Las lecturas que Hemingway recomienda a los jóvenes escritores y otros consejos
Por Alejandro Gamero (@alexsisifo)
Arnold Samuelson era un joven estudiante de periodismo que, como tantos otros, soñaba con convertirse en escritor. En 1934, cuando contaba con solo 22 años, cayó en sus manos un relato que Hemingway había publicado en Cosmopolitan bajo el título de «Un viaje al otro lado» ‒y que más tarde pasaría a formar parte de su novela Tener y no tener‒. Samuelson quedó tan impresionado con la historia que sintió que necesitaba conocer a su autor a cualquier precio. Como ya tenía cierta experiencia como mochilero, no dudo ni un segundo en recorrer por sus propios medios los más de 3000 kilómetros que separaban donde se encontraba del lugar en que vivía Hemingway, concretamente desde Minneapolis ‒ en Minnesota‒ hasta Cayo Hueso ‒en Florida‒. Según escribiría más adelante, «parecía una tontería, pero un vagabundo de veintidós años que vive durante la Gran Depresión no debía tener muchos motivos para hacer las cosas».
Así que Samuelson cargó una mochila con su violín y su sueño y se lanzó al mundo para cumplirlo. Tras un largo viaje haciendo autoestop y colándose en vagones de carga ‒sí, como en las películas‒, el chico se presentó en la casa de Hemingway. Así es como describe su primer encuentro con el consagrado escritor: «Cuando llamé a la puerta principal de la casa de Ernest Hemingway en Cayo Hueso, salió y se puso frente a mí, con cierta molestia, esperando a que yo hablara. Yo no tenía nada que decir. No podía recordar una palabra de mi discurso preparado. Era un hombre grande, alto, ancho de hombros, con los pies separados y los brazos colgando a los lados. Se agachó un poco hacia adelante apoyándose sobre los dedos de sus pies, en el equilibrio instintivo de un luchador listo para golpear.».
A continuación Hemingway le preguntó qué quería, a lo que Samuelson respondió que había viajado desde Minnesota solo para verlo. También le contó que había leído su relato «Un viaje al otro lado» y que le había gustado tanto que había sentido la necesidad de conocer a su autor. Después de escuchar esto Hemingway pareció cambiar de actitud y se volvió más afable. Le comentó a Samuelson que en ese momento estaba ocupado, así que quedaron para el día siguiente.
Samuelson volvió a la hora acordada. Esta vez encontró a Hemingway sentado en el porche, con un vaso de whisky en una mano y un ejemplar del New York Times en la otra. Después de invitarlo a sentarse empezaron a hablar del relato publicado en Cosmopolitan. El joven no tardó en comentarle las dificultades con que se encontraba una y otra vez en sus intentos fallidos de escritura.
Hemingway respondió dándole unos cuantos consejos que no tienen desperdicio: «Lo más importante que he aprendido acerca de la escritura es que nunca se escribe demasiado. Pero nunca te quedes seco. Deja un poco para el día siguiente. Lo más importante es saber cuándo parar. No esperes hasta darlo todo. Cuando llegues a un lugar interesante y sepas lo que va a ocurrir a continuación, ese es el momento de parar. Dejarlo tal y como esté y no pensar en ello; deja que tu subconsciente haga el trabajo. A la mañana siguiente, cuando hayas tenido un buen sueño y te sientas fresco, se reescribe lo que se escribió el día anterior. Al llegar al lugar interesante donde sabes lo que va a ocurrir, partes de allí y paras en otro punto importante. De esa manera, consigues que tu texto esté lleno de lugares interesantes, nunca te atascarás y harás que sea interesante a medida que avanza».
Además, Hemingway aconsejó a Samuelson que evitara a los autores contemporáneos y que compitiera solo con los muertos, cuyas obras han resistido la prueba del tiempo. El joven escritor preguntó al veterano cuáles eran sus autores favoritos, a lo que este respondió con algunos nombres como Henry David Thoreau, Robert Louis Stevenson o Tolstói. Hemingway le preguntó si había leído Guerra y paz y como la respuesta fuera negativa le dijo: «Ese es un maldito buen libro. Debes leerlo. Vamos a ir a mi taller y voy a hacerte una lista con lo que debes leer».
Como resultado de ese encuentro Hemingway elaboró la siguiente lista formada por dos cuentos, trece novelas y una antología de poesía que, acto seguido, entregó a Samuelson:
«El hotel azul» de Stephen Crane
«Vacaciones en el mar abierto» de Stephen Crane
Madame Bovary de Gustave Flaubert
Dublineses de James Joyce
Rojo y negro de Stendhal
Servidumbre humana de Somerset Maugham
Anna Karenina de León Tolstói
Guerra y paz de León Tolstói
Los Buddenbrook de Thomas Mann
Saludo y despedida de George Moore
Los hermanos Karamazov de Dostoievski
El libro de Oxford de la poesía inglesa
La habitación enorme de EE Cummings
Cumbres borrascosas de Emily Bronte
Allá lejos y hace tiempo de WH Hudson
El americano de Henry James
Después de hacer la lista fue a su librería, tomó una colección de relatos de Stephen Crane y se la dio a Samuelson. También le entregó su propia novela Adiós a las armas, con la petición de que se la devolviera cuando la terminara, pues ya no tenía más copias de aquella edición. Samuelson se acabó el libro aquella misma tarde y al día siguiente estaba de vuelta para devolvérsela a su propietario. Hemingway le propuso entonces hacer realidad el sueño de cualquier escritor que acaba de empezar. El autor de El viejo y el mar se acaba de comprar un barco y necesitaba a alguien que le ayudara a cuidarlo.
Samuelson no lo dudó ni un segundo y durante el siguiente año recorrió junto a Hemingway toda la costa de Cayo Hueso y de Cuba convertido en su asistente. Como no había mucho trabajo que hacer hubo tiempo más que de sobra para mantener largas conversaciones sobre literatura y escritura. Como resultado de esta experiencia Samuelson escribió un libro titulado Con Hemingway: Un año en Cayo Hueso y Cuba. Tal vez no consiguió convertirse en el autor de éxito en que había soñado, pero compartir un año de su vida con su ídolo literario es, seguro, una vivencia de la que muchos escritores jóvenes sentirán envidia.
Siempre es bueno saber qué leían los buenos escritores. Y la verdad es que todos los títulos que Hemingway sugiere son verdaderos imprescindibles.
Saludos