Entrevista al hombre que conoció las ciudades invisibles (de Italo Calvino)
Por Martín Ibarrola.
El martes pasado, durante mi estancia en Venecia, conseguí entrevistar al conocido viajero y mercader Marco Polo. El entrevistado ultimaba los preparativos del que, asegura, va a ser su último viaje. En los años 70, Italo Calvino ya recolectó y escribió las andanzas de este aventurero durante el mandato del emperador tártaro Kublai Kan. Marco Polo recorrió en su juventud las ciudades más exóticas y alejadas que jamás se hayan descrito, descubrió minerales y alimentos desconocidos para occidente, holló rutas de comercio donde antes sólo había peligros y animales salvajes.
Marco Polo rara vez concede entrevistas y nunca permite que lo fotografíen. Luce una barba alargada y áspera, aunque su rostro aún se mantiene terso, como si en algún lugar guardase un retrato arrugado y envejecido. La charla, en exclusiva para Culturamas, se organizó en su propia casa, rodeados de muelas gigantes, sillones con formas de animales y jarrones estridentes. Marco fumaba una larga pipa de ámbar. Fumaba despacio.
Horas después de nuestra conversación, el entrevistado partía en busca de su última aventura.
M.I: Perdone el descaro, pero ¿cuántos años tiene usted?
M.P: Digamos que aún no he vivido lo suficiente como para olvidar mis viajes (se ríe, ronco).
M.P: Se rumorea que ésta será su última travesía. ¿Ya ha decidido dónde va a pasar el resto de su vida?
M.P: He barajado tantas posibilidades. Me atrae Isidora, la ciudad de los sueños viejos, u Octiavia, que cuelga entre dos riscos. Me atrae también Zirma, de la que tengo recuerdos tan claros, o las ciudades vacías de Eutropia. Lalage, con la luna posada a su lado. Isaura, ciudad de los mil pozos. Irene, Leonia… La lista resulta interminable. Aunque todas esas ciudades habrán cambiado. Serán distintas. Y es inútil preguntarse si estarán en mejor o peor estado que cuando yo las visité. No existirá ninguna relación entre la nueva ciudad y la antigua, de la misma manera que las viejas postales no representan la ciudad como era, sino a otra ciudad que por casualidad se llama del mismo modo. En fin, no lo sé, no tengo un rumbo fijo. Supongo que acabaré por improvisar mi camino.
M.I: Italo Calvino aseguraba que a usted la vuelta de un viaje nunca le resultaba demasiado fácil. No debe ser sencillo volver a adaptarse a la rutina.
M.P: Es cierto que, cuando vuelvo de un viaje largo, siento ese ayuno de mi propia lengua, de mi hábitos anteriores. Me encuentro fuera de contexto y, al principio, apenas puedo contar aquello que he visto. Solamente soy capaz de expresarme extrayendo objetos de mis maletas, tambores, abanicos, collares de colmillos de jabalí, cocos… y señalando con gestos, saltos, gritos de maravilla o de horror, o imitando el aullido del chacal y el grito del búho.
M.I: Pero, cuando vuelve y consigue adaptarse a su viejo entorno, ¿echa de menos las otras ciudades?, ¿vive con el deseo de viajar de nuevo?
M.P: De una ciudad no disfruto las siete o las setenta y siete maravillas que alberga, sino la respuesta que da a una pregunta mía, y cuando un lugar ya no me suscita más preguntas, entonces trato de encontrar otro que lo haga.
M.I: Por eso viaja, ¿para encontrar respuestas?
M.P: No exactamente. Siempre he creído que el viajero sólo es capaz de reconocer lo poco que es suyo cuando descubre lo mucho que no ha tenido y no tendrá.
M.I: Parece que en su último viaje no tiene ninguna intención de retorno. ¿Se ha cansado de las ciudades que ya conoce?
M.P: Tal vez. Vivimos en un mundo cubierto de ciudades que pesan sobre la tierra y sobre los hombres, un mundo abarrotando de riquezas y de estorbos, recargado de ornamentos y de misiones, complicado por mecanismos y jerarquías, hinchado, tenso, turbio. Pero, como ya le ocurrió al Gran Kan, en mis sueños todavía aparecen ciudades ligeras como cometas, tan trasparentes como las mosquiteras. Y, la verdad, quiero creer que aún tengo fuerzas para buscarlas.
Marco se excusó por la brevedad de la entrevista. Decía necesitar algo de tiempo para empaquetar los mapas y las rutas de viaje y reorganizar las maletas. Dijo también que partiría al anochecer. Yo no conseguí ver ninguna maleta en toda la casa. Quién sabe si volveremos a verlo. Tal vez nos lleguen noticias de él desde alguna ciudad microscópica o desde un pueblo donde las calles cambian dependiendo del humor del que las mire.
Afortunadamente, vuelva o no, siempre nos quedarán las ciudades que ya confesó haber visto. Eso se lo debemos a Italo Calvino.
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Las ciudades invisibles
Italo Calvino
Siruela
172 pp. , 14 €