Lejos del Sol
Por Fernando J. López. Fue un 7 de febrero. Y esa es una de las pocas fechas que, seguramente, jamás olvide. Porque aquel día comenzaba la andadura de uno de los textos en los que más he dejado de mí mismo y que más experiencias me ha regalado, Cuando fuimos dos. Un camino que era posible porque acababa de nacer una nueva sala teatral en Madrid, un lugar llamado El Sol de York que estaba decidido a apostar por la cultura, por el teatro y, temerarios hasta el final, por las nuevas voces y los nuevos textos.
Allí, bajo ese Sol de York, comenzó el viaje con mi Felipe (Andrés), con mi David (Tortosa), con mi Quino (Falero), con mi Rocío (Vidal), con mi Julián (Quintanilla). Un viaje que dura hasta hoy, que continúa en forma de nuevos proyectos, de sueños de futuro, de momentos ya compartidos y de instantes por compartir. Sin ese Sol no sé si les habría sumado a todos ellos en mi vida, si habríamos podido disfrutar de esas funciones en las que César y Eloy deshacían la cama ante un público entregado y tan entusiasta que nos llevó, meses después, hasta el escenario del otrora inalcanzable Infanta Isabel.
Pero sin ese Sol valiente y arriesgado la cama de Eloy y de César puede que no hubiera albergado los cuerpos y el talento de Felipe y de David. Ni las ideas -generosas y agudas- de Quino. Sin ese Sol no habríamos colgado allí nuestro primer ‘No hay entradas’ ni habríamos sabido que la historia de Cuando fuimos dos estaba llena de recovecos que la hacían reconocible para quienes la compartían con nosotros.
Hoy, nada más regresar a Madrid, leo que la sala cerrará las puertas este domingo. La culpa la tiene su deseo de pagar dignamente a los actores, a los autores, a los técnicos y, en definitiva, a quienes se dejan -nos dejamos- la piel en este oficio. La culpa la tiene su obcecación por no subir los precios, por cobrar entradas razonables, por fomentar la pasión por el teatro entre los más jóvenes y por plantear continuos descuentos para estudiantes y desempleados. La culpa la tiene su voluntad de crear un teatro que diera vida cultural al barrio, que permitiera nuevas iniciativas, que albergara otras formas de entender el escenario y que ha dado pie a textos que, como Cuando fuimos dos, luego han sido acogidos en nuevos escenarios (Los 4 de Düsseldorf, Los miércoles no existen). La culpa es toda de los geniales creadores de este espacio por creer que vivimos en un país que apoya la cultura y que no la penaliza, la criminaliza y la castiga con un IVA inabordable y nulas ayudas para quienes realmente pelean el día a día.
A cambio, eso sí, siempre tendremos las migajas del Fringe o el escaparate mediático del Festival de Otoño en Primavera o de Primavera en Otoño -qué más da-, pero la cultura que se trabaja día a día, la que da pie a un verdadero resurgir creativo es la que no viste en revistas ni medios, así que no compensa apoyar a quienes solo persiguen hacer del arte una forma de vida y un instrumento con el que ayudarnos a todos a ser un poquito mejores.
En su blog explican las causas del cierre con su elegancia y su honestidad habitual. Yo solo puedo expresarles a ellos mi admiración -gracias por tanto…- y desearles la mejor de las suertes -o, en términos teatrales, mucha mierda- en su siguiente proyecto. Pero como hoy no encuentro esa misma serenidad que ellos demuestran, no puedo cerrar este texto sin dejar salir mi rabia y mi enfado hacia quienes siguen alimentando nuestra vulgaridad, nuestra zafiedad y nuestra ignorancia gracias a su miopía y su torpeza. O, peor aún, a su perversidad, porque saben que si nos tapan el sol dejaremos de ver y puestos a someter, nada como la ceguera. Y la ignorancia.