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El poder (insuficiente) de las palabras para Franz Kafka

 Las palabras son una invención extraña. Por un lado nos acercan al mundo pero, por otro, hacen más evidente la brecha que nos separa del mundo. Por un lado nos permiten aprehenderlo e intentar comprenderlo y, por otro, hacen obvio que únicamente podemos aspirar a eso: una impresión, un rasgo, el trazo inconcluso de una imagen que se nos escapa. El mundo y su representación. La realidad y la imagen que nos hacemos de ella. La cosa en sí y la palabra que la nombra. “En las letras de ‘rosa’ está la rosa”, dice el verso de Borges, paráfrasis del de Shakespeare, en donde resuena este escepticismo: ¿Hasta dónde llega el poder de las palabras? ¿Será que son menos de lo que usualmente les atribuimos?

Una tarde de 1900, un joven cayó en esa sospecha. Tenía 17 años y pasaba el verano en Roztoky, una pequeña ciudad en la orilla este del Vltava (el río que los alemanes llaman Moldau), al norte de Praga. Había llegado ahí junto con su familia, todos recibidos por el jefe local del servicio de correos, un hombre de apellido Khon. El muchacho se encontró ahí con que una hija de Khon tenía casi su misma edad, motivo por el que fue más o menos inevitable que muchos de esos días los pasaran caminando juntos por el bosque aledaño. En esos paseos ella ansiaba que el joven la sedujera y de un momento a otro se atreviera a tocarla; él, sin hacer esto último, sí intentó lo otro, pero a su manera: leyéndole en voz alta pasajes de Así habló Zaratustra y alentando a la joven a estudiar y escribir. Ella se llamaba Selma, y él Franz Kafka.

En esa época Kafka leía mucho a Nietzsche y, también, comenzaba su itinerario tortuoso por “la vía de las mujeres” (Calasso), circunstancias bajo las cuales, al despedirse de Selma para regresar con su familia a Praga, escribió estas líneas en un álbum de ella:

Para Selma Kohn

[Entrada en un álbum]

Cuántas palabras en este cuaderno.

Están aquí para recordar. Como si las palabras pudieran contener recuerdos.

Porque las palabras son alpinistas torpes, mineros torpes. Lo suyo no es bajar con tesoros de las cimas de las montañas, o emerger desde sus raíces.

Pero existe una forma viva de la conciencia que pasa gentilmente, como una caricia, sobre todo lo memorable. Y cuando el fuego surge de las cenizas, candente y brillante, fuerte y poderoso, y lo miras fijamente como si estuvieras hechizado por su magia, entonces

Solo que nadie puede escribir en este tipo de conciencia pura más que con mano temblorosa y pluma sosa; podemos escribir únicamente en páginas tan limpias, tan poco exigentes como esta. Así lo hice el 2 de septiembre de 1900.

Franz Kafka

Hay mucha distancia entre este Kafka y el Kafka inclemente de los aforismos de Zürau; todavía tienen que pasar muchos años y muchas cosas para que el joven atormentado se convierta en el escritor atormentado. Y, con todo, ahí está en germen la suspicacia que caracterizará una parte de su literatura, la de creer en algo pero recelar de eso mismo; rozar el misticismo del mundo pero solo para abjurar de él y rechazarlo. Confiar en las palabras y utilizarlas para, al final, denunciar su insuficiencia. ¿Dónde están más los recuerdos: en los recuerdos en sí o en las palabras con que los recordamos?

Fuente: Faena Aleph

2 thoughts on “El poder (insuficiente) de las palabras para Franz Kafka

  • Gracias por vuestro aporte a la literatura

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  • Buen artículo. Efectivamente, las palabras son inexactas, insuficientes y, por lo tanto, lo que digamos o escribamos va a ser inexacto, insuficiente, también. Las palabras no bastan, siendo el mejor medio de expresarse, o el menos malo. Nuestra capacidad de expresarnos también es limitada. Es muy difícil expresar plenamente lo que queremos decir, de hecho, bastantes veces acabamos trasmitiendo algo distinto a lo que pretendiamos. Es la dificultad de la comunicación.

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