El ego exagerado de Krystian Bala
10 de diciembre de 2000. Una tranquila y fría tarde en Chobienia, una pequeña población bañada por el río Oder, en el suroeste de Polonia, a ochenta kilómetros de la ciudad de Wroclaw. Un cuerpo sólido flota en torno a la orilla; el pequeño grupo de ociosos pescadores que lo divisa lo confunde con un trozo de madera. Pero algo así como un amasijo de hilo, como un ovillo de pelo, reclama su atención. Se aproximan. Y entonces, asustados, se percatan. La madera no es tal: la madera es un hombre. Raudos, llaman a la policía, que rescata el cuerpo de las aguas. Y estupefactos descubren que el cadáver presenta clarísimos signos de violencia: sus manos han sido atadas por detrás de la espalda y una parte de la cuerda está unida a su cuello mediante un nudo experto, de manera que el menor movimiento del hombre suponga una mayor tensión de la cuerda y, por tanto, un mayor ahorcamiento. No hay duda: se trata de un asesinato.
La víctima, de gran estatura, pelo largo oscuro y ojos azules, resultó ser el pequeño empresario de Wroclaw Dariusz Janiszewski, quien había sido visto por última vez el 13 de noviembre saliendo de su empresa de publicidad. La investigación comenzó sin ningún indicio previo. Numerosas pesquisas, numerosos interrogatorios fueron llevados a cabo: nada concluyente se obtuvo de la investigación. Dariusz no tenía deudas ni enemigos, era una persona tranquila y, según sus conocidos, “incapaz de hacer daño a nadie”; tras seis meses, la policía polaca, desconcertada, no tuvo más remedio que archivar el caso.
Hasta que, en 2003, el joven detective Jacek Wroblewski, del Departamento de Homicidios de Wroclaw, decide enfrentarse con los principales casos irresolutos de la región. Y es entonces cuando se topa con el asesinato de Janiszewski, a priori el más oscuro, el más complejo, el más indefinido de todos. Tras analizar los informes forenses, llega a dos conclusiones. La primera: que el robo quedaba descartado como móvil principal del crimen, dado que las tarjetas de crédito no habían sido utilizadas. Y la segunda, aún más evidente: que el atacante o los atacantes habían actuado con gran ensañamiento –si bien no hubo signos de abuso sexual–, a tenor del aspecto que el cuerpo presentaba en las fotografías periciales.
Wroblewski pierde el sueño, se obsesiona con el caso, relee con ahínco el expediente. La principal pista es una llamada telefónica algo desconcertante que recibió la oficina de Janiszewski el día de su desaparición. Su madre, que hacía labores de secretaria, atendió el teléfono: alguien quería ver a su hijo, al parecer en relación con un asunto laboral. La voz era tensa, había mucho ruido. Ante la insistencia del interlocutor en hablar directamente con Janiszewski, la madre le facilitó su teléfono móvil. Según pudieron comprobar los investigadores, la llamada había sido realizada desde una cabina cercana; un minuto después, y desde la misma cabina, se registró otra llamada al móvil de Janiszewski. Pero ¿y qué? Eso no aportaba nada sobre la resolución del crimen. Todo seguía rodeado de igual bruma.
El detective no desistió. Así, en cierto momento se percató de un pequeño detalle: el móvil de Janiszewski no había sido encontrado; los peritos, por su parte, verificaron que el teléfono no había sido usado desde la desaparición. Wroblewski visitó a la mujer de Janiszewski, quien le facilitó la factura del teléfono móvil de su marido, en la que se indicaba el número de serie del fabricante. Y qué gran sorpresa cuando, días después, los investigadores descubrieron que, en un portal digital de compraventa, alguien había vendido un terminal con idéntico número. El vendedor obedecía al seudónimo de ChrisB[7]; detrás de ese sobrenombre se escondía, como se pudo averiguar a partir de la cuenta de correo electrónico asociada, un joven polaco llamado Krystian Bala: por vez primera, las pesquisas de Janiszewski apuntaban a un nombre concreto.
Aunque pronto le surgieron las dudas: ¿qué sentido tiene que un asesino tan meticuloso y preparado vendiera el teléfono móvil de su víctima en una subasta virtual? ¿No habría supuesto una provocación, una chiquillada, un gran riesgo? Perfectamente podría haberse encontrado el teléfono en la calle, o haberlo adquirido en una casa de empeños. Aunque no se rindió: continúo indagando sobre el tal Krystian Bala, intelectual treintañero vecino de Wroclaw, y descubrió que recientemente había publicado Amok (el término amok proviene del malayo meng-âmok, que significa “atacar y matar con ira ciega”), una novela inicialmente concebida por entregas en un blog de Internet y que acababa de ver la luz en formato papel. Wroblewski se hizo con un ejemplar y se lanzó a la lectura. La novela de Bala, de carácter violento y a veces pornográfico, versa sobre un grupo de ociosos intelectuales que, cuando se aburren de divagar sobre filosofía, se entregan desbocadamente a orgías de sexo y alcohol. Wroblewski, persona de tendencias conservadoras, no la encontró particularmente de su agrado; en todo caso, la leyó con una minuciosidad casi microscópica, tratando de encontrar algún indicio que pudiera ayudarle a esclarecer el crimen. Y fue justo al final del libro cuando Wroblewski se topó con un pasaje que le heló la sangre: en él, el protagonista, que curiosamente responde al nombre de Chris, asesina a su novia Mary con un cuchillo “apretando un nudo alrededor de su cuello”, tras lo que se libera de su cadáver arrojándolo al río. Después del crimen, no duda en vender el arma homicida en una web de Internet. Grandes coincidencias con el caso real, máxime teniendo en cuenta que la policía polaca no había hecho públicos todos los detalles del homicidio de Janiszewski, que tales datos no habían trascendido. ¿Sería posible que Bala, en su megalomanía, en su desbordante autoestima, hubiera arrojado información en su novela sobre el crimen que había cometido en la realidad?
Pero, ¿quién es Krystian Bala? Bala es un antiguo estudiante de Filosofía, de familia humilde, alta estatura, pelo rizado, mirada melosa y ojos claros protegidos por unas finas lentes de metal; sus amigos le bautizaron como Amour por su gran belleza y su éxito con las mujeres. Brillantísimo alumno, inquieto, noctámbulo y rebelde, Bala no dudaba en alternar su estudio de Wittgenstein o de Nietzsche, de quienes era gran admirador, con una suerte de borracheras y excesos casi diarios que no le impedían obtener las mejores calificaciones. Defensor de las teorías posmodernistas de Michel Foucault, Georges Bataille o Jacques Derrida –quien consideraba que el lenguaje no era portador de ninguna verdad–, Bala es un gran mistificador, un inventor de mitos sobre sí mismo que cree en la difuminación de la realidad a través de la palabra. En 1995 se casó con Stasia, su antigua compañera de instituto, que trabajaba como secretaria y que no sentía un gran interés por la filosofía o las artes, pero que siempre le había demostrado un amor y una fidelidad a prueba de bombas. En 1997 nace su hijo Kacper. Ese año Bala termina la universidad y se matricula en un doctorado en Filosofía, aunque lo abandona poco después para abrir una empresa que le permita mantener a su familia. Pero la personalidad de Bala no entronca mucho con el negocio, con la vida práctica: a principios de 2000 la empresa se hunde, a la par que su matrimonio. Tras la separación, Bala inicia una vida errática por Estados Unidos y Asia, donde imparte clases de inglés y de buceo, que simultanea con la publicación virtual de sucesivos capítulos de Amok; éste es, a grandes rasgos, el incorregible Krystian Bala, el mismo Krystian Bala sobre el que el inspector Jacek Wroblewski acaba de iniciar una insistente persecución.
Porque el inspector sigue creyendo que Amok es la clave para resolver el enigma de la muerte de Janiszewski. Cuanto más conoce a Bala, más le relaciona con Chris, el protagonista de la novela. No en vano ambos comparten numerosas características: los dos habían sido abandonados por sus mujeres, los dos habían visto cómo sus empresas se desmoronaban, los dos eran dipsómanos de primerísimo nivel. Además, el estudio psiquiátrico avalaba esta teoría: tanto Bala como su álter ego compartían egocentrismo, un alto coeficiente intelectual, la misma formación universitaria y análoga arrogancia. A pesar de todo, los psiquiatras fueron claros: basar la personalidad del autor en el de su personaje era a todas luces un gran error. Ese aparente simplismo de las teorías de Wroblewski, ese emparentar autor con personaje, carecía de cualquier validez jurídica y científica.
Sin embargo, una tarde cualquiera, a la salida de una farmacia de Chojnow, donde viven sus padres, Bala es detenido y trasladado a dependencias judiciales de Wroclaw para ser interrogado. Éste afirmó haber sido secuestrado y torturado, algo que Wroblewski, que dirigió personalmente el interrogatorio, negó con rotundidad. Ambos tuvieron un careo amistoso; Bala se muestra muy educado en todo momento. Cuando el inspector menciona el asesinato de Janiszewski, Bala se queda perplejo y niega cualquier relación con el finado, a quien dice no conocer. Wroblewski saca a colación el tema de la novela; Bala se defiende con comodidad, alegando que se trata de una obra de ficción. Pero el inspector tiene un as en la manga: la venta del teléfono móvil. Bala dice no recordar cómo lo obtuvo –no olvidemos que han transcurrido varios años–, dejando caer la posibilidad de haberlo adquirido en una casa de empeños, como había hecho previamente en varias ocasiones. Incluso se sometió a un examen poligráfico que no ofreció resultados contundentes. Así las cosas, no había más remedio que dejarle libre, no sin antes retenerle el pasaporte para frustrar cualquier posible huida del país. Y quiso el azar que el pasaporte se rebelara contra Bala: en 2002, un programa de la televisión polaca sobre crímenes había referido el caso de Dariusz Janiszewski. Durante varios días, la página web del programa recibió diversos mensajes desde Japón y Corea del Sur, algo a todas luces inhabitual. Wroblewski analizó el pasaporte de Bala, y comprobó que se hallaba en dichos países durante las fechas de emisión de los mensajes: otro peso más en la balanza de su culpabilidad, pensó Wroblewski.
Pero Amok seguía siendo una obsesión para el detective: la releyó varias veces y le entregó un capítulo a cada miembro de su equipo para que lo analizaran cuidadosamente. En un momento de la novela, Chris, refiriéndose a un hombre al que había matado con anterioridad, afirma que “fue asesinado por un ataque de celos ciegos”. Wroblewski decidió interrogar a varios amigos de Bala: la mayoría hablaron positivamente de él, si bien algunos no ocultaron que, tras la separación, Krystian se había vuelto violento y muy celoso en relación con su ex mujer, a la que consideraba, incluso después de la ruptura, poco menos que una propiedad. El testimonio de una amiga de Stasia comenzó a clarificar las cosas: ésta afirmó haberla visto bailando con Janiszewski en una discoteca de Wroclaw en el verano de 2000. Sólo faltaba interrogar a la propia Stasia; al principio se mostró muy poco colaboradora, aunque finalmente, tras leer la novela y percatarse de la extraña cadena de similitudes, admitió haberse encontrado con Janiszewski en la discoteca Crazy Horse. Según afirmó, en una ocasión fueron juntos a un motel, pero ella se negó a mantener relaciones sexuales tras reconocer Janiszewski que estaba casado. Bala, por su parte, fue consciente de este escarceo de su ex mujer; un día, completamente ebrio, armó en cólera contra ella, llegando a asegurar que había contratado un detective y que estaba al tanto de todo. En todo caso, Stasia no creía a Bala capaz de cometer semejante crimen.
Pero aún quedaría una gota para colmar el vaso de la evidencia: la policía científica descubrió que la llamada recibida en la oficina de Janiszewski el día de su desaparición fue efectuada con una tarjeta telefónica, que posteriormente se logró identificar. Y se descubrió que habían sido realizadas alrededor de treinta llamadas más con la misma tarjeta, cuyos destinatarios eran, entre otros, la ex mujer, los padres y varios amigos de Bala. Eran demasiados indicios: finalmente, y tras varios años sin conseguir cerrar el caso, Krystian Bala fue detenido y acusado del asesinato de Dariusz Janiszewski.
El juicio, que tuvo lugar en 2007, atrajo la atención de numerosos medios polacos e internacionales. Bala apareció tranquilo, en una especie de jaula, dirigiendo curiosas miradas a los presentes. Se presentaron las pruebas contra él: una de ellas fue, desde luego, su novela y las semejanzas con el crimen real. Bala negó todo, afirmó que se trataba de un libro filosófico y que el asesinato de Mary no era otra cosa que un símbolo, un modo de atentar contra la moral burguesa dominante. Sin embargo, cuando salieron a colación el resto de pruebas, Bala se volvió más tenso y menos teórico, y fue incapaz de elaborar una defensa contundente. Su principal argumento era el hecho de que nadie le había visto en compañía de Janiszewski. Pero eso no fue suficiente para convencer a la juez Lidia Hojenska, quien, tras descartar el contenido de Amok como una prueba fehaciente y admisible, concluyó que “las pruebas unidas nos dan suficiente base para decir que Krystian Bala cometió el delito de dirigir el crimen de Dariusz Janiszewski”. Si bien no era posible culpabilizar directamente a Bala de la ejecución del asesinato –incluso era muy probable, según la policía, que hubiera sido obra de más de una persona–, sí que se le acusó de la preparación y organización de éste. Así, el 5 de septiembre de 2007, ante la mirada congelada de sus padres, el irreverente Krystian Bala fue condenado a 25 años de reclusión. Bala recurrió la sentencia; su recurso fue estimado y se mandó repetir el juicio. De poco sirvió: el nuevo tribunal volvió a declarar culpable a Bala, confirmando la pena de 25 años. El recurso de casación, la última instancia de la que Bala disponía, fue rechazado en mayo de 2010.
El reputado periodista y escritor norteamericano David Grann, autor de un amplio y excelente artículo sobre Krystian Bala publicado en la revista New Yorker (y a quien debo agradecerle personalmente que me facilitara su texto a través de Internet, sin el cual estas páginas no existirían), tuvo la oportunidad de visitar a Bala en la cárcel de Wroclaw mientras esperaba el fallo de su recurso de apelación. Allí se encontró con un Bala desorientado, nervioso, con una copia de Amok bajo su brazo. Éste, que no se cansaba de repetir que había sido encarcelado por el contenido de un libro, le contó que estaba preparando una segunda novela titulada De Lyrik, una secuela de Amok, que, según él, iba a dar muchísimo que hablar. Bala había comenzado a redactar la novela antes de ingresar en prisión, pero la policía se había apropiado de su ordenador y no disponía de ninguna otra copia. Pues bien: las autoridades policiales le dijeron a Grann que habían encontrado en el disco duro suficiente información como para afirmar que Bala planeaba un segundo crimen: no en vano estaba recolectando información sobre Harry, la nueva pareja de Stasia. Cuando Bala se enteró de que Harry frecuentaba una sala de chat en Internet, se registró y lanzó la siguiente pregunta: “Perdón por molestarles, pero estoy buscando a un tal Harry. ¿Alguno de vosotros conoce a alguien de Chojnow llamado así?” El misterioso caso de Krystian Bala: esperemos que De Lyrik nos saque de dudas.
Información del libro:
Amok. Autor: Krystian Bala.