El silencio del editor
Por Alejandro Sotodosos.
Las palabras que suscribo a continuación son fruto de una reflexión personal, envuelta en una vorágine de inmediatez que nos mantiene a todos con la atención distraída en cien cosas y centrada en ninguna.
Hace ya casi dos meses, decidí sacar adelante un proyecto de edición de un libro de relatos de autoras noveles. La idea surgió un día en el lugar donde surgen las buenas ideas: bajo la ducha. Nació allá por febrero, pero no fue hasta junio cuando la pude proponer a la Dirección de la editorial en la que trabajo. La propuse con tanta ilusión y ganas, que las lágrimas casi se me saltaban. Me parecía algo romántico, justo y precioso, dibujar entre las páginas un trampolín para tanto talento no apreciado por las grandes editoriales, inmersas en una lucha caníbal de ventas e inversiones, que si un día frena les devorará hasta dejarlas en nada.
Así fue como me inicié como editor, tras un proyecto fallido meses atrás. Editor. Qué palabra tan ambigua, y a vez tan bonita. Y es que, para mí, un editor es un coordinador, un enlace, un nexo, un amigo, un crítico, un consejero, un filtro y el responsable máximo. Todo ello en una sola persona, en 24 horas del día, en 7 días de la semana, en 365 días al año. Ser capaz de todo eso, sin tener que prestar atención a nada más que al contenido que vierten los autores. Simple y llanamente, dedicarse a beber cada coma, como si el libro fuese suyo.
Leo algunas noticias de editores que reciben libros sin cesar. Que tienen un comité de lectura para evitar tener que leer por obligación textos y textos. Buena idea, siempre y cuando al final, lean al menos los manuscritos que se van a publicar. Yo, sin embargo, sí los leo. A veces, en un devaneo fugaz, me lamento por no poder leer a quien a mí me gustaría. Pero es que me gustaría tanto dar el empujón a alguien que valga la pena, que se esfuman las lamentaciones absurdas.
Así que me decidí a ser capaz de publicar un libro de relatos, en los que la trama sea común, y lo demás sea dispar. Conseguir aunarlos como Desigual hace con sus extravagantes y codiciadas prendas de vestir. Eso sí, vendiéndolo a un precio razonable. Tan razonable que no se pueda decir vender, sino ofrecer. Que lo que haya dentro supere con creces al título, a las ilustraciones, a la campaña de marketing, al diseño atractivo del envoltorio.
Eso es para mí ser editor. Sentir el libro como tuyo, hacerlo tuyo. Serlo todo del libro para, al final, aparecer en la página 2, a letra de 10 puntos, sin repercusión. Ser el creador que se esconde en cada página, aunque su nombre no aparezca. Un ejercicio de humildad desencajada con tintes de altruismo. Tener el libro en la cabeza día y noche para que todo salga bien. Porque el mérito, al final, es de los autores. Los protagonistas, los héroes, los villanos. Los aclamados, los denostados, los criticados. Ellos lo son todo. Sin ellos no habría palabras.
No obstante, no debemos olvidar que detrás de un gran presidente hay una gran primera dama. O viceversa. Pues bien, detrás de un gran autor, hay un gran editor. O viceversa también.