Robert King inaugura la temporada de música antigua de L’Auditori de Barcelona
Por Marina Hervás
El pasado 5 de noviembre se inauguraba en L’Auditori de Barcelona la temporada 2014/2015 de música antigua. Su director, Joaquim Garrigossa, presentó, aprovechando la ocasión algunos de los highlights de la misma, que contarás con figuras como Ph. Jaroussky (26 de noviembre), la Pasión según San Juan de Philippe Herreweghe (27 de marzo), Jordi Savall (17 de noviembre), etc. así como una serie de conciertos en el marco del Museo de la Música de Barcelona, uno de los referentes en esta materia en el territorio español.
La presentación de la temporada fue a cargo de Robert King y el King’s consort. Interpretaron una pieza poco común en el repertorio, Why are all the muses mute? y Dido y Eneas, ambas de Henry Purcell (Londres, 1659-1695).
King comenzó con un momento didáctico, en el que propuso a los oyentes imaginaran la Inglaterra del siglo XVII. No sólo por la explosión cultural del momento, que se estaba produciendo en toda Europa dado el surgimiento del pensamiento racionalista y los primeros brotes ilustrados, sino también porque es precisamente en este momento cuando empieza a surgir la orquesta como la entendemos hoy en día. Sin embargo, todavía el concepto de orquesta no estaba desarrollado totalmente, lo que generaba un estilo de música que King definió como “flotante”, algo que los seguidores del barroco entenderán a la perfección sin más detenimiento en su concepto. Nos invitó a escuchar el concierto desde esa perspectiva, algo que no sólo generó nuevas lecturas sobre la pieza y la interpretación sino que también es un modelo pedagógico a considerar para integrar la escucha de la música antigua.
La primera parte, con Why are all the muses mute? fue, en general, correcta, aunque tanta corrección se quedó en lo plano. Es una obra de triunfo militar, en la que se elogia a Jaume II por su triunfo en una pequeña revolución tras su coronación. Este carácter maestoso, de grandes pasiones, que el texto refleja en la relación entre los hombres (en este caso en la figura de César) y los dioses (en este caso las musas). El texto recoge un poco de la esencia que Kafka desarrolló en su pequeño texto “El silencio de las sirenas”, algo que al mismo tiempo es temático en la preocupación del siglo XVII y XVIII, a saber, la relación de lo mitológico-natural con lo ilustrado-racional (Cfr. Adorno y Horkheimer, Dialéctica de la ilustración, Madrid, Akal, 2004). A nivel musical, todo esto, esta profundidad, quedó en un plano superficial, con algunas desigualdades de intención y de delineación melódicas. El sonido más logrado se conseguía, sin lugar a dudas, en los recitativos acompañados y, en general, en el trabajo a pequeña escala, también en lo vocal. El recitativo inicial, que invita al resto de los músicos a despertar (“awake, awake”). Así como el pianísimo final,, fue muestra de la calidad sonora que podían alcanzar y que no mantuvieron en toda la pieza, Eso daba lugar a altibajos de tensión, quizá causado por el ir y venir entre mezzofortes y fortes.
En la segunda parte se mantuvieron estas desigualdades aunque con momento más brillantes, como en general lo protagonizados por Lorna Anderson, que encarnaba a Dido.
Echamos en falta volver a la naturalidad de las voces de la primera pieza, a veces era una técnica quizá más moderna para el estilo instrumental. El trabajo corporal y teatral de los personajes protagonistas estuvo muy por debajo del de los secundarios, que destacaron especialmente en la escena de las brujas, que fue mimetizada con gran calidad por parte del conjunto instrumental. Fueron divertidos, grotescos y muy convincentes. Sin embargo, Dido y Eneas (Lorna Anderson y Peter Harvey), mantuvieron toda la representación un carácter frío y distante que dista, desde nuestro punto de vista, de la esencia del texto. La asepsia corporal y teatral, sin embargo, se vio compensada por una técnica impecable, algo que quedó patente especialmente en la parte final, desde la última entrada de Eneas, a mitad del tercer acto.
Dos obras muy buenas, una orquesta de primer nivel, pero un concierto que deja algo frío. Quizá obedece a diferentes concepciones del barroco, quizá la lectura de Purcell que aquí defendemos está más cerca de Monteverdi que de lo escolástico, quizá echemos en falta volver al sentido del texto aunque por ello se sacrifique la técnica estrictamente historicista. Tomando aquel famosísimo dictum de Pascal con mucha libertad podríamos decir que «hay razones del corazón que la técnica no entiende».