¿De verdad se basa Drácula en Vlad el Empalador?
Por Alejandro Gamero (@alexsisifo)
A la literatura conviene acercarse libre de prejuicios. Y es que sobre algunos libros existen ideas preconcebidas tan afianzadas que cuesta creerse que sean añadidos a posteriori inexistentes en el original. Es lo que ocurre en la relación entre Vlad III, más conocido como Vlad el Empalador, y el Drácula de Bram Stoker ‒una conexión que ha dado lugar a innumerables películas‒. Se da por sentado una y otra vez que el primero sirvió de inspiración para el segundo, pero lo único que ambos personajes tienen en común es el nombre y el hecho de que lucharan contra los turcos. Más allá de eso no solo no hay evidencias de que el Drácula de Stoker se inspiraba en Vlad Tepes sino que, incluso, cabe la posibilidad de que Stoker ni siquiera conociera al Empalador y que escogiera el nombre de su personaje por otros motivos.
En 1912 Florence, la esposa de Stoker, vendió los diarios que su marido había estado escribiendo durante la redacción de Drácula, una pista fundamental para comprender el proceso de elaboración de la novela. No fue hasta 1972 cuando los estudiosos de Drácula Raymond McNally y Radu Florescu redescubieron los diarios en el Museo Biblioteca Rosenbach de Filadelfia, por lo que durante décadas todo lo que se pensaba acerca de Drácula se basaba más en especulaciones que en datos verídicos. En su ensayo Drácula: sentido y sinsentido la experta en el personaje Elizabeth Miller señala el momento exacto a partir del cual empezó a asumirse que el vampiro de Stoker estaba inspirado en Vlad el Empalador: fue el también experto en Drácula Basil Kirtley quien señaló la conexión en 1958. A partir de ese momento la teoría se hizo tan sólida que hoy en día cuesta pensar que no fuera así.
Pero lo cierto es que no existe ninguna prueba documental de que Stoker conociera al personaje histórico de Vlad el Empalador. Sobre la inspiración de la novela hay que decir que es difícil separar la leyenda de la realidad. El hijo de Stoker, Irving Stoker, afirmaba que su padre se había inspirado en un sueño para escribir el libro. Al fin y al cabo, algunas de las mejores novelas góticas se basaban en sueños, como el Frankenstein de Mary Shelley. Sin embargo, aunque esto fuera cierto y Stoker se hubiera empezado a plantear su novela a partir de un sueño, eso no implica que detrás del libro no haya un profundo trabajo de investigación.
Una de las teorías más asentadas a lo largo de los años es que Stoker hubiera podido descubrir a Vlad el Empalador a través de Arminius Vámbéry, un profesor húngaro a quien el escritor conocía. En abril de 1890 Stoker y su amigo el actor Henry Irving cenaron con Vámbéry después de una representación teatral y se supone que en ese encuentro el profesor habría contado a sus invitados historias acerca de las atrocidades de Vlad Tepes. Esa idea ‒no documentada‒ se vio reforzada por el hecho de que Stoker incluyera el nombre de Vámbéry como personaje dentro de la novela, concretamente como colega de Van Helsing y experto en Drácula. Aunque más allá de eso hay que decir que Stoker y Vámbéry tuvieron poco contacto: no llegaron a reunirse en muchas ocasiones y no mantuvieron correspondencia.
Lo que sí podemos confirmar a partir de los diarios de Stoker es dónde se basó exactamente para bautizar a su personaje como Drácula. En el verano de 1890 Stoker leyó un libro de William Wilkinson titulado Relación de los principados de Valaquia y Moldavia y le llamó tanto la atención que copió pasajes enteros en sus diarios. El libro de Wilkinson contenía referencias a varios voivodas llamados Drácula. Y es que Vlad Tepes no es el único Drácula que existe. De hecho, el Empalador, que pertenecía a la Casa Drăculeşti, compartía el nombre con otros voivodas. Una nota a pie de página de Wilkinson nos da la pista definitiva: «Drácula, en la lengua nativa de Valaquia, significa ‘diablo’». En esa misma nota se aclara que los valacos aplicaban el nombre de «Drácula» a las personas que destacaban por su valentía, su crueldad o su astucia.
Eso nos lleva a pensar que Stoker no tuviera en mente en ningún momento a Vlad Tepes, como demuestra el hecho de que en la novela no haya ninguna referencia a leyendas o a la vida del personaje histórico. En su proceso de documentación, en lugar de utilizar datos biográficos de Vlad III, Stoker utilizó libros de supersticiones europeas e historias góticas sobre vampiros como «El Vampiro» de John Polidori de 1819 o Carmilla de Joseph Sheridan Le Fanu de 1871. Es más, en un principio este iba a provenir de Austria, pero más tarde cambio su procedencia por Transilvania, una localización habitual en las novelas góticas. Este cambio de espacio que llevó a que personaje histórico y literario compartieran procedencia, unido a la enorme maldad de ambos, hizo que la relación entre los dos Dráculas fuera inevitable dentro de la cultura popular, independientemente de que esa conexión no estuviera en la mente de Stoker.