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Orígenes (2014), de Mike Cahill

 

Por Jordi Campeny.

ORIGENESEl Dalai Lama dijo una vez que estaría dispuesto a modificar sus profundas creencias espirituales si la ciencia lograba convencerle. Los científicos, ajenos a los razonamientos espirituales o divinos (o religiosos), ¿estarían dispuestos a modificar las suyas y admitir que la ciencia no da respuesta a todo? Los seres humanos, aplastados por nuestra pavorosa pequeñez y por la finitud de nuestro camino, ¿necesitamos creer en algo más y por eso inventamos espiritualidades o, por el contrario, existen motivos reales para aferrarnos a ellas? ¿Puede haber vida más allá de la muerte? ¿Podrá algún día la ciencia ofrecer nuevas respuestas a la pregunta?

Orígenes, película de tesis según algunos, abre las puertas a la posibilidad de que lo terrenal y lo divino, lo científico y lo espiritual puedan, definitivamente, convivir e ir de la mano con naturalidad. Ian Grey, especialista en biología molecular especializado en la evolución del ojo humano, conoce a una misteriosa mujer, de la que se enamora perdidamente, cuyo iris es multicolor. Años después, su investigación lo lleva a hacer un descubrimiento asombroso, que podría cambiar la forma en que percibimos nuestra existencia.

Con este argumento, Orígenes, premio a la mejor película en el último festival de Sitges, explora la posibilidad de que, a través de la ciencia y del análisis empírico y contrastado, podamos llegar a conclusiones que ya apuntaron algunos hace muchísimo tiempo. Conclusiones espirituales, por denominarlo de algún modo. La película tiene la astucia de resguardar bajo el paraguas del relato sci-fi algunas reflexiones de marcado carácter new age que podrían llegar a provocar urticaria a algun sector del público más pragmático. Si éste logra digerir estos efluvios y se deja llevar por lo que ven sus ojos (más que nunca, los ojos), acabará sin duda alguna magnetizado y cautivado por la belleza, sensibilidad, alma y audacia de la propuesta.

Menos compleja y profunda de lo que pueda parecer, y de marcado carácter indie, cabe diferenciar, pues, dos aspectos a la hora de analizar el film. Por un lado, tenemos los elementos puramente cinematográficos. Éstos se utilizan de forma inmejorable, revelando a un Mike Cahill excelente a la hora de contar historias y absorber sensibilidades. Sus planteamientos formales son exquisitos: su manejo de la cámara, la composición de los planos, el uso de la banda sonora, el tratamiento de la luz, la armonía secuencial. La película se sustenta sobre los cimientos de una historia de amor como otra cualquiera, pero se redimensiona en el plano espiritualista.

ORIGENES2Aquí es donde entramos en el segundo aspecto a analizar. Y éste ya dependerá únicamente del background de cada espectador. Aquellos espectadores amantes de la filosofía new age quizás tropiecen con la película de su vida. Los espectadores más pragmáticos pero dispuestos a dejarse llevar (y engañar) por el cine bien hecho -entre los que uno se incluye- se hallarán ante una película bellísima, una fábula repleta de sensibilidad, una propuesta disfrazada de leve ciencia-ficción que, durante hora y media, consigue embellecer nuestra mirada y fantasear con la posibilidad de nuevas luces tras la oscuridad de la muerte . Y, definitivamente, la película no está pensada para un sector de espectadores: los guardianes de la razón y del pragmatismo más férreo que no crean en la posibilidad del cine como constructor de mundos paralelos incómodos y alejados de lo terrenal. Estos espectadores sin duda sentirán un rechazo frontal hacia Orígenes, y su discurso o mensaje les resultará pura cháchara de parvulario, o kitsch en el mejor de los casos, llegando, por extensión, a repudiar también su puesta en escena, considerándola almibarada.

Una película que pretende conquistar corazones más que intelectos, en definitiva. Y que invita al debate posterior. Uno intuye, por las reacciones y silencio de la sala frente al visionado de la película, que una mayoría de espectadores se sentirá altamente gratificado y emocionado tras la proyección. Y creerá (o querrá creer) que tras la mirada líquida y oceánica de un niño puede esconderse la historia entera de todos nosotros.

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