Crónicas ligerasEscena

El Nombre: una comedia con mucho mucho ritmo

Por Mariano Velasco

Por encima de su muy entretenido guión, de sus brillantes y ágiles diálogos, de sus personajes hábilmente trazados y de su tan ingenioso como equilibrado sentido del humor, si hay algo que hace que El Nombre -original de los franceses Matthieu Delaporte y Alexandre de la Patellière, desde abril en versión de Jordi Galcerán y dirección de Gabriel Olivares en el Teatro Maravillas de Madrid- resulte un espectáculo la mar de entretenido es su apabullante y vertiginoso ritmo, que no da tregua ni a actores ni a espectadores de principio a fin.

Las situaciones cómicas se suceden la una a la otra con tal rapidez y frescura que, pese a su inverosimilitud, nunca o casi nunca llegan a resultar forzadas (una única excepción: la que da paso al desenlace final, que tal vez chirría ligeramente). Y la alternancia de situaciones suele suceder además en el momento justo, cuando una ya está lo suficientemente exprimida y parece a punto de agotarse porque ya no da más de sí… ¡zas!, se plantea una ocurrencia nueva, tanto o más sorprendente que la anterior.

No solo hay ritmo de diálogo en El Nombre, también lo hay de movimiento de actores en un escenario que se mantiene invariable durante toda la representación. Isabel (Amparo Larrañaga) y Pedro (Antonio Molero) ocupan casi siempre, como dueños de la casa que son, las posiciones centrales de la escena, pero aún así no dejan de desplazarse por esta con estudiados movimientos, ella entrando y saliendo continuamente de la cocina, y él dando réplica a sus interlocutores. Uno percibe con agrado cierta sensación de baile escénico, un ambiente de comedia de enredo moderna que no deja de lado tampoco una pretendida visión cinematográfica del asunto.

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Gustan mucho los actores en esa apuesta por el ritmo desenfrenado. A Molero, debido al peso de ese tipo de personajes que suele interpretar en televisión y a ese cierto deje de barrio que a veces se le escapa, bien que se le podría haber hecho cuesta arriba el papel del resabiado profesor de literatura al que interpreta, pero acaba consiguiendo ese equilibrio – digo yo que buscado- entre un tipo con aires de intelectual pero lo bastante desenfadado y echaopalante como para plantarle cara al listo del cuñado.

Jorge Bosch -a este ya no es tan fácil verlo como al Papa Borgia que interpreta en la serie Isabel– está espléndido: graciosillo, burlón, irreverente, embaucador e insoportable a veces, vamos, lo que viene siendo un cuñado en toda regla. Amparo Larrañaga es tal vez quien mejor alcanza de todos ese objetivo tan difícil para un actor que es hablar deprisa, muy deprisa, y que se te entienda todo. Se luce especialmente en un monólogo bien avanzada la obra que, irremediablemente, finaliza con aplausos antes de hacer mutis por el foro. Kira Miró sabe estar simpática y borde según toca, y suelta en su momento un par de tacos que los clava. Tal vez César Camino sea el que mantiene el ritmo más bajo de los cinco, pero también porque su personaje resulta ser, de por sí, más calmado que el resto pese a ir cobrando protagonismo a medida que avanza la obra.

Lo del sentido del humor equilibrado es otro rasgo más que destacable de El Nombre. Se trata en efecto de una obra que no abusa de ningún tipo de las gracias al uso: ni cae en lo escatológico, ni en lo pornográfico, ni en lo absurdo, ni siquiera en lo pretendidamente intelectual. Todo en su justa medida. Mucho tiene que ver ello con el éxito de la obra, que gusta a todo tipo de público y que de momento parece que aguantará en cartel hasta noviembre, llenando desde abril sin haber recurrido a ruidosas campañas de promoción.

No hemos hablado, a estas alturas, del argumento de El Nombre, pero es que ante una obra de este tipo, llena de sorpresas y giros inesperados, lo mejor es no contar mucho, me lo van a perdonar. Diremos solo que el punto de partida es una reunión de amigos y familiares en casa de Isabel y Pedro. Vicente (Jorge Bosh), el hermano de Isabel, que es el primero en llegar, va a ser padre por primera vez y les cuenta al resto, con toda la intriga del mundo antes de que llegue su mujer, cuál va a ser el nombre del niño. La que se lía es fina.

A partir de esta primera situación se irán sucediendo toda una serie de nuevas ocurrencias en las que las aparentemente inocentes mentiras podrán ir dando paso a las más crueles verdades. El resultado: que lo que iba a ser una tranquila y agradable reunión se convierte en un tenso combate a degüello en el que los protagonistas se sinceran con mayor o menor acierto los unos con lo otros (qué fácil es a veces meter la pata hasta el fondo, y más si hay whisky o vino de por medio) y acaban poniendo todo su empeño en llamar a las cosas…, pues eso, por su nombre.

Pruébenlo ustedes en casa si quieren. Yo no digo nada…

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El Nombre

Autores: Matthieu Delaporte y Alexandre de la Patellière.

Versión: Jordi Galcerán.

Dirección: Gabriel Olivares.

Reparto: Amparo Larrañaga, Jorge Bosch, Antonio Molero, César Camino, Kira Miró.

Lugar: Teatro Maravillas.

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