Seminci 2014: 2ª Parte
Por Miguel Martín Maestro.
El ritmo mortecino y de interés limitado se ha instaurado en la Seminci, era previsible aventurarlo, pero todos los años uno tiene la esperanza de una cosecha envidiable (la palabra cosecha no es un recurso lingüístico, es que seguimos confundiendo arte y cultura gastronómica, algo muy propio de esta ciudad) pero la realidad te devuelve al vino cosechero en vez de al gran reserva. El equipo directivo debería empezar a preocuparse de que crítica y público empiecen a mosquearse al identificar el festival con el origen del mismo, aquel festival de cine religioso y de valores humanos, demasiada religión y misticismo y muy poco compromiso social en el cine visto.
LO MEJOR.- ¿Mi película del festival? Es posible, ojalá todo lo que falta de ver fuera de esta profundidad, de este riesgo, de esta mala baba y de este calado, formal y de contenido. Kreuzweg de Dietrich Brüggemann, que viene precedida de cierta buena crítica en otros festivales, incluido Berlín, ha conseguido emocionarme en el retrato de un grupo familiar en las antípodas de mi ética personal, no es que sean católicos alemanes, es que son ultraortodoxos, la equiparación alemana a aquella corriente francesa de Lefevre, y con ciertas resonancias del Paraíso: Fe de Ulrich Seidl… y que se lanza a la compleja y dura propuesta de contarnos la historia de María, una joven de 14 años, empapada de la idea de sufrimiento, de pecado, de entrega y de devoción, quien decide entregar su vida a cambio de que su hermano de 4 años se cure de una “enfermedad” que le impide hablar. Sí, ya sé, suena a Ordet, pero no es Ordet, obviamente no es tan sutil, pero sí que esta familia católica recuerda a los ambientes calvinistas del cine danés más rotundo. El director opta por rodar la historia en 14 exquisitos, y alguno de ellos, memorable, planos-secuencia, siguiendo, y perdonen mi ignorancia, las 14 estaciones del calvario de Jesús. Asistimos a los últimos días de la vida de María, a su renuncia a vivir, con golpes de humor negro notables, como su imposibilidad física de tragar la hostia en sus últimos momentos, o la divertida escena de la clase de gimnasia donde María se niega a hacer ejercicios al ritmo de música satánica y es ridiculizada por su clase, que la tacha de intolerante, es cierto, en el fondo una persona intenta imponer su visión del mundo al resto de la clase, y provoca la reacción contraria, el que dice que su religión le impide correr, o aquel otro que dice que tiene que correr hacia atrás para no ser afectado por los mensajes satánicos de las canciones. Cómo las religiones anulan al individuo, le impiden ser racional, permiten el manejo y su dominio, le impiden el libre desarrollo de su personalidad, y cómo los adultos pueden disponer de vida y persona de los menores; todo esto provoca una sensación de enorme desasosiego que el espectador libera riendo ante lo extremo de las situaciones, pero ¿alguien duda de que la historia no pueda ser cierta?, qué duro tiene que ser vivir en la creencia de que todo lo placentero es pecaminoso y que el demonio no tiene nada mejor que hacer que ver la tele o poner música.
LO NORMAL.- Miss Julie, de Liv Ullman, por su parte, redunda en el preciosismo de las imágenes, en la cuidadísima composición simétrica del encuadre, en la perfección del entorno, sacando a los personajes de la obra de Strindberg demasiadas veces de la cocina, rompiendo el ambiente opresivo, y lastrada, quizás de dos interpretaciones nada afortunadas, Jessica Chastain se ve superada en el final de la película y no mantiene su cuidada y buena interpretación de la primera mitad, mientras que el John interpretado por Colin Farrell es un personaje que supera, en demasía, los valores artísticos del actor, imposibilitado de dar una réplica solvente a la actriz. Cuatro o cinco apariciones capitales de Samantha Morton como la cocinera prometida de Colin Farrell son suficientes para demostrar quién actúa con valía más que suficiente y quién no. Personalmente opino que se trata de otra versión más de La señorita Julia que nada aporta, es más, habría que eliminar esa copia del cuadro prerrafaelita de Ofelia al final de la película porque nada nos ilustra sobre la complejidad del personaje y sólo busca el preciosismo de la imagen más que la psicología compleja y dolorosa de dos personajes enfrentados en una lucha de clases a muerte.
En du elsker, de Pernille Fischer, no engaña, es una película ya vista muchas veces en el cine nórdico, tan dado al drama familiar, bien rodada, bien interpretada, bien diseñada, pero perfectamente reconocible, en la que antes de que ocurra algo dirás “y ahora va a pasar…” y efectivamente, pasa lo que habías presentido. El cine de Pernille es conocido ya en la Seminci, sus dramas familiares, sus generaciones enfrentadas, padres ausentes, hijos rencorosos, deudas de sangre y de familia a cobrar, tiempo a recuperar, redenciones, perdones, reparaciones, todo en un drama buenista de escaso recorrido para el recuerdo del espectador, se ve, se intuye, y se olvida al terminar, la historia del abuelo cantante, millonario y que regresa ocasionalmente a Dinamarca para actuar se transforma en una película de abuelo y nieto obligados a conocerse, el final es fácilmente imaginable por más que ocurran desgracias y desencuentros.
Gui lai (Regreso a casa). Zhang Yimou. Quién te ha visto y quién te ve, de chico malo del cine chino, llamado al orden por los herederos del gran timonel, a cineasta del régimen, casi reducido a director de comerciales de encargo, manteniendo el preciosismo de muchas imágenes en una historia que no engancha, en una mezcla de El hijo de la novia y Good bye, Lenin! a la que hubiéramos despojado de todo sentido del humor para ceñirse solamente al melodrama. Gong Li es la sufrida esposa de un disidente político condenado por intelectual, rehabilitado tres años después de su última detención en una escena muy poco afortunada en una estación de tren, cuando el marido regresa a casa, su esposa no le reconoce como tal, no estamos ante el Coronel Chabert de Balzac, aquí todo el mundo sabe que el que ha regresado es el marido, menos la esposa, cuya memoria ya no funciona. La película es el retrato del continuo intento por recuperar esa memoria maltrecha, eso sí, haciendo abstracción completa de la realidad china. Una película correcta pero sin alma, y se nota.
LO PEOR.- El cine mexicano está siendo maltratado en la sección oficial del festival, la segunda intentona tampoco consigue captar mi atención, innecesariamente alargada, reiterativa, demasiado contemplativa, con apenas diálogos, con alguna escena cuyo encaje no alcanzo a interpretar ni a ubicar, dos mujeres embarazadas del mismo hombre, la primera casada con otro hombre, la segunda la hija de la pareja del embarazador. Las dos caen la tirisia del título, una especie de depresión postparto, una se libera abandonando el árido paisaje del desierto mexicano en una salina explotada por una población indígena, la otra queda enferma de espíritu para siempre, no hay mucho más que contar, La tirisia de Jorge Pérez Solano. En otra división intenta jugar el dúo Adán Aliaga y David Valero con su “Arca de Noé” particular, son buenas y nada forzadas las referencias a nuestra crisis actual, económica sobre todo, de valores también, pero su inicio ya peca de pedante, Godard sólo hay uno, y un Godard feísta mucho menos, iniciar una película con una alocución metafísica en francés es una “boutade” más de las muchas que se van a soportar durante 75 minutos, propuesta arriesgada pero absolutamente fallida, que ha provocado el segundo pateo de la sección oficial, bien es cierto que eran las dos películas más arriesgadas, más rupturistas, pero también las menos logradas, las más absurdas y las de guión más encriptado, o a lo mejor es que el guión es muy malo y se ha pretendido enmascarar esa deficiencia en lo críptico.