Un cumpleaños por todo lo alto (y con mucha danza)
Por Eloy V. Palazón
La Compañía Nacional de Danza celebra su 35 aniversario con tres diferentes programas en los Teatros del Canal durante las próximas semanas. Fundada en 1979, ha sido dirigida por Victor Ullate, María de Ávila, Ray Barra, Maya Plisetskaya, Nacho Duato, Hervé Palito y José Carlos Martínez, su actual director artístico.
La primera propuesta, llamada Clásicos de hoy, está integrada por el Allegro Brillante de Balanchine, el gran coreógrafo neoclásico, dos coreografías de José Carlos Martínez, Delibes Suite y Raymonda Divertimento, y la espectacular In the Middle, Somewhat Elevated de William Forsythe.
Tres de ellas ya se pudieron ver en el mes de mayo en el Teatro Real, pero se nota en este momento algo de progreso, de ligera madurez en el escenario. La obra de Balanchine, creada en 1956, muestra claramente su compromiso con la partitura de Tchaikovsky, la música visible, como él mismo decía. La relación entre la bailarina principal, en ocasiones también el bailarín, con el resto del cuerpo de baile es el resultado de una proyección visual del diálogo que se da entre el piano y la orquesta. Esta especial relación con la partitura sería llevada hasta el extremo en sus coreografías de música de Stravinsky, como el Apollo o Agon. Sin embargo, no es una proyección obvia la que se da, no es una escucha simplista la que hace Balanchine de las obras que escoge. Una escucha profunda, un análisis detallado. Decía Stravinsky en su Poética musical que “nos resulta imposible llegar al conocimiento del fenómeno creador independientemente de la forma que manifiesta su existencia. Según esto, cada proceso formal deriva de un principio”. Fue precisamente esto lo que buscó Balanchine, desvelar el fenómeno creador, el principio, a través de la danza. En realidad, la coreografía pensada por el ruso nacionalizado estadounidense es un cuestionamiento a la arquitectura musical y tras ese interrogatorio, un alumbramiento. La CND lo resolvió mejor que en el Teatro Real, pero aún se le resiste, se le escapa. La solidez que demanda Balanchine a veces no está conseguida.
El final de la velada, la coreografía de Forsythe, fue un buen broche final. El programa está pensado con una interesante coherencia: la línea genealógica que une Balanchine con Forsythe, a pesar de no ser obvia en un primer momento, se torna clara si pensamos en la cuestión técnica. Aunque sencilla en construcción, la exigencia técnica de la pieza de Forsythe es alta. La industrial música de Thom Willems, el compositor de cabecera de Forsythe desde que en 1985 hicieran juntos LDC, contrasta con el desdén de los bailarines, que, en realidad, son casi máquinas danzantes. Pero máquinas que “yerran” en sus pasos, que lo tienen que hacer hasta tres veces para dar el paso definitivo y correcto. Es una coreografía del “intento”. Dice el propio Forsythe en su texto Choreographic objects que “la coreografía y la danza son dos prácticas distintas, muy diferentes. En el caso de que la coreografía y la danza coincidan, la primera sirve como canalización del deseo de danzar”. Es nuestra sensación de que esa canalización no se da aquí de forma clara la que nos ofrece esos preciosos momentos de perseverancia ante el error, tal y como ocurre de forma evidente en el solo masculino.
Una cosa que se agradece enormemente, respecto a lo visto en el Teatro Real, es que se haya decidido no poner música enlatada. Pero habiendo oído a la orquesta que acompaña a la CND estos días creo que era mucho mejor la artificialidad anterior. La orquesta sonó mal y, en ocasiones, muy mal. Ya no sólo porque su ejecución fue bastante pobre y técnicamente mejorable, sino porque en algunos puntos supuso un gran lastre para los bailarines. Por ejemplo, la claridad técnica con la que interpretó Natalia Muñoz su solo en Raymonda Divertimento se vio empañada por la suciedad con la que la orquesta interpretó su parte. Mucho más grave fue la cuestión rítmica en el penúltimo número de la misma obra. Cuando la solista, Mathilde Froustey, entró en escena tuvo que tirar de la orquesta, cuando era ésta la responsable de impulsar hacia delante el paso de la bailarina. Una dislocación rítmica imperdonable.
En cualquier caso, un programa muy interesante que nos ofrece un buen panorama de las propuestas que José Carlos Martínez está impulsando dentro de la compañía.
La compañía abre sus puertas al público
Hay que destacar el enorme empeño que está poniendo la CND, con el patrocinio de Loewe, para hacer llegar la danza a todo el mundo. El pasado fin de semana, la compañía abrió sus puertas, mostrando ensayos y organizando talleres que culminaron el domingo en una gran performance en la Nave 16 de Matadero Madrid dirigida de forma magistral por la bailarina Agnès López, con el apoyo de sus compañeros Antonio de Rosa y Elisabet Biosca, tres de los bailarines que podremos ver la próxima semana en los Teatros del Canal.
Especial mención merecen los cuadernos educativos que está diseñando la profesora Elna Matamoros, en dos versiones, una para público general y otra para niños. Un acercamiento básico pero narrado con enorme inteligencia. El primero trata sobre George Balanchine y se está preparando el segundo, sobre las puntas.