Ernest Hemingway en el ring
Ernest Hemingway es uno de los pilares de la narrativa norteamericana del siglo XX. Su pasión por la Historia (reflejada en recapitulaciones de experiencias en la Primera Guerra Mundial en Adiós a las armas y la Guerra Civil española en Por quién doblan las campanas, por mencionar un par de novelas) atravesaba también su pasión por la vida, de la cual dejan constancia sus cartas, salpicadas de leyendas de pesca, tragos en las noches calurosas en La Habana y frecuentes peleas con amigos y enemigos.
Sin embargo, el autor pocas veces es buen juez de su propia experiencia, tamizada a ratos por la imaginación. Su afición por el box, por ejemplo, lo llevó a crearse una falsa imagen de sí mismo, como atestigua su amigo y ocasional compañero de box, el también novelista Morley Callaghan:
Eramos dos boxeadores amateur. La diferencia entre nosotros era que él había prestado tiempo e imaginación al boxeo; [y] yo de hecho trabajé mucho con buenos y rápidos boxeadores universitarios.
Y es que Papa creía que bastaba incursionar en alguna actividad para acceder a la grandeza. Hemingway no perseguía el Nobel literario, pero a veces consideraba que el boxeo era más importante que su propia escritura, como dejó constancia durante una entrevista con Josephine Herbst: “mi escritura no es nada, mi boxeo es todo.”
Pero tal vez el alcance más grande de esta pretensión boxística se manifestó cuando escribe una carta a George Brown (entrenador de boxeo y amigo personal, publicada por Stephen J. Gertz) a propósito de un viaje a China, donde describe con su estilo apasionado y directo un par de rounds con un viejo amigo:
Él trajo los guantes y eran de esos pequeños y duros como ladrillos. Eso fue lo que me partió la boca. La segunda vez estábamos boxeando a la intemperie en un piso de cemento en el jardín tras el hotel. Temí tratar de tumbarlo a causa del cemento. Para que yo diga eso debí de haber estado magnífico.
Ulteriormente, no fue el talento boxístico, ni la pesca de grandes ejemplares ni la caza mayor en África ni todas las leyendas de su vida las que hicieron a Hemingway una figura clave de su tiempo: fueron las miles de páginas consagradas al esfuerzo; al miedo, al valor frente al miedo y la desazón frente a la incertidumbre, las historias contadas entre bombardeos, en plazas de toros y en hospitales militares, así como aquellas contadas en medio del mar. Tal vez para Papa la infinita fe que tenía en sí mismo (una fe con dejos suicidas), era la fe en su poder de narrar realidades, es decir de construirlas con el poder de su palabra.