Yo no soy nadie: «la novela como arma»
Por Óscar Mora. @oscar_mora_
La novela como arma
En esta época de la estadística que nos ha tocado vivir, no hay un año sin su conmemoración ni un día sin su efeméride. En 2014 se celebran los 100 años del estallido de la Primera Guerra Mundial, y ahora que el año entra en su último trimestre, comprobamos que se han publicado todo tipo de títulos sobre el primer conflicto global, analizándolo desde cualquier perspectiva posible. Pero no se ha hablado mucho del primer best-seller español en Estados Unidos, que está relacionado directamente con la guerra.
Cuando esta ya había comenzado, el presidente francés, Raymond Poincaré, hizo llamar a su despacho al escritor más famoso de la época: Vicente Blasco Ibáñez. Blasco acababa de llegar de su periplo argentino, de hecho, se había enterado del comienzo de la guerra a bordo del barco que le traía de regreso. Instalado en París, Poincaré le encomendó la escritura de una novela que convenciese a los estados neutrales de la necesidad de aliarse con Francia. Esa novela fue “Los cuatro jinetes del Apocalipsis”, y es difícil calibrar su influencia en el conflicto, pero sí hay un dato revelador: fue el libro más vendido en Estados Unidos en el año en que apareció, 1916, y tuvo dos adaptaciones cinematográficas en ese país: en 1921 y en 1962.
Usar a un novelista como elemento propagandístico no es una idea nueva, pero sí original, y a Poincaré le salió redonda. Mandó a Blasco Ibáñez al frente, con la orden expresa de que tomara apuntes del original. El resultado fue un texto maniqueo, pero tremendamente real y brutal. La lógica es impecable: es mucho más sencillo llegar a las personas a través de una ficción que mediante mensajes publicitarios o patrióticos. La afluencia de gente al 221b de Baker Street propició que se montase una casa-museo de Sherlock Holmes en esa calle londinense, y actualmente, el 25% de los ingleses cree que el inefable detective existió en la realidad.
También son legión los fans de Harry Potter que visitan el lugar donde debería estar el andén 9 y tres cuartos de la estación de King’s Cross, pese a que aquí no hay posibilidad de confundir al mago adolescente con un personaje del mundo real. El papanatismo de las historias de Federico Moccia ha conseguido que se desplomen las barreras de varios puentes en Italia y Francia, ya que los enamorados imitan a sus personajes de ficción poniendo candados con sus nombres y arrojando la llave al agua.
Queremos ser como nuestros personajes favoritos, queremos vivir en los lugares que nos describen los escritores y, en el caso de “Los cuatro jinetes del Apocalipsis”, queremos darle una lección a la malvada Prusia por atacar los ideales de libertad, fraternidad e igualdad franceses. El poder transformador de la palabra escrita es casi ilimitado, y mucho más efectivo que el de las imágenes: al fin y al cabo, pese a que nos estamos convirtiendo cada vez más en una sociedad audiovisual, la palabra escrita e impresa dota de realidad a algo que sólo existe en el imaginario, algo palpable y real que no puede ofrecer un libro electrónico.
Si, como dijo la llorada Ana María Matute, “La palabra es el arma de los humanos para aproximarse unos a otros”, la novela es su rifle de repetición, su ametralladora de asalto, su carga de profundidad contra los submarinos de la irrealidad.