Carnets, de Albert Camus
Por Ricardo Martínez.
Camus: Carnets (1935-1951)
Alianza,Madrid, 2014.
Alguien ha dicho que a un autor se le conoce (se le identifica, que es una palabra más definitoria a la hora de considerar una autoría) más por sus textos breves que por su obra valorada como larga o extensa.
Breve, más, habrá que decir, falsamente breve, por cuanto en lo breve ha de estar todo: todo el discurso, todas las palabras y, además, bien elegidas. En un texto breve no caben las digresiones o alusiones al paso o maquinaciones que sí tendrían cabida, de un modo más natural, en un texto largo. Solo hay que reparar en la obra de Edmond Jabés para obtener satisfacción respecto de esto que estamos considerando.
De ahí que el autor, cuando es el caso de la brevedad, ha de precisar sutileza, ingenio, inteligencia, capacidad de observación como elementos primarios, constitutivos de su obra. Y un primer ejemplo nos viene al paso en el caso del autor que nos ocupa: “Cielo gris, pero la luz se infiltra. Algunas gotas de agua cayeron hace un rato. Allá abajo la bahía comenzaba a esfumarse. Luces que se animan. La felicidad y los que son felices. No tienen sino lo que se merecen”
Obsérvese la delicadeza descriptiva, la imaginación, la sutil sugerencia… Cualquier lector, creo, se sentirá aludido y situado en un lugar preciso. Pero aún hay tiempo para reparar en lo más humano sin prescindir del marco descrito; esto es, se incluye una forma de sentir, además del decir; es cuando alude a la felicidad.
Eso es literatura: descripción material y moral, procura de interlocutor, construcción al amparo de una inteligencia que repara y observa. Y más ejemplos aún, a mi entender, avalarían la bondad de la escritura a que aludimos: “La voluntad es también una soledad”, o bien, “Liszt sobre Chopin: No se servía del arte sino para presentarse a sí mismo su propia tragedia” A quien leyere que entienda.
Camus anota, por fin: “Todo puede ordenarse: es simple y evidente. Pero interviene el sufrimiento humano y cambia todos los planes” Se trata, en fin, de la certeza de las palabras, de un corazón sensible y una forma de pensar-observar que trasciende la realidad obvia, y en ello nos ayuda a trascender, a hacer mejor compañía a nuestra propia soledad.