62 Festival de San Sebastián: Autómata, The Drop, A Second Chance

 

Por David Garrido Bazán.

Automata - PaseoAUTOMATA – La crucifixión cibernética de Banderas

Si uno se salta en cualquier festival el pase de prensa de una película de Sección Oficial a la que va todo el mundo, queda irremediablemente expuesto a un fenómeno inevitable: el que tu mirada se vea condicionada al recuperarla después tras haber leído cientos de comentarios sobre la misma en Twitter y Facebook, amén de lo que te dicen en persona aquellos que la vieron cuando debían. En el caso de la nueva película de Gabe Ibáñez –director de esa bizarra pero fascinante peli que era Hierro– producida y protagonizada por Antonio Banderas, las expectativas no podían ser peores a juzgar por la cantidad de palos de todo tipo que le cayeron en las redes sociales tras su pase de prensa.

Así las cosas, uno se acercaba con cierta desconfianza a ver dicha película, sobre todo porque pocas cosas enfadan más que perder el tiempo con una que casi todo el mundo desaconseja cuando hay tantas joyas que ver en un Festival como éste. Pero es Sección Oficial y uno se debe a verlo todo. No solo por priorizar tu propio criterio sobre el de los demás, sino por evitar esa terrible maldición que reza que si te pierdes una película a concurso, fijo que es la que gana la Concha de Oro. Y con tal de evitar la cara de gilipollas que se te puede quedar en esos casos, lo que sea.

Habrán observado que voy por el tercer párrafo y aún no he empezado a hablar de la película propiamente dicha y entre eso y lo expresado antes dirá el lector “mala cosa”. Sin embargo uno empieza a ver Autómata y la verdad es que la historia engancha: un mundo futuro desolado en el que el desierto rodea a los pocos supervivientes en ciudades rodeadas por altos muros que impiden a la chusma de fuera entrar, atmósfera interesante con aire retro y los protagonistas de la función, esos autómatas que tal y como se explica en los brillantes títulos de crédito, pasaron de héroes a villanos cuando fracasaron en su intento de evitar el avance del desierto y que ahora son blanco de las iras de aquellos que una vez vieron en ellos a sus salvadores, si bien no dejan de ser electrodomésticos pensantes y dotados de las Tres Leyes de la Robótica, perdón, de dos protocolos, que les impide dañar o dejar por inacción que un ser humano sea dañado. Banderas interpreta a una especia de agente de seguros de la empresa que fabrica los autómatas, especializado en desenmascaras engaños de usuarios, al que mandan a investigar el funcionamiento anómalo de algunos autómatas que contraviniendo su programación, están reparándose a sí mismos y demostrando pues cierto nivel de autoconsciencia.

Hasta aquí la película es entretenida, incluso fascinante. La construcción de ese mundo futuro desolado tiene una dirección artística potente, la historia engancha y uno sigue con interés el deambular detectivesco de Antonio en su afán de descubrir lo que pasa. Ecos de Yo, Robot (sin estrépito hollywoodiense) y Blade Runner se entremezclan sin pudor mientras la cinta se adentra por un terreno existencialista que implica un paseo iluminador por el desierto y reflexiones sobre el sentido de la vida mientras los malos de la función persiguen al protagonista. Y aquí es donde se explica lo de los palos recibidos por la película porque el argumento de la misma contiene algunos errores tan groseros  –ya saben, eso de “pero ¿por qué hace tal cosa tal personaje?”– que el espectador no puede sino preguntarse por qué nadie le ha dado a ese guión ese repaso que necesitaba a gritos. Autómata contiene algunas ideas interesantes pero lo cierto es que se pierden como lágrimas en la lluvia. Y es una verdadera lástima porque si uno es capaz de hacer abstracción de dichos errores –que es mucho hacer– se dará cuenta que está ante una peli de género bastante digna y cuidada. El problema es que lo que no funciona en ella, que es la base de la misma, eclipsa sus logros. Con lo cual la cara de gilipollas de la que hablaba antes regresa mientras uno asiste impertérrito a la crucifixión (algo exagerada, todo hay que decirlo) en las redes del pobre Antonio Banderas que como Jesús no ha hecho otra cosa que poner la otra mejilla ante una película interesante, pero fallida. Penita.

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The Drop - PerroTHE DROP – Gandolfini en nuestra memoria, Hardy en nuestras oraciones

Es difícil no sentir simpatía por una película tan correcta y bien hecha como The Drop (La entrega). Por un lado se basa en una novela de Dennis Lehane, autor que nos ha dado joyas como Mystic River y Adiós pequeña, adiós y cuya atmósfera, personajes y situaciones  vuelven a ser plenamente reconocibles en esta película de Michael R. Roskam en la que se habla de mafiosos, silencios cómplices y sobre todo de un personaje, el interpretado por un Tom Hardy en estado de gracia, cuya mirada conduce en todo momento la del espectador. Ya no estamos en Boston sino en Nueva York, pero eso apenas importa: la película habla de la forma en la que el crimen organizado utiliza los bares de la ciudad como “buzones” para guardar temporalmente el dinero de sus operaciones ilegales antes de blanquearlo y la forma en la que tanto los dueños como los empleados de esos bares han de lidiar con esa situación, les guste más o menos.

Tom Hardy es uno de esos empleados, un tipo que aparenta no ser demasiado despierto, ni siquiera tener demasiadas luces, uno de esos camareros de buen talante que conoce bien a sus clientes y que cumple con lo que le exige su jefe, al que interpreta ese añorado gigante que era James Gandolfini, otro motivo para empatizar con la película: su trabajo, su último trabajo, está en la línea  de siempre y en sintonía con lo que Philip Seymour Hoffman hizo en El hombre más buscado, o sea, atraer nuestra atención por completo en cuanto aparece en pantalla y llenarla con su sola presencia, su inconfundible voz, su inconfundible presencia. No es un mafioso, más bien un hombre desesperado por recuperar lo que perdió, pero la forma de moverse por el plano y relacionarse con su entorno tiene esa sensación de animal enjaulado y a punto de estallar que el intérprete de Tony Soprano convirtió en su marca de fábrica. Ya saben de lo que les hablo.

Por la pantalla desfila un cachorro adoptado por el barman, una chica con problemas, un ex novio aun más problemático, mafiosos en busca de su dinero y una buena cantidad de problemas. Roskam afila su cámara y no pierde detalle de lo que sucede y el espectador tampoco, engullido por esos personajes que bordean el límite. No ese límite legal que dejaron atrás hace tiempo, sino ese límite que puede hacerte perder el control y estallar. La pieza de orfebrería que es el guión basado en la novela Animal Rescue del propio Lehane funciona como un reloj de precisión. Y al final al espectador le quedan magníficas interpretaciones, una buena muestra de cine de género y esa agradable sensación que deja el cine bien contado. Ah y ojito a Tom Hardy: ya hizo una de las interpretaciones del año en la notable Locke y aquí puede perfectamente optar al Premio a Mejor Actor. Su personaje bien lo merece.

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Second Chance - NikolajA SECOND CHANCE – Susanne Bier fiel a sí misma

Hay algo en el cine de Susanne Bier y su guionista habitual Anders Thomas Jensen que algunos llaman un rasgo de autoría y que a un servidor, aun reconociendo que es de lo más coherente, comienza a cargarme un poco. Si analizamos la filmografía de la directora de En un mundo mejor o Cosas que perdimos en el fuego descubriremos que es bastante aficionada a construir sus historias alrededor de una premisa especialmente dramática y asimismo especialmente rebuscada y a partir de ahí construir a su alrededor una historia en la que siempre de alguna forma aparece una figura, la del salvador, que acaba si bien no resolviendo del todo el conflicto –a veces este tiene un coste personal demasiado alto– consigue arreglar la vida de uno o más de los protagonistas, en ocasiones niños.

Esta fórmula de trabajo (tan válida como cualquier otra, vaya eso por delante) vuelve a repetirse en A Second Chance, película protagonizada por Nicolaj Coster Waldau acompañado de los inevitables Ulrich Thomsen y Nikolaj Lie Kaas, rostros familiares del cine danés para cualquiera un poco familiarizado con esa cinematografía. En esta ocasión tenemos a un policía padre de un bebé que descubre que un perturbado y violento drogadicto al que enchironó en tiempos no solo anda suelto sino que encima ha tenido tiempo para hacer su propio bebé con una yonqui a la que maltrata de forma sistemática. Por razones que no conviene desvelar al espectador las vidas de ambos se entrecruzan a partir de un hecho dramático de tal gravedad y magnitud, tan inconcebible y brutal que para el espectador puede resultar todo un desafío aceptar lo que implica para poder seguir disfrutando –es un decir– del resto de la película.

Volvemos a lo que decía en el primer párrafo: a partir de esta idea tan salvaje, Bier construye un relato bien armado que expone un puñado de temas interesantes pero que resulta un tanto trilero en su forma de ir soltando la información al espectador, de tal forma que se guarda puntos esenciales de la misma para sorprender después al mismo con algún que otro giro inesperado pero al mismo tiempo deja a éste un tanto perplejo para comprender las reacciones de algunos personajes, que pueden resultar un tanto incomprensibles si se aplica la fría lógica a lo que entonces sabe de los mismos.

Como ven, doy vueltas de la forma que solo un crítico puede hacer en el noble arte de hablar de una película sin hacer ningún tipo de spoiler y provocar una carta de protesta al redactor del medio. Baste saber que, estando bastante lejos de las mejores propuestas de su filmografía, A Second Chance puede verse con cierto agrado e incluso disfrutarse si es usted es de esos espectadores a los que no le importa que de vez en cuando le hagan comulgar con ruedas de molino. Sin embargo, si es usted de esos exigentes que no pasan ni una y que se salen de la película cuando alguno de sus personajes realiza algún acto que usted considere no bien justificado desde el guión, mi recomendación es que huya de la misma salvo que sea de esas que puede disfrutar simplemente viendo al guapo protagonista que ha estado repartiendo sonrisas y autógrafos a discreción a su paso por el Festival. Que por cierto la verdad es que no lo hace nada mal. En realidad, casi todo el reparto está bastante por encima de la historia que cuenta la película. Nada que achacar pues ni a ellos ni tan siquiera al correcto trabajo de Susanne Bier ilustrándolo en imágenes. Si uno se mete a ver una peli de la Bier, ya debería saber lo que le espera. Eso no es ni bueno ni malo en sí mismo. Solo es.

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