Siempre es de noche en los bolsillos
Siempre es de noche en los bolsillos
Tomás Salvador González
Editorial: Papeles Mínimos
La luz perdida
Por Pilar Martín Gila
Al parecer la memoria configura nuestra experiencia con una capacidad de seducción tan fuerte que pensamos en la vida como si la hubiéramos vivido de la forma en que la recordamos. Y cuando alguien recuerda de la forma en que lo hace el poeta Tomás Salvador en su último poemario, Siempre es de noche en los bolsillos, el lector puede tener la impresión de que la vivencia misma, esa que se da en un momento presente, puede nacer ya tocada por la nostalgia, como si ésa fuera la condición que luego la fijará en la memoria hasta casi fundir la vida y la añoranza en la misma realidad. Aparece aquí, en este libro, uno de esos mundos que se van formando en las grietas de la conciencia y que te terminan acompañando siempre. Al fin y al cabo, si sobre recuerdos construimos lo vivido, también sobre recuerdos precipitados hacia adelante ideamos un porvenir. Tal vez, el recuerdo no nos devuelva a ningún sitio ni nos reintegre nada, pero nos pone en relación con lo oculto, lo inadvertido de la vida. “Todo está en el aire y a la vista pero todo está lleno de secretos y misterios.” Hay en este poemario, sobre todo, un deseo de ver, de poner en la mirada un mundo que se dobla desde la memoria individual, el autobiográfico quién soy yo, hacia una memoria compartida, quiénes somos nosotros, que coincide con una parte ya desplazada de nuestra historia, extraña, ya casi impensable, un paisaje en el territorio del deseo que, más que realizarse, se preserva, se guarda dentro de los ojos para seguir deseando. “…La mirada / absorta en su puro vivir; / cerraba los ojos para llorar su deseo.”
Es posible que todo sea recuerdo, que de alguna forma, siempre estemos recordando y nunca alcancemos lo vivido como tal si no es invocando una realidad que apenas atisbamos en los márgenes de nuestras construcciones, la vida saliéndose siempre de la fantasía. “Ni los maestros japoneses, / ni Kline, ni la línea / capaz de resumir de Brueghel / podrían compararse a las ramas vivas / y desnudas de estos castaños. /…/ Pero no es tanto la precisión / como la luz perdida que se escapa / de nuestras intenciones.” Es, entonces, la realidad lo que persigue nuestro deseo, lo que nos falta, lo que echamos de menos; es lo real el objeto de nuestros sueños. Sin embargo, también podemos recordar que en la Grecia arcaica, así lo entendía Detienne, la palabra misma se concebía como algo real, eso que dice lo que hace, alcanza a la voluntad, es comprendida como parte de la physis, “Pero los pájaros son de verdad, y si esto es posible, todo es posible y es verdad”.
Podríamos decir que este mirar hacia atrás, en el presente poemario, no incumbe sólo al tiempo sino que añade perspectiva y con ella, agranda el espacio del mundo, una distancia que proyecta la escritura, y donde la propia lengua forma parte de lo que se ve. Tal vez, con algo de esto tienen que ver las poéticas de Lorenzetti, Giotto y Piero de la Francesca que Tomás Salvador pone en juego aquí, es decir, con la construcción del lugar, con la aparición del mundo ante nuestros ojos. En Lorenzetti surge la ciudad, la vida civil; Giotto encuentra el volumen, abre un hueco en el plano, y Piero della Francesca traza la distancia entre el yo y el mundo. Aquí se dibujan los límites que van a intensificar nuestra conciencia, el espacio comienza a definirse por el lugar que ocupa quien observa y con ello hacemos la pregunta por la mirada. Se fija una manera de ver que, recordando a Manuel Padorno, sigue siendo nuestra manera de ver contemporánea, y que tal vez sea lo que, en Siempre es de noche en los bolsillos, permite hacer una parada ante la memoria para que las cosas vayan prendiendo un paso más allá de donde está el que mira.