Lo confieso: dejé a medias Eloy Tizón
Por Víctor G. (@libresdelectura)
Probablemente, o mejor dicho seguramente, sea de los únicos que hablará de este afamado autor de la manera que lo haré y, con total sinceridad, no será para destacar ni para ser la típica figura rara que resalta de un conjunto uniforme. No, porque todavía ni tengo una explicación clara del porqué realizo este comentario, lo que me impide recapacitar sobre cuestiones que desembocarían de ello.
Por suerte, he tenido el privilegio de conocer críticos devoradores compulsivos de libros y han sido ellos, o la gran mayoría, los que me han recomendado en multitud de ocasiones a Eloy Tizón, “el más original, personal y sorprendente de los narradores hispanos de los últimos 15 años” para Rafael Conte. Y probablemente, haya hecho esta crítica por las ganas que tenía, por fin, de conocerle. Antes de nada, recalcar que esta será una crítica totalmente personal acerca de la lectura de un libro que puede llegar más o menos a esos pequeños seres que se anidan en nuestro interior y que, sin ningún motivo aparente o que yo todavía no he sabido apreciar, deciden qué (y qué no) nos gusta.
Eloy Tizón es un maestro del cuento, nadie puede negar eso. Pocos como él tratan con tal cariño desgarrador las palabras, el amontonamiento armónico de cortas frases que provocan esa agilidad tan demandada a gritos por el relato breve. Tizón es de aquellos autores, como pudieron ser Dante, Rimbaud o Bolaño, que necesitaban escribir para vivir. Son aquellos cojos que sin su propio libro, sin su propia pluma, papel, palabras en general como muleta, no podrían seguir caminando. Y no hay idea más principal en este autor madrileño que la de seguir siempre avanzando, sin un objetivo claro más que el triste y siempre imperante asentamiento final, al que todos llegamos y al que nadie debería llegar; al parón, el fin de ese camino serpenteante, como la línea que atraviesa las hojas de los árboles, que tenemos (o entendemos) por vida. Y es que Eloy Tizón coge de todos los autores que podemos conocer. Es un escritor totalmente desengañado con la realidad (no hay que salir de nuestro país para ver a tantos y tantos autores como él), con una realidad para él amenazante, escondida en el rincón siempre más oscuro para acabar asustándonos con tropiezos que imaginábamos, que suponíamos y que esperábamos, pero que de igual forma nos siguen sorprendiendo. Es inevitable aplaudir su capacidad para la suspensión del tiempo en sus narraciones, que recuerdan a grandes cuentistas como Chéjov o Cortázar; y en estos tiempos en que la palabra austeridad toca la puerta de todas nuestras casas, tampoco podemos olvidarnos de la que él hace gala en sus composiciones.
Hablas con gente relacionada con el mundo literario, o los lees (en el caso de que no tengas la suerte de conocerlos ya sea porque están muertos o porque residen en otro escalafón social al que no has sido invitado) y a pocos encontrarás que no pongan la obra de Eloy Tizón en un pedestal, en el centro del panteón cuentístico contemporáneo; pocos te dirán que esta no es la obra cumbre, central, angular de la literatura breve de nuestra época.
Creo que a lo largo de mi vida he dejado a medias un único libro (y prometo que he leído muchos) y era también de alguien adorado hasta la saciedad, sobre el que he oído decir cosas incluso a ilustres catedráticos que nunca pensé ni que pudieran decirse a alguien que quieres. Era un libro de Zigmunt Bauman e incluso yo me sorprendí de cometer tal desfachatez.
Con los años me he dado cuenta de que debe leerse lo que a uno le guste. Siempre he pensado que no hay nada bueno o malo, sino más bien unos ojos más claros y otros más oscuros. Que hay personas que aceptan más el distanciamiento de opiniones que otras que solo dan la mano a la aproximación con su mentalidad. Y por todo ello me sabe mal decir que me ha costado tanto leerme este libro. Sí, he podido sonsacar muchos aspectos del autor, de su estilo realmente bueno, y he podido apreciar, aunque fugazmente, los aspectos que unen a todos los relatos. Pero ahí falta algo. ¿Dónde está el hacha que rompe nuestro mar helado que tanto defendía Kafka? Yo personalmente no la he encontrado. Decía Sábato que “un buen escritor expresa grandes cosas con pequeñas palabras; a la inversa del mal escritor, que dice cosas insignificantes con palabras grandiosas”. Esto, básicamente, es lo que conocemos desde hace tantos siglos como culteranismo. Pero no, Tizón parece en este aspecto la reencarnación de un Borges hipnotizado por el atomismo sintáctico de Epicureo, que tan bien podemos apreciar en La biblioteca de Babel. Nunca he congeniado con aquellos autores cargados de humildad (“uno es medio escribiente medio charlatán de verbena”), no se puede ser escritor (y en especial escritor de melancolías) sin tener un ego, destrozado o no, pero en definitiva ego. Si no, ¿quién sería capaz de publicar algo que contiene todos sus propios miedos? Dejas de ser la cúpula cerrada de pensamientos agónicos y melancólicos para, al momento de la publicación, ser un amplio valle sin árboles, sin nada que fronde o tape tu fondo, tu yo. No, no he congeniado con autores así, como el Inca Garcilaso o Torres de Villarroel, y tampoco lo he hecho con Eloy Tizón.
¿Y si dijera que he realizado este comentario únicamente leyendo el primer cuento? No, no lo voy a decir porque estaría mintiendo y porque me parecería una total falta de educación quedarme solo con unas primeras líneas. Pero podría decirlo. Sí puedo confirmar que no me lo he leído al completo. Me sabe realmente mal hacer este comentario, del cual tengo la certeza de que no agradará a más de un lector con paredes tapizadas de portadas tizonianas. Me sabe mal por eso y por lo otro. Podría pedir disculpas por herir sentimientos, por no regirme a una crítica estándar de un libro, por muchas cosas.
Pero no puedo acallar a esos seres que comentábamos antes que han decidido que este libro no les gusta.
Lo confieso: dejé a medias esta reseña.