Peter Singer: «Sobre nuestro (des)conocimiento de la naturaleza de los animales no humanos»
«Nuestras concepciones sobre la naturaleza de los animales no humanos, y un razonamiento defectuoso sobre las implicaciones que se derivan de nuestra concepción de la naturaleza, (…) contribuyen a fortalecer nuestras actitudes especistas. Siempre nos ha gustado considerarnos menos salvajes que el resto de los animales. Decir que una persona es «humana» equivale a decir que es bondadosa; decir que es «una bestia», «brutal», o simplemente que se comporta «como un animal», es sugerir que es cruel e intratable. Raramente nos detenemos a pensar que el animal que mata con menos razón es el animal humano. Consideramos salvajes a los leones y los lobos porque matan, pero tienen que matar o morirse de hambre. Los humanos matan a otros animales por deporte, para satisfacer su curiosidad, para embellecer sus cuerpos y para dar gusto a sus paladares. Los seres humanos matan también a los miembros de su propia especie por codicia o por poder. Además, los humanos no se contentan simplemente con matar. A través de la historia han mostrado una tendencia a atormentar y torturar, antes de darles muerte, tanto a sus iguales los humanos como a sus iguales los no humanos. Ningún otro animal muestra demasiado interés por hacer esto.
Si bien pasamos por alto nuestro propio salvajismo, exageramos el de otros animales. Por ejemplo, el temido lobo, el malo de tantos cuentos populares, es un animal muy social, fiel y cariñoso con su pareja —no sólo durante una estación, sino para toda la vida—, un padre dedicado y un miembro leal de la manada, según han demostrado cuidadosas investigaciones de zoólogos que lo han estudiado en condiciones naturales. Los lobos casi nunca matan, excepto para comer. Si los machos se pelean entre sí, la pelea acaba con un gesto de sumisión en el que el vencido ofrece a su conquistador la parte interna de su cuello, la zona más vulnerable de su cuerpo. Con los colmillos a una pulgada de la yugular del adversario, el vencedor se contenta con la sumisión y, contrario al conquistador humano, no mata al enemigo vencido.
Al compás de nuestra imagen del mundo animal como una sangrienta escena de combate, ignoramos hasta qué punto las otras especies presentan una vida social compleja, reconociendo a otros miembros de su especie y relacionándose entre sí individualmente. Cuando los seres humanos se casan, atribuimos su intimidad al amor mutuo que sienten y nos afecta profundamente el dolor de un ser humano que ha perdido a su esposo o su esposa. Cuando otros animales se emparejan para toda la vida, decimos que el instinto es lo único que les mueve a esa conducta, y si un cazador o trampero mata o captura a un animal para la investigación, o para el zoológico, no se nos ocurre pensar o considerar que pueda tener una «esposa o esposo» que vaya a sufrir por la desaparición repentina del animal muerto o capturado. De modo similar, sabemos que separar una madre humana de sus hijos es trágico para ambas partes; pero ni al granjero ni al criador de mascotas o animales para investigación le importan nada los sentimientos de las madres no humanas ni de sus crías, a los que separa rutinariamente como parte de su trabajo.
Curiosamente, aunque la gente rechaza con frecuencia aspectos complejos de la conducta animal calificándola de «mero instinto» y, por tanto,considera que no merece comparación con la conducta aparentemente similar de los seres humanos, esta misma gente también ignorará o menospreciará la importancia de simples esquemas de conducta instintiva cuando les sea conveniente hacerlo. Así, se dice a menudo que tener metidas en jaulas a las gallinas ponedoras, a los terneros y a los perros dedicados ala experimentación no les causa ningún sufrimiento puesto que nunca han conocido otras condiciones. (…) Esto es una falacia. Los animales tienen necesidad de ejercitarse y estirar sus miembros o alas,de acicalarse y de darse la vuelta, independientemente de que hayan vivido o no en condiciones que les permitan hacerlo. A los animales que viven en manadas o rebaños se les perturba cuando se les aísla de los miembros de su especie, aunque no hayan conocido nunca otras condiciones, y si la manada o el rebaño son demasiado grandes puede producirse el mismo efecto por la incapacidad del animal individual de reconocer al resto de los individuos. Estos desórdenes se manifiestan en forma de «vicios» como el canibalismo.
La ignorancia reinante sobre la naturaleza de los animales no humanos es responsable de que quienes los tratan de esta forma puedan eludir todas las críticas diciendo que, después de todo, «no son humanos». En efecto, no lo son; pero tampoco son máquinas para convertir forraje en carne, ni son instrumentos de investigación. Teniendo en cuenta lo atrasado que está, por lo general, el conocimiento del público respecto a los últimos descubrimientos de los zoólogos y etólogos que se han pasado meses y a veces años observando a los animales con un cuaderno y una cámara fotográfica, los peligros de incurrir en antropomorfismo sentimental son menos preocupantes que el riesgo contrario de que nos domine la creencia conveniente y útil de que los animales son pedazos de barro que podemos moldear como queramos.»
(Fuente: «Liberación animal», Peter Singer, Ed. Trotta)