Yves Saint Laurent (2014), de Jalil Lespert
Por Jaime Fa de Lucas.
La verdad es que no sé qué me impulsó a ver esta película. Uno siempre puede poner la excusa de la parienta, pero en este caso asumo toda la responsabilidad –me amenazan con un cuchillo por la espalda–. Jalil Lespert rueda esta Yves Saint Laurent, biopic sobre el diseñador de moda francés, que será recordada, más que por su capacidad de retratar la creatividad y el mundo interior del que fue uno de los diseñadores más importantes del mundo, por su radiografía exterior, esto es, un excesivo énfasis en su vida privada: alcohol, drogas, promiscuidad… tocando sólo la superficie. Lo que, en mi opinión, debería ser una inmersión total en su personalidad, enfocando la dimensión creativa y artística, se convierte en una sucesión de escenas dignas de una revista de cotilleos.
El principio de la película es una auténtica catástrofe. Ya de primeras Yves aparece trabajando para Dior –otro importante diseñador–. A los pocos minutos es su asistente, y tras unos cuantos parpadeos ya está a cargo de la dirección artística. En ningún momento se muestra cómo consiguió llegar hasta ahí, no se aprecia el esfuerzo que debió realizar antes de trabajar con Dior. Además, la personalidad de Yves apenas ha calado en el espectador cuando ya le vemos en un cargo importante. Es decir, las situaciones tienen más relevancia que los personajes, pues hay una desproporción entre el peso de los acontecimientos y el gramaje que las personalidades han adquirido a ojos del espectador.
Tras el escollo inicial, antes de llegar al ecuador de la película, podríamos darle otra colleja al director –desde el cariño y el respeto–. En todo momento vemos a un Yves inexpresivo, robótico, horchata en sangre, hasta el punto de que parece que está recitando el guión de memoria, sin apenas aportar un ligero matiz emocional. Desconozco por completo la personalidad del diseñador y si esa inexpresividad era algo característico, el problema es que después la personalidad de Yves es totalmente diferente. Quizás el director quería remarcar esa polaridad, intentando mostrar cómo la fama y el éxito corrompen al individuo, pero al principio Yves es tan artificialmente taciturno que la transformación posterior no resulta para nada natural. En vez de separar en un blanco y un negro, es preferible manejar la escala de grises.
La segunda mitad de la película se vuelve quizás más entretenida en tanto en cuanto pierde el pequeño atisbo de profundidad que asomaba al principio –siendo éste ya de por sí diminuto–. El espectador se convierte en testigo de un torrente de juergas, consumo de drogas, alcohol, orgías, infidelidades… a cada cual más efectista, dejando de lado la dimensión creativa para centrar la cámara en los fuegos artificiales. Incluso Yves llega a estar hospitalizado, por su condición de maniaco-depresivo, pero ni siquiera se indaga en la cuestión. Podría haber explorado un poco más la relación entre sus conflictos emocionales y su talento, por poner un ejemplo. En lugar de profundizar y ofrecernos un buen chuletón de Ávila, nos pone en la boca un Peta Zeta, esos polvitos ácidos que chisporrotean en la lengua, lo que no deja de ser un caramelo para niños, o en este caso, para amantes del cotilleo a los que les encanta bucear en las entretelas de la vida de los demás.
Por decir algo positivo, la película está bien ejecutada. No hay errores clamorosos en su filmación –los errores son narrativos y conceptuales–. La fotografía es comprensible para lo que se requiere, la estética es acertada, los decorados y el vestuario están muy cuidados, los actores responden adecuadamente –dando por hecho que esa inexpresividad Yvesiana es una exigencia del director–, etc.
En gran medida, Yves Saint Laurent es correcta, pero se echa en falta más reflexión y más profundidad en el enfoque. Si supuestamente estamos ante un genio de la moda, no hubiera estado mal conocer de forma más profunda cómo trabaja, cómo se inspira, cómo se refleja en sus creaciones el conflicto interior, etc. Creo que un biopic debe mostrar la cara oculta del personaje en cuestión, pero tiene que taladrar la piel hasta tocar el hueso. En este caso, lo máximo que ha hecho el director es filmar la epidermis de Yves, concentrándose únicamente en los pliegues y las rugosidades, a ver si con un poco de suerte al espectador se le pone la piel de gallina.