¡20 años son un resto! (parte – I)
Por Diego Andrés Pacheco / Fotos: Juan Esteban Restrepo, Sary Ramone y Sergio Rubiano
¿Que 20 años no son nada? Ya a estas alturas de la vida el guayabo comienza a apoderarse de tu ser de una manera que te pone a cuestionarte sobre el abuso al cuál has sometido a tu cuerpo por medio de todas las laceraciones químicas y disque naturales que te hacen salir de tu tedio habitual y en consecuencia reproducen todos esos rituales que las culturas a lo largo de la historia han evocado para darle sentido a sus patéticas existencias mortales.
Lo peor es que este maldito olor no se va, y ya tengo que hacer la “vuelta”, porque si no todo el fin de semana varado, y Rock al Parque amerita hacer los honores específicos que nos vendieron como una fórmula de domesticación sutil como “tolerancia”, “convivencia”, “respeto”, para que no nos matemos entre todos uno de estos santos días, y principalmente que no matemos a los que nos tienen subyugados como filitas de “corderos arrepentidos” para perpetuar su forma de poder, llámese “capitalismo”, “comunismo” o cualquier otra fórmula de robo masivo justificada en nombre de la democracia ¡Fango, fango, fango! (me siento realmente avergonzado por las citas pestilentes groseramente obvias).
“¡Oiga parce salgamos rápido de esta olla!” “Sí todo bien que yo ando reazarado también”. Y toda esa aventura Serie B para saber que acá yo creo que hasta los tombos deben estar vendiendo. Claro, además que ese tema de los “filtros de seguridad violadores” durante 20 años ha sido siempre una farsa, por lo menos este año me saludaron como a un ser humano. ¿BOGOTÁ HUMANA también humanizó a los policías? No pero es que Petro sí es un mesías, ese man sí se merece un premio Nobel de la Paz -no es para indignarse, ese premio está tan prostituido globalmente que podemos decir cualquier nombre-.
Todo esto en medio de unos sentimientos cruzados entre lograr asistir a un foro de periodismo que por un lado le da un perfil muy profesional y avanzado al evento y por otro lado cuestionar la ética de la misma organización a la hora de proponer sus convocatorias -¿cambiar de 20 a 50 fotógrafos de un día para otro en un concurso?, eso es un poco extraño, como todas las políticas de Estado-. Claro, todo esto un poco impulsado por un dolor en el ego, al no ser escogido por mis geniales habilidades discursivas y de vomitar verborrea en frente de un computador. Además un sábado en el cual desde tempranas horas toda la ciudad parecía que quisiera estar metida en un pogo.
Así finalmente tuve la oportunidad de realizar el primer experimento sonoro y sicoactivo del día al ver sin ningún tipo de expectativa a Memphis May Fire. Siempre esos perfiles que están ligados a propuestas reforzadamente adolescentes suelen generarme desconfianza, pero la desconfianza se fue rápidamente, como si por arte de magia tuvieras sexo con alguien que no conoces y sientes que hay una energía que destapa todo ese pudor ridículo de los seres humanos, puro miedo, ese miedo que sigue ahí, latente en nuestro cuello, miedo por todo, pero eso pasa como un poco al azar.
Pero el punto es que da gusto oír una banda de calidad, sin importar el género, con un sonido compacto y que así te reciba el evento que representa de verdad el rock y la música de calidad de muchas partes del mundo. Y ya por favor dejemos ese cuentico de que Rock al Parque no representa a los rockeros del país porque es gratis; no sé aun si todo ese discursito arcaico tiene que ver solo por intereses personales ultraindividualistas o es que realmente los que lo proclaman se lo creyeron enterito. Como dice La Bersuit “nos siguen metiendo el dedo en el culito” y como digo yo “nosotros felices”. A ver señores, las propuestas distritales y del Estado en teoría las pagamos nosotros, otro discursito trasnochado pero que tocó sacar a la luz: es que ahí está algo de lo que medianamente nos merecemos por esa forma descarada en que nos siguen robando con ese abuso legalizado de cobrar impuestos por todo. Y para seguir con más obviedades, en consecuencia tenemos todo el derecho de exigirle también.
¡Momento! Antes de joderle la vida a mis acompañantes de turno para movernos de escenario, ya que mi exquisito paladar sonoro abusivo, obsesivo, impredecible e incoherente nos iba a tener paseando todo el parque hasta las 10 de la noche; todavía a gusto por el gran sonido de Memphis, miro a mi derecha y aparece en el horizonte uno de esos atardeceres que suelen caracterizar el ocaso de una buena tarde de sol bogotana, y se pintan varios colores entre las fisuras etéreas de las nubes con los agonizantes rayos de sol, mientras disfruto del ambiente de parches, mujeres, más mujeres… en fin, un contraste único, que me tocó limitarme a describirlo de una forma precaria en estas líneas… Y yo le pregunto a IDARTES ¿Dónde están los más de “50” fotógrafos iluminados por el dedo encantado de Midas? Que a estas alturas debería llamarse en vez de Rock al Parque: “Fotógrafos al Parque”. Si seguimos así, claro, 20 años no son nada, pero dentro de otros 20 esto va a ser un evento privado solo para ellos y los lagartos camuflados con disfraces de periodistas y cuanto más rol inventado que aparezca en ese anhelado futuro… ¡anhelado porque espero ser de ese grupo selecto de enviados de Dios!
Y me alejo de las impresiones gigantes del polémico afiche de este año, que pues me atrevo a decir que es la primera vez que veo un diseño o ilustración medianamente decente en 20 años, sí, 20 años no son nada y parece que fueron nada también a nivel creativo visual, y no lo digo porque a pesar de que el resultado gráfico fue muy bueno, pero el concepto pues no dice mucho en esta última muestra, sino porque en 20 años por fin se está profesionalizando este aspecto. Claro, no quiero hacer una apología a que los abundantes talentos emergentes de la ilustración nacional se dediquen a plagiar. Tengo que admitir que al ver estos afiches gigantes, no sé si la escogencia estuvo acertada por razones de criterio, de azar, por grandes debates de días y días de exhaustivos análisis -pajazos-, por las recurrentes roscas, en fin; pero considero que por fin ese resultado visual se ve impresionante en los lugares que se expuso en grandes formatos. Una gran incógnita que nos atormentará como esos enigmas inconclusos del universo, como si el hombre realmente fue a la Luna, y así, bla, bla, bla.
Claro, cuando llega la noche, también la música comienza a ponerse más “adulta”, y no “adulta” estúpida, de esos “adultos” que se han hecho “adultos” como la presión social les ha obligado, perdiendo su esencia como seres humanos para ser aceptados socialmente y que los demás digan: “Ese muchacho sí es una persona ejemplar” o estupideces de ese tipo que como siempre lo único que logran es evitar que nos encontremos con nosotros mismos y el riesgo que eso implica. Pero todo esto es más extraño, porque cuando Nile comienza a regurgitar esas brutales notas, de todas formas notas, ¡qué nota! -olviden estas últimas frases, por favor-, bueno y sí, notas que no es tan plano como una banda convencional en la que la base es sonar como una aplanadora y ya. Por alguna razón que me dio pereza investigar a fondo, hay una conexión muy fuerte y realmente profunda con el Antiguo Egipto. Se vislumbran unas atmósferas de la música ancestral de esta cultura en medio de ese bombardeo magistral. Pero lo importante de esto no es toda esta sarta de adornos sinsentido que acabo de elaborar, sino el hecho de lo que pasa en la mente cuando esto transita por tus oídos y tiene que ser procesado. Bueno, la cabeza no da pa tanto, pero trato de asimilar qué es lo que pasa… aun lo estoy tratando de asimilar, no es fácil concebir que la música te puede ofrecer una experiencia estética complejamente profunda y llevarte a un lugar desconocido, extraño y que solo se puede vivir cuando estás en un toque en vivo. Esto se sigue repitiendo una vez más en Rock al Parque… a pesar de las críticas apresuradas, Rock al Parque tiene esa capacidad de ofrecer este tipo de espectáculos.
Bueno, pero todavía quedaría un postrecillo de vainilla, ya que Killswitch Engage vendría comandado en las vocales por Jesse Leach, y por lo visto y escuchado en los pasillos del escenario Bio, a los fanáticos colombianos les gusta más el chocolate -todo esto sonó extraño pero ya no voy a corregir, solo quiero terminar rápido-. Muchos comentarios con respecto a la diferencia vocal considerable entre él y Howard Jones, y lo traigo a colación porque a diferencia de algunos “colegas” -¡soy tan levantao!- que creen que lo saben absolutamente todo, yo sí creo que gran cantidad de personas que me acompañaban en ese momento sabían mucho más de lo que estaban hablando que yo de lo que estaba viendo, ya con un daño cerebral bastante avanzado a esas alturas de la noche… y de la vida. Igual fue un buen momento para recordar algunos intentos por imitar esas armonías vocales, que qué cosa hijueputa para imitarlas… amiguitos, cuando hagan música, háganla por convicción y con todas las güevas, ya es un poco trillado seguir viendo bandas adultas que tratan de imitar a sus ídolos, fingiendo que son grandes genios por un ego construido con humo, y así espero que algún día de verdad dejemos de ver esas diferencias abismales de nivel entre las presentaciones nacionales y las internacionales. Y Killswitch dándole mientras yo sigo divagando solo y acompañado por muchos que apreciaron cómo la banda se levantaba como si nos estuvieran dedicando la profecía “This Fire Burns”, gracias a la falta de potencia del sonido en un primer momento, pero todo se volvió finalmente una “Last Serenade” -qué payasada es esta-.
Bastante satisfecho no tuve remordimiento al tener que desaparecer de este recinto, que realmente veo como un templo sagrado, por lo que me ha ofrecido durante muchos años; y así como para cerrar con broche de oro, tuve que emprender un “Exodus” solitario, mientras la multitud del Escenario Plaza ardía con una descarga de los mejores asaltos de Trash Metal de la historia.