«Bazar» de David Planell: un madrileño y dos moros entre la picaresca y la amargura

Por Horacio Otheguy Riveira

 

Sólo los martes a las 21 horas en el Teatro del Arte, una estupenda función de muchas risas, algunas sonrisas y un dolor profundo que nos hace más humanos, mejores personas. En la penuria del día a día, un madrileño, un maduro moro y su sobrino aparentemente ingenuo, entretejen una divertida historia que provoca emociones inolvidables. Es la esencia del teatro hispanoamericano munido de inmigrantes de todo el mundo que ahora «invade» este Madrid de locos divertidos y dramas increíbles.

 

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Tres personajes reconocibles en cualquier esquina de barrio madrileño —pongamos que Lavapiés— en la que conviven moros y cristianos, el morito joven que va a caballo del origen y el incierto futuro, su tío ya maduro que reniega de todo lo que le recuerde su tierra, y el desgraciado nativo que se cree más listo que el hambre…

Tres personajes formidables que se recelan mutuamente y mutuamente intentan robarse lo contante, lo sonante y hasta el alma si fuera necesario… y sin embargo se hacen querer los tres, los tres podrían ser partes de nosotros mismos. Un objetivo grande del teatro, plenamente conseguido en una obra intimista, que va creciendo poco a poco, sotto voce, entre risas sanas y risas crueles, como los tradicionales sainetes que han llenado nuestros teatros allá lejos y hace tiempo, pero que ya era hora que volviera el reconocimiento a esta forma de teatro popular divertido, profundamente social, tiernamente triste, revelador de un tiempo marginal en medio de la gran ciudad que, dicho sea de paso, podría ser la de cualquier lugar del mundo. Es la grandeza del teatro localista con vocación universal.

Los tres actores dan mucho de sí bajo una puesta en escena medida hasta el último detalle, reservándose para el final un momento sublime de silencio denso, de gestos significativos, de soledad inmensa que se entrega al espectador para que haga algo con ella, para que la comparta, para que se humanice, para que entre todos podamos sacar al Bazar del gueto en el que le hemos puesto sin quererlo ni saberlo.

 

 

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