Coherence (2013), de James Ward Byrkit
Por Jaime Fa de Lucas.
La jota está de moda, y no me refiero al baile nacional sino a la letra. Estos últimos años han surgido –o han confirmado su presencia– una serie de directores relativamente jóvenes cuyo nombre empieza por jota y cuyas filmaciones, a pesar de no tener un largo recorrido a sus espaldas, derrochan bastante calidad. Hablo de Joachim Trier (Reprise, 2006; Oslo, 31 de agosto, 2011), Jan Ole Gerster (Oh Boy, 2012) y ahora James Ward Byrkit con Coherence. Más allá de esta asociación lingüística exclusivamente anecdótica –y que queda muy bien como apertura–, hay que tener en cuenta a dos autores con los que Byrkit comparte patria y registros: Mike Cahill (Otra Tierra, 2011; Orígenes, 2014) y Shane Carruth (Primer, 2004; Upstream Color 2013). Si bien Trier y Gerster son europeos y sus realizaciones abordan el tema de la identidad de forma más realista y a través de situaciones y espacios más reconocibles, los norteamericanos añaden un toque fantástico que descoloca por completo al espectador.
Coherence es una película en la que una cena de amiguetes se transforma en un puzle. La excusa es un cometa que en esos momentos está pasando muy cerca de la Tierra y cuya energía parece trastornar a los seres humanos. Se llevó el premio a la mejor película en el Festival de Cine Fantástico de Bilbao. Aquí discrepo, no por el premio –seguramente merecido–, sino porque no me parece una película esencialmente fantástica o de ciencia ficción. Aunque está el cometa y aparece algún que otro detalle alejado de la realidad, no creo que sus fundamentos básicos atiendan al género, es más, podríamos encontrar evidencias en la película que señalarían hacia una posible alucinación colectiva. Si digo todo esto es porque esa etiqueta de “cine fantástico” puede parecer peyorativa y levantar prejuicios que resten valor al film –oímos la palabra fantástico y nuestro cerebro piensa en algo inverosímil y poco útil para cuestionar nuestro entorno, y al final percibimos la obra, sin ni siquiera haberla visto, como algo más cercano al entretenimiento y a las ocurrencias del director que a lo trascendental–.
El inicio del film recuerda mucho a Celebración (1998) de Thomas Vinterberg. Una cena aparentemente sencilla que de repente se transforma en algo mucho más complejo. El uso de la cámara es idéntico –recordando al movimiento Dogma 95–, cámara en mano, sin planos fijos, dando ese realismo que potencia la veracidad de lo expuesto. Este recurso es interesante, sobre todo en el contexto de lo que sucede después, ya que equilibra esa realidad fantástica que aparece posteriormente. La cámara en mano, que sigue a los personajes y se tambalea ligeramente y va de aquí para allá y hace un primer plano y lo combina con uno panorámico del grupo, proporciona un realismo que acerca el componente fantástico al espectador y lo hace parecer más real. Esa mezcla me parece magistral –me vais a perdonar que use tantas referencias–, resulta similar a lo que logra El proyecto de la Bruja de Blair (1999), conseguir que una situación a priori irreal nos llegue como algo posible, y es en esa posibilidad de que sea real donde reside el verdadero terror.
Aviso: a partir de aquí empieza a haber trazas de spoiler. Coherence tiene bastantes semejanzas con Primer (2004), dirigida por uno de los directores mencionados anteriormente, Shane Carruth. En ambas se produce una alteración espacio-temporal. En la de Carruth los protagonistas son causa activa de esa alteración, mientras que en la de Byrkit son receptores activos, siendo el cometa, supuestamente, la causa principal –no hay que subestimar a la droga–. Y digo receptores “activos” porque ellos alteran el funcionamiento de su realidad. Byrkit pone sobre la mesa la paradoja del gato de Schrödinger, esto es: hay un gato dentro de una caja y no sabemos si está vivo o muerto, las probabilidades están al 50%; si abrimos la caja obtenemos un resultado y alteramos el sistema, por lo que el acto de “medir” el sistema influye en el estado del sistema. Aquí los gatos son los personajes y la caja es la casa, y estos, cuando meten el bigote en otras casas, alteran el sistema –si es que hay otras casas–.
El guión es excelente. Mantiene la intensidad durante toda la película. Sorprende la naturalidad de las conversaciones, no hay falsedad ni disonancias, todo fluye a la perfección. Las interpretaciones también son magníficas. La espontaneidad de los actores está muy lograda. Tanto esa naturalidad como esa espontaneidad transmiten mucho realismo y refuerzan lo que comentábamos antes, equilibran la dimensión fantástica del film y todo parece mucho más real. Poca cosa negativa se puede decir, la labor del director es extraordinaria. Quizás el final podría haber sido algo más ambiguo. El hecho de que visualmente coincida un personaje con su doble en la misma escena produce un efecto de materialización de la abstracción que no era necesario. Bajo mi punto de vista, es una manera de confortar al espectador, de facilitar la digestión. Si hubiera mantenido esa abstracción, la sensación final hubiera sido mucho más satisfactoria por su mayor acercamiento a lo irreal.
Más virtudes: la sutileza del director. Palitos azules, palitos rojos, palitos… un recurso diferenciador que no abulta demasiado, poco voluminoso, que apenas ocupa espacio en la conciencia del espectador. La caja blanca con pala de ping-pong, con guante, con grapadora, los números de las fotos… Esa inclusión de azar que muestra cómo el ser humano es capaz de razonar tangencialmente –los personajes incluyen elementos regidos por el azar con el fin de identificar quién es quién–, pero al mismo tiempo vemos cómo las leyes espacio-temporales están a un nivel superior y difícilmente pueden ser engañadas por el intelecto. O el personaje que desconfía de sí mismo y decide ir a matar a su doble antes de que éste decida matarlo a él. A nivel estético, la escena en la que la chica rubia se encuentra al que cree que es su novio y sutilmente se proyecta una luz roja en la cara del chico y una luz azul en la de la chica. Detalles que nos dicen que estamos ante un director con una sensibilidad importante.
Quería remarcar la sincronía de esta película con el momento en el que vivimos. Coherence plantea cuestiones sobre la identidad en un trasfondo en el que las leyes físicas parecen no ser exactamente lo que pensábamos –sobre todo después de Schrödinger, Heisenberg, Einstein, la mecánica cuántica…– y en el que la identidad, en la mayoría de los casos, se define en relación con el otro. En el film hay un terremoto en estos dos ejes, físico e identitario, que agita la percepción de los personajes. El tema de la identidad se aprecia muy bien cuando la chica rubia –¿protagonista?– quiere encontrar su casa original a toda costa y lo comenta con otro personaje que cree que es de su casa y éste dice que da igual, que aunque no estén en la casa original, lo importante es pertenecer a una casa. Vemos cómo la identidad está cimentada en la pertenencia, en la referencia externa, en el contexto. Tanto las leyes físicas como el grupo de amigos funcionan como elementos externos que dan forma a la identidad y de los que depende la estabilidad y la comodidad del yo.
Claro, con todo esto, lo que experimenta el espectador es tremendo. Aparte de que Coherence funciona bien como película de terror, la dimensión espacio-temporal es alterada de tal forma que el espectador se encuentra en un estado de constante asombro y sospecha. No sabes por dónde te va a salir, es una de las películas más imprevisibles que he visto. En este sentido, me quito el sombrero porque consigue tenerte pegado a la pantalla durante todo el film. Sólo cabe añadir que la película hace con el espectador lo mismo que con sus personajes: si intentas medir el sistema alteras el sistema.