Sitges 2014: Under the Skin, One on One y Relatos salvajes
Por Jordi Campeny.
Un año más, los amantes de las películas de género, o del cine a secas, hemos tenido ocasión de devorar cine (del mejor, del bueno, del malo y del peor), durante doce días, en el 47º Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Catalunya, en Sitges. Este festival nos arranca definitivamente de los últimos estertores del verano (aunque el tiempo ha acompañado, y entre película y película hemos podido disfrutar de los últimos baños mediterráneos de la temporada) y nos deja de lleno en la rutina otoñal. Este duro tránsito se hace infinitamente más llevadero entre películas y buen ambiente. El impertérrito King Kong ha abandonado Sitges un año más; un año de muchísimas propuestas, quizás más variopintas que nunca (desde el gore surcoreano a la intelectualidad de Jean-Luc Godard; de los castores zombies de Zombeavers a la surrealista, impermeable y tarkovskiana La distancia; de la sátira anti-Hollywood del maestro Cronenberg, Maps to the Stars, a la fallida distopía catalana del debutante André Cruz Shiraiwa, L’altra frontera), pero con un marcadísimo acento fantástico, probablemente más que en otras ediciones. En la sección oficial, I Origins, de Mike Cahill y The Babadook, de Jennifer Kent, se alzaron con el Premio a la Mejor Película y Premio Especial del Jurado respectivamente. Otras de las películas destacadas de este certamen han sido ’71, What We Do in the Shadows, Musarañas, A Girl Walks Alone, Cold in July o la esperadísima Rec 4, dirigida en solitario por Jaume Balagueró. La película inauguró el festival y cierra la saga.
Aparte de las propuestas mencionadas, hubo muchas más que merecen atención. Algunas de ellas podremos verlas en las salas de cine en las próximas semanas y meses; otras, lamentablemente, no. Nos hemos detenido en tres de ellas. Puede que no sean las mejores. O sí. En cualquier caso, fueron las que probablemente llamaron más la atención al que esto escribe. Bendito poder de elección. Y bendita subjetividad.
Under the Skin es la vuelta al cine del director Joanathan Glazer tras nueve años de silencio. Una bellísima mujer infiltrada en la tierra (una glacial, impertérrita, desapasionada, perfecta Scarlett Johansson) tiene la misión de abducir autoestopistas y llevárselos a su mundo. Este es el punto de partida –y de llegada– de una película destinada a levantar pasiones y muchos rechazos, en ningún caso sensaciones tibias intermedias. Uno se suma, sin dudarlo, al primer grupo. Va a decepcionar a todos aquellos que, magnetizados por el cebo comercial del desnudo integral de Johansson y los elementos de la ciencia-ficción, busquen en ella una película convencional, con su narrativa y argumento. Con su habitual prosa. Nada de eso. Under the Skin no es prosa; es poesía. Y en ella se sugieren varios temas: el ansia, la gelidez emocional, la imposibilidad de empatizar, la identidad, la piedad. Es como si Glazer hubiera decidido despojar su película de todo convencionalismo cinematográfico, desnudar su obra como desnuda a sus personajes, dejándonos sólo la pura esencia. La película, con toques lynchianos y del Léos Carax de Holy Motors, es un virtuoso ejercicio de estilo (una de las propuestas visualmente más estimulantes y deslumbrantes que uno recuerda haber visto en mucho tiempo), pero también de pulso cinematográfico. El film avanza y crece sin avanzar ni crecer en realidad; hasta que en un momento determinado, un punto de inflexión, un personaje, hace que la protagonista sienta, por primera vez, un impulso humano. La compasión. La necesidad de entender; de empatizar. Un tránsito sin camino de vuelta que le obliga a hacer algo con este dolor que empieza a arder bajo la piel que habita. La cámara de Glazer trasciende lo racional, lo prosaico, y nos sumerge en un apasionante sueño febril del que no apetece despertar.
Por lo tanto, concluyendo: esta obra portentosa está destinada a no ser comprendida o, directamente, rechazada, por muchos. Qué más da, puesto que uno intuye, o quiere creer, que también está destinada a algo más: a convertirse en película de culto.
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Hace ya varias películas que los admiradores del eterno énfant terrible surcoreano Kim Ki-Duk tenemos que hacer esfuerzos extra para poder disfrutar de sus obras. Ya no se exhiben en las salas comerciales, y en los últimos años el Festival de Sitges parece ser la única plataforma que tenemos más o menos a mano para poder sumergirnos en su mundo enfermizo, complejo y desacomplejado, bizarro, estético, provocador, estimulante, poético, apasionante. Su última película, One on One, queda lejos de la excelencia de sus films más célebres (Hierro 3, Time, Primavera, verano, otoño, invierno… y primavera, La isla, Samaritan Girl, Dream…), pero, a pesar de ello, mantiene intacto su sello de identidad y su inmarchitable afán de provocar e invitar a la reflexión, ofreciéndonos además algunas escenas brutales que se niegan a desaparecer de la retina del espectador. One on One es un oscuro cuento de venganza que, bajo su apariencia de violento thriller criminal, esconde una feroz crítica al sistema, a la sociedad coreana, al ojo por ojo y a las cloacas del poder. Aunque la película resulta algo más precipitada, pomposa, deslavazada y discursiva del que viene siendo habitual en el prolífico Ki-Duk, mantiene sus buenas dosis de hiel, de mala leche, de salvaje incorrección política –y ética–, de lirismo hipnótico y extravagante. Aunque está condenado a ser un título menor, su mirada sigue siendo la misma, y constituye un estimulante y turbulento oasis en medio de tanto mojigatismo y pestilente corrección política. Es de agradecer, puesto que es lo que venimos a buscar en Sitges.
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Para terminar, nos centraremos brevemente en la última apuesta de la productora de Pedro Almodóvar, El Deseo. Relatos salvajes, del joven director argentino Damián Szifrón, es un delicioso y potente compendio de seis historias independientes unidas todas ellas por el tema de la venganza. Sus personajes, habitantes de una realidad anodina y reconocible, se verán empujados hacia el abismo y hacia el innegable placer de perder el control, cruzando la delgada línea que separa lo civilizado de la barbarie. La película, endemoniadamente divertida y maliciosa, constituye un tonificante ejercicio de cine desprejuiciado, desinhibido y mordaz. En el terreno artístico, el film es sobresaliente, tanto en el apartado interpretativo –inmejorable– como en el puramente cinematográfico. La caligrafía de Szifrón es sólida y portentosa (consigue algunos planos simplemente magníficos), así como su potente uso de la banda sonora. La película, auténtica y salvaje tragicomedia, te atrapa y absorbe sin apenas decaer ni un solo instante, para acabar conduciéndote, malévola, hasta una historia final desbordante, histriónica, loquísima y genial. No es conveniente desvelar mucho más de estos relatos; sólo animar a los espectadores a que la disfruten (arrasó en Argentina, convirtiéndose en la película de habla hispana más taquillera de la historia de su país). Un poco al modo tarantiniano, el director pone toda la carne en el asador. Resultado: un auténtico banquete de boda que te deja saciado; un puñetazo sobre la mesa, un “aquí estoy yo”. Un alocado, inteligente y desternillante festín.