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Magia a la luz de la luna (2014), de Woody Allen

 

Por Miguel Martín Maestro.

magia-a-la-luz-de-la-lunaUna cita anual con un viejo conocido puede correr el riesgo de transformarse en simple rutina, en celebrar ceremonias como quien mantiene tradiciones, hasta el punto de conseguir hastiar y eliminar cualquier vislumbre de disfrute con el reencuentro hasta que, mortecinamente, llega el momento en que las veladas se distancian y terminan desapareciendo. Algo así  ocurre con el cine de los viejos dinosaurios, Coppola, Scorsese, Allen, de Palma… cuyo cine sigues yendo a ver, muchas veces obligado por tu afición, pero para los que el tiempo no ha sido clemente y ha ido produciendo la merma de capacidades necesaria para que el mercado se renueve.

No obstante, el hecho de acudir año tras año a su cine no sólo conserva la nota de tradición o ceremonia inexcusable, aunque sólo sea para criticar, sino que, íntimamente, deseas un ramalazo de genio y de gloria como los de antaño, que te vuelvan a contar la misma historia pero con el mismo éxito de cuando la cita no era un compromiso sino un deseo. Y algo de eso hay en la última película de Allen, hay el cinismo y sarcasmo propio del autor, el fino diálogo logrado y cortante en la ironía, la elegancia y estilización propia de quien no sabe retratar la pobreza ni ambientarse adecuadamente en ese estrato social (pero que hizo una maravilla auténtica en un ambiente de depresión como fue con La rosa púrpura del Cairo), en definitiva, reconoces la película como propia de Allen, sin grandezas, es posible, pero sin deméritos notables y sí con aciertos.

¿Será que la noche consigue despertar el genio del cineasta?, Midnight in Paris resultó un repunte en la carrera de Allen, que iba desmadejándose película a película, y ahora Magic in the Moonlight es otro repunte necesario para mantener la esperanza en un cine que tan buenos ratos ha hecho pasar. Por achacar algo a la película le sobra final, la historia circula con dinamismo, interés, en un ambiente “trés charmant” de la Costa Azul francesa, pero ese final se alarga innecesariamente, quizás para superar la hora y media de duración. No obstante ese alargamiento no desmerece el buen sabor de boca final, haber presenciado un juego de magia desde el principio hasta el final, una magia no exenta de engaño, pero ¿qué sería la vida sin engañarnos o que nos engañen?

El punto de partida no deja de ser de lo más esperanzador, un mago es contratado para desenmascarar a una médium farsante, una vuelta de tuerca realista y con cine “muy blanco” a La maldición del escorpión de jade, el heredero que puede caer en las redes de la presunta embaucadora, el ingenioso y brillante mago a la resolución del enigma, el enamoramiento, la razón frente al sentimiento, el amor frente al interés, lo prosaico frente a lo sublime. Los felices veinte a punto de concluir, que la acción se desarrolle en 1928 y se inicie en Berlín nos avanza el fin de una época, todo ese lujo, esa despreocupación, ese buen vivir están a punto de desaparecer, la magia no podrá remediar los cruentos años 30 del siglo pasado, quizás tanto engaño no pudiera terminar en otra forma de desahogo. Quien se presenta como artífice de la razón no deja de ser un farsante ya que se presenta como mago chino, Wei Ling Soo, cuando no deja de ser un inglés renegado, misántropo, asqueado de una vida racional.

magia-a-la-luzUn ejemplar diseño de producción nos traslada a esos ambientes que tan bien retrata Allen, y en los que intenta infiltrarse un extraño ajeno a esa clase social, (Match Point en el recuerdo), en este caso haciendo uso de unas dotes adivinatorias que convencen rápidamente a quien está deseando oír lo que se le cuenta. La película no deja de circular por el camino de la comedia romántica de amores imposibles por irracionales, eso que el personaje interpretado muy bien por Colin Firth detesta, que los sentimientos o las creencias indemostrables puedan imponerse al conocimiento científico. El personaje envarado y autosuficiente de Colin Firth recibirá una serie de enseñanzas que ponen en riesgo su convencimiento, la limitación interpretativa de Emma Stone frente a Firth sale airosa por la frescura y simpatía de la joven frente al huraño y esquivo ejemplo de británico presuntuoso y pomposo en su hipotética superioridad intelectual.

Allen parece jugar al equívoco juego de reconocer haberse  equivocado toda su vida negando lo que no sea racional y demostrable,  al final podemos reconocer que el partido termina en tablas entre la razón y el sentimiento, el personaje de Firth está a punto de claudicar entregándose a la irracionalidad de una fe en la que no cree, pero su lado racional triunfa, puede que esa racionalidad no sea suficiente para refrenar los sentimientos, pero eso es otra historia, es posible que la cercanía de la muerte nos vaya haciendo a todos más sensibles y dubitativos, en todo caso, sin encontrarnos ante una obra cumbre del director americano, sí podemos decir que no he sentido perder el tiempo, que he disfrutado muchas de sus situaciones y que, aun no existiendo carcajadas, la película puede verse con una permanente mueca de diversión en su metraje.

 

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