A viaxe de Leslie (El viaje de Leslie, 2014), de Marcos Nine
Por Miguel Martín Maestro.
“La historia es una fortaleza construida de olvido, una imagen, un reflejo, un espectro que cambia con el paso del tiempo” (El viaje de Leslie)
Una película cuyo actor principal es Leslie Howard y en los papeles relevantes de los títulos de crédito aparecen Adolf Hitler, Winston Churchill y Francisco Franco, junto a una pléyade de actores y actrices célebres de los años 30 y 40 no puede sino augurar, como poco, un festín para los ojos. Pero es mucho más, el juego del tiempo y el uso de la narración para pasar de lo individual a lo colectivo, en un inimaginable trabajo de documentación, búsqueda, selección y montaje de imágenes, hace de esta, aparentemente, pequeña película, un retrato histórico fabuloso de un periodo convulso de nuestra historia, desde la primera guerra mundial hasta 1943, fecha en la que fallece nuestro protagonista.
Tomando como punto de partida un hecho verídico, la muerte del actor Leslie Howard, el director y su equipo recrean una historia mítica, tan cierta como cuestionable, tan homérica como inventada, tan posible como descartable, pero en la que la magia del cine aporta el resto. Termina dando un poco igual si el avión en el que viajaba Leslie desde Lisboa a Bristol en 1943 fue derribado para acabar con el espía Leslie, si es que lo era, o si se debía a que en el mismo avión viajaba el jefe de la Shell en Portugal, a la sazón jefe del espionaje británico en el país, o si acaso los servicios de información nazi confundieron a un pasajero, secretario de Leslie, con Winston Churchill y a otro con el escolta del primer ministro, es la historia en imágenes la que impacta y absorbe.
Excepto unos planos finales del lugar donde se levanta un monolito en recuerdo de las víctimas de aquel crimen de guerra cuando una escuadrilla de Junkers derribó un avión civil en los alrededores de la localidad coruñesa de Cedeira, la película está hecha con imágenes reales de documentos históricos de aquellos años, desde principios del XX hasta 1943, y con numerosas escenas de películas interpretadas por el propio Leslie reutilizadas al servicio del propio documental para puntualizar lo que cuenta la narración. Nuevamente la ficción al servicio de la realidad, o la realidad transformada por el efecto de la ficción cinematográfica. Modificar lo vivido por lo soñado, utilizar la ficción para reforzar el efecto de los hechos históricos incrementa el valor de lo contado e introduce al espectador en una especie de relato metalingüístico de considerables proporciones en el que la idea del viaje se transforma desde la experiencia física a la emocional y cultural de un periodo de nuestra historia.
Esa maestría en la mezcla de las imágenes permite que ver a Howard y a continuación a Franco, uno en una película y otro en un ejemplo de la proverbial aptitud española para expresarse en otros idiomas, nos resulte como un encadenamiento acertado de una misma escena, o cuando Howard se refiere a Goebbels y a Hitler en una película, comprobar que su actitud desafiante, bufonesca, agresiva, en un mitin, se corresponde con la expresada por el personaje interpretado por el viajero. Leslie sobrevivió, herido, a la primera guerra mundial, víctima de un síndrome postraumático, su psiquiatra le recomendó el teatro como medio de escape, como una forma de controlar a todos los personajes que se cruzaran por su camino y, al mismo tiempo, controlar al nuevo personaje que había canibalizado su existencia. ¿O todo esto es ficción y son las imágenes de las películas las que nos encauzan hacia una realidad inventada?
A partir de ese momento el viaje de Leslie toma una dimensión inesperada, el éxito profesional se va tornando también en una toma de conciencia sobre lo que no hay que consentir para que el viaje fraticida de la vieja Europa vuelva a repetirse. Todo así hasta 1943, cuando una escuadrilla de la aviación alemana se cruza en su destino, en un destino que, según los historiadores, le había llevado a España para, gracias a la cinefilia del dictador, entrevistarse con él y sondearle para que abandone su posición filonazi una vez que la guerra ya se ha decantado por los aliados tras la debacle del frente oriental, para ello, una actriz española, Conchita Montenegro, habrá hecho las labores de acercamiento necesarias con Franco. El cine es el mundo de las vidas soñadas, ahora la imagen real se transforma para dar cuerpo a un viaje lleno de incógnitas, ¿por qué compartían ese avión un jefe de espías, un alto representante de la comunidad judía encargado de conseguir la salida de judíos y evitar su exterminio en los campos nazis y un actor al que se atribuyen actuaciones de apoyo a los aliados de manera clandestina?
Siendo un cine explicativo, donde la imagen necesita del constante apoyo narrativo para contextualizar lo que vemos, el poderío visual de las mismas, con la inestimable ayuda de reconocibles imágenes reales como las de Riefenstahl, o la de los soldados soviéticos abrazándose al acabar con el cerco a las tropas alemanas en Stalingrado, o los bombardeos de Guernica, Madrid, Barcelona, los mítines teatrales de los nazis en Nuremberg, los desfiles, las antorchas, e intercalada, la figura del actor en su papel, el de viajero constante a lo largo de múltiples películas, nos transporta a una película nunca rodada pero sí interpretada, como ese recibimiento multitudinario en Madrid, o el ritmo del espía a los sones de un zapateado flamenco y paisaje taurino, una distopía absoluta, como si el viaje de Leslie, hasta el último vuelo, el llamado KLM Dakota DC3, el vuelo del Ibis, hubiera sido el de una vida completamente entregada a una causa en todas sus películas, el personaje de la pantalla se transforma en el verdadero Howard y nos sumergimos en una historia que, seguramente, cuenta con mucho de inventado, pero no por ello menos encantadora. Una vuelta al cine grande de los estudios de los años 40, pero sin rodar ni un solo plano, reutilizando lo rodado para darle un nuevo sentido, un vuelo pleno a la imaginación, aunque no nos engañemos, historia sólo ha habido una, como remarca en su alocución radiofónica Howard en el programa propagandístico bélico Britania habla, cada camino que tomamos, cada elección que tomamos está hecha, y está hecha para siempre.