62 Festival de San Sebastián: Vida salvaje
Por David Garrido Bazán.
WILD LIFE – Viaje a ninguna parte
Tal y como han ido desarrollándose los días y obviando piadosamente las dos películas españolas presentadas en Sección Oficial fuera de concurso, la muy fallida Lasa y Zabala de Pablo Malo y la esperpéntica –en ambos sentidos del término, el bueno y el malo– Murieron por encima de sus posibilidades de Isaki Lacuesta que solo han servido para bajar aún más el nivel medio, los cronistas nos agarramos ayer a la última propuesta a competición, la francesa Vie sauvage (Vida salvaje) dirigida por Cédric Kahn como náufragos a un madero flotante, a ver si a la última dábamos con esa peli incontestable que tanto echamos a faltar en esta 62 Edición. Y tampoco fue, claro.
No es que la cosa no empezara bien: Vida Salvaje cuenta de forma muy potente la huida precipitada de una madre con sus tres hijos que abandona una destartalada caravana para buscar refugio en casa de sus padres. Los pequeños no están nada de acuerdo con la decisión y muestran no poca resistencia, hasta el punto de querer huir con su padre cuando éste viene a reclamarlos. Pronto descubrimos que esa familia rota es producto de una huida voluntaria de la civilización y sus reglas: el padre no cree en la sociedad tal y como está construida y prefiere vivir al margen de ella, manteniéndose cultivando campos y criando animales en sintonía con la naturaleza. La madre, inicialmente de acuerdo, se ha hartado de sus inconvenientes y prefiere criar a sus hijos en un ambiente más normal. Antes de que un juez decida sobre la custodia, el padre aprovecha un permiso para llevarse a sus dos pequeños y desaparece con ellos ocultándose de la policía durante los siguientes diez años. La película de Cédric Kahn consta de dos partes bien diferenciadas: la huida en esos primeros meses y, tras una elipsis algo grosera que nos hurta lo que podría haber sido un proceso harto interesante, la rebelión de sus hijos, ya adolescentes, cuando descubren que las reglas del padre a las que han de someterse son igual de estrictas e incoherentes que las de esa sociedad de la que han vivido al margen. Hartos de clandestinidad, los hijos plantean un serio conflicto de intereses.
Basada en un hecho real, Vida salvaje es una película en mi opinión bastante sólida, pese a que desde un momento cualquier espectador con dos dedos de frente sabe que esa huida a ninguna parte es un proyecto tan utópico como descabellado que está condenado al fracaso de antemano. Apoyado en un excelente trabajo de un por una vez bastante contenido Kassovitz, la película transita por caminos nada sorprendentes pero se maneja en unos registros realistas –los Dardenne están en la producción y eso se nota– que apuntalan su credibilidad. Aunque no inventa nada, resulta bastante más coherente que muchas de las películas que hemos visto en esta sección oficial cuyo palmarés conoceremos hoy sábado a partir de las 20:30 hora local.