Camino de la cruz (2014), de Dietrich Brüggemann
Por Miguel Martín Maestro.
Este camino de la cruz, o viacrucis, es una de las fuertes propuestas de finales de año en nuestra cartelera, en la que, además, con contundencia, se nos habla del integrismo religioso sin tener que irse a culturas o países lejanos, desde el seno mismo de la moderna y económicamente potente Alemania, asistir a la radicalidad desde la prosperidad de un país avanzado nos quita la careta de esa presunta superioridad intelectual frente a la barbarie islamista actual, quitar la vida físicamente aparenta ser mucho más brutal y condenable, pero quitar la vida personal no es menos cruel, sobre todo si quien lo sufre carece de armas intelectuales para defenderse. Una familia ultraortodoxa católica, que reniega de las modernidades del Vaticano, que aspira a un mundo regido por y para lo religioso, sin admitir matices, anclados en interpretaciones ultramontanas de los textos sagrados, aislados en un mundo propio y sin contaminación exterior, abrasados por el concepto de pecado y culpa, arrasados por el dolor que supone el cuestionamiento continuo de todo lo que se hace, sobre todo si proporciona algún tipo de placer o felicidad. Todo lo que no sea consagrarse a Jesús y a la Iglesia es pecado y ha de ser expulsado, el demonio acecha en cada acto, en cada canción, en cada conversación. En este ambiente se cría y se educa María (portentosa la joven Lea van Ackem), imaginémosla 40 años después, podría ser la protagonista de Paraíso: Fe de Ulrich Seidl, sería su evolución natural.
El reto fílmico es de aúpa, ajeno como soy a la iconografía religiosa y al conocimiento ni aproximado de lo que es un viacrucis, más allá de la cultura general, el director asume la inspiración religiosa para trasladarla a imágenes, 14 estaciones tenía el vía crucis tradicional hasta que Juan Pablo II añadió una decimoquinta estación, dado que lo novedoso espanta a esta familia hasta hacerla temblar de miedo por el pecado, el director se acoge a la versión pretérita, 14 estaciones, y la forma escogida para dicho retrato es la del plano-secuencia, 14 planos-secuencia forman la película, unos estáticos y largos, otros estáticos y más breves, alguno en movimiento, otros plagados de personajes, en ocasiones con un par de actores en escena. Ya sólo el plano secuencia inicial demuestra a la perfección cuál va a ser el tenor y la deriva de la película. Una larga secuencia de catequesis preconfirmatoria para un grupo de jóvenes adepto a esta secta (¿se podrá decir “secta” para diferenciar de una religión? ¿No tendrá toda religión una componente sectaria que sólo el raciocinio de sus integrantes y de sus dirigentes puede moderar?) en la que son sometidos, con habilidad (diríamos comúnmente “jesuítica”) a un despojo emocional y a un desnudo de su intimidad, y en la que el director retrata a la perfección cómo cada uno de los jóvenes da una importancia distinta a esa obligación religiosa, por no decir que queda claro cómo muchos de sus integrantes no tienen vocación alguna para martirizar su vida futura con la idea del pecado constante. En ese plano secuencia inicial María toma una determinación, del modo en que ella está convencida de cómo Jesús sacrificó su vida por la salvación de la humanidad, ella está dispuesta a sacrificar la suya para conseguir la curación de su hermano mudo, mudo no por enfermedad, sino porque ha decidido no hablar pese a no tener ninguna incapacidad física para ello.
El viacrucis prosigue entonces hacia su culminación, del mismo modo que la narración bíblica es impermeable al paso del tiempo, María sigue punto por punto las enseñanzas religiosas para adecuarlas a su vida personal, caerá las veces que haga falta en el pecado según su propio punto de vista, o en el de su madre, para poder volver a levantarse cargando el peso de la cruz que se ha autoimpuesto. Las fuerzas irán fallando, pero su determinación no, hay un objetivo final, dispuesta a conseguirlo aunque su éxito o fracaso le resultará desconocido. Los planos secuencia irán desnudando la psicología de esa familia, incluida esa interna adorada por María, que perteneciendo a la misma comunidad religiosa tiene una visión más laxa y menos rigorista que la de la madre caníbal, Bernadette (Lucie Aron) es el contrapunto al asfixiante entorno familiar en el que viven María y sus hermanos, culminado por un régimen matriarcal enajenado por la insatisfacción, violento y cruel, representado por esa madre (Franziska Weisz) capaz de pasar de la alegría al odio y a la ira con la sola mención por parte de la hija de querer acudir a un coro religioso de “la competencia” protestante donde se canta “soul” y “jazz” y no sólo a Bach (Johann Sebastian claro, porque a lo mejor Carl Philipp o Wilhem Friedrich ya son demasiado avanzados). Bernadette representa a la madre que María quisiera tener, ante la falta de un padre real, porque de la misma manera que el José bíblico es un personaje anecdótico, como ausente, este padre biológico de María, pusilánime, temeroso de la ira contenida de su mujer, como arrastrado sin remedio a una vida gris, monótona, equivocadamente austera por la idea de un pecado constante, aparece y desaparece sin saber manejar la situación, esperando a un último momento de rebeldía silente cuando ya nada se puede hacer.
Lo que creo que es mérito excepcional de esta película, aparte de la forma, indudablemente compleja de realizarla o el depurado estilo estético del entorno familiar (recuerda al frío y la grisura del Dreyer más religioso, del Bergman medieval, del Haneke de La cinta blanca, líneas rectas, colores sobrios, luz blanca sin sol… todo recuerda a una vida recta, sin desvíos, o blancos o negros pero sin grises), se sitúa en la presentación del tema, su desarrollo y su intento de mostrar hechos sin tomar partido. Para el convencido ultracatólico que participe de alguna de estas corrientes ortodoxas, creo que la visión de la película no podrá molestarle, para el ateo convencido, la visión en ficción de una situación que sabemos que existe, incomoda, provoca rebelión, ganas de reaccionar, como ese médico cuestionado en su actuación cuando comprueba que la enfermedad de María debe ser derivada no sólo a un hospital, sino a los servicios sociales de atención al menor, pero no podemos decir que el director nos dirija y podamos decir que tome partido por una u otra determinación, es nuestra predisposición ideológica la que adecuará la imagen al mensaje haciéndolo propio.
Para unos habrá planos secuencia donde se ridiculice al sentimiento religioso tan exacerbado, la escena de la clase de gimnasia es antológica en ese sentido, pero para el creyente acérrimo será la puesta en escena de la afirmación individual frente al gregarismo materialista, se sentirá reconfortado de cómo una joven puede luchar contra todo por mantener puros sus ideales religiosos. Quien convencido de lo irracional de esta forma de vivir asiste a la proyección creerá advertir mucha mala leche y sarcasmo en los momentos sacramentales que María quiere afrontar, y que, por razones ajenas a su voluntad, siempre se ven interrumpidos, pero para el creyente puede entenderse como un reflejo por parte del director de lo dura que es la vida consagrada a la fe. Que aparentemente no tome partido expreso por una de las opciones lo considero una virtud, es al espectador al que corresponde decidir si lo que ve es asumible o rechazable, si incluso siendo creyente ésa es la forma más saludable y envidiable de sentir la religión, si a un menor de edad es factible someterle a esa presión, a ese camino sin posibilidad de elección ni crítica, si, en el fondo, es lícito que los padres determinen la religiosidad de los hijos cuando estos no pueden decidir. La película es un extremo, obvio, pero si nos quedamos en aguas menos profundas, decisiones paternas que marcan para toda la vida, ¿es lícito mantenerlas porque la tradición familiar así lo marca? ¿Cuánto diferencia a la madre que castiga porque todo es pecado, de los padres que hacen cofrades a sus hijos menores y les inducen a desfilar por una fe que no pueden entender ni sentir sino a través de una imposición, como si se tratara de escoger equipo de fútbol? Pues un leve paso, el que haga de la religión un aspecto fundamental de su vida y haga girar ésta sobre lo intangible, sobre la fe, sobre la creencia ciega y que anula lo diferente, ésa es la crítica de esta película, cómo las decisiones de los adultos interfieren en el libre desarrollo de la personalidad de sus hijos, ámbito difícil de regular, camino peligroso para cualquier sociedad que se fía de la racionalidad de sus miembros, el problema comienza cuando esa racionalidad choca con un integrismo, del signo que sea. Dice el director que esta película es “Lo que ocurre en una familia cuando domina la ideología”.
Calificación: 8