supermán no se da por aludido, vamos que se la sopla, y displicentemente se retira. ¡Cómo- dice el lector-, vaya absurdo! Por muy superhéroe que seas eso no se lo cree ni Rita.

Y es cierto. Si alguien ama a otro y este no le corresponde da igual ser un rey o un vasallo, un periodista o un superhéroe de Marvel: te quedas más hecho polvo que si te hubieran dado con una roca de criptonita.

Por eso la ficción tiene que está absolutamente acorde con la realidad. Si está nevando un personaje tiene que tener frío- ya veremos cuánto, que no es lo mismo un vikingo que un bosquimano-, y si se pasea sin agua por el desierto acabará deshidratado, a no ser que seas un camello o en su defecto un beduino.

¿Cómo no caer en disociaciones y ser coherentes con la realidad? Bajo mi punto de vista mediante dos elementos: observar y documentarse. Porque desde que el mundo es mundo, si nos pinchan sangramos.

 

 

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