PPD, la fórmula mágica
Al contrario que en el mundo de la ciencia, en el que cuanto más compleja es la fórmula más exacto es el resultado que hallamos; en otros lares como es la motivación, sí esta fuese compleja podría aun siendo cierta para unos, ser falsa para otros. No olvidemos que somos la “máquina” más perfecta jamás creada, ni tan siquiera imaginada, por lo que cada uno de nosotros somos únicos e irrepetibles.
Por lo tanto cualquier fórmula que pretendamos emplear para que nos acerque al triunfo, tendrá que ser genérica para que pueda encajar en todos y cada uno de nosotros y esta es una de las caras de la moneda; la otra, es decir acomodarla a nosotros, nos lo tenemos que trabajar de manera individual y no sirven los consejos ni los casos particulares: ¿Qué es mejor escribir por la mañana de madrugada, cuando uno está despejado, descansada la mente y limpia de lo que sucede en el día a día o por la noche a altas horas, cuando ya todo reposa en el sueño de la tranquilidad y las musas de la inspiración tienen el terreno despejado para visitarnos?
Pues depende, cada uno tiene sus tempos, espacios y porque no temporadas; lo cierto y verdad es que si queremos escribir, en algún momento tendremos que hacerlo. No quisiera ser quisquilloso, pero me he encontrado con más de una persona que escribe, pero le cuesta muchísimo ponerse a ello y cuando lo hace es sin un método o sistema que le lleve a la idea, a las páginas escritas y le mantenga en ese bendito hábito, por lo que acaban por abandonar su sueño de escribir.
Vamos a la fórmula mágica que pretendo mostraros, después de este preámbulo: PPD. Paciencia, Perseverancia y Disciplina, es una llave triangular que cuando se aplica adecuada y eficazmente nos abre cualquier puerta por compleja que pueda parecernos, su cerradura, además nos obliga a desarrollar otras capacidades y habilidades que sin duda nos ayudarán a la hora de escribir y no solo de ello, sino a conducirnos por la vida con la convicción y determinación de aquello que nos hayamos propuesto.
En muchas ocasiones asociamos la paciencia con la asunción de lo que nos pasa, más como algo que hay que sobrellevar, que como la capacidad de permanecer en la insistencia y persistir en nuestros objetivos literarios, por ejemplo. Sin pretender ser una regla, sí que la paciencia debería estar asociada no a la espera de que aparezca la inspiración; más bien al hecho de escribir, al acto no solo físico, sino mental y emocional de hacerlo, esto sin duda nos llevará por los caminos de descubrir que eso que hemos escrito es justo lo que queríamos; aun sin esperar de manera consciente que sucediera.
La paciencia en el espacio y en el tiempo cuando se convierte en una habilidad, tiende a rebajar los niveles de agobio y ansiedad, que son verdaderos asesinos silenciosos y sigilosos de nuestros sueños, de esas metas que con tanto mimo trazamos y planeamos. Ya nos han dicho nuestros mayores que: Las prisas son malas consejeras, vísteme despacio que tengo prisa, a Dios rogando y con el mazo dando…
Y este lo enlazaría con la perseverancia, otra de esas herramientas imprescindibles para todo escritor y aunque no me gustaría unirla a las críticas, sí que me apetece hacer un paréntesis y mencionar que estas, ya sean externas o las que surgen desde nuestro fuero interno, como acto reflejo de esos miedos que solemos llevar sobre los hombros acompañándonos: Nos empujan a la paralización y matan nuestra persistencia, hacen que nos infravaloremos o lo contrario que nos sobrevaloremos… hagamos pues como el halcón cuando localiza sus presas, lo hace desde las alturas, con la suficiente distancia para evaluar la situación, seamos nosotros igual y sacaremos un provecho inusitado a esas críticas.
La perseverancia cuando va unida a la paciencia nos hace fuertes nos da el anclaje suficiente para escribir y hacerlo desde ese sentimiento, de que es lo que queremos ser y no otra cosa. Esta habilidad está asociada con la acción: con el hacer. No podemos ser perseverantes sentados en una silla esperando a las musas permanentemente, uno persiste cuando hace y está en acción. Y como desgranaremos en próximas reflexiones la acción no está enfrentada con la no acción, son partes complementarias de la misma moneda; no así la inacción que como el agua estancada que tiende a pudrirse y matar todo lo que hay en ella, nos mantiene paralizados y al albur de eso que algunos invocan, pero no buscan llamado: Suerte.
Persistir significa avanzar haciéndolo en la dirección que hemos elegido y para que esta no decaiga, sería muy interesante agregar la disciplina como ingrediente estratégico para nuestros fines literarios, en este caso. La disciplina como tal es posiblemente una actitud ante la cual podemos sentirnos más o menos cómodos, cuando somos capaces de verla como un vehículo que nos puede llevar desde donde estamos hasta dónde queremos ir, véase: Quiero escribir o tengo que documentarme, pero no encuentro el momento, la inspiración o mejor lo dejo para luego…
Si acabamos por ver a la disciplina como una obligación, jamás nos sentiremos cómodos con ella, más bien animaría a que la entendiéramos como una amistad de esas que nos ayudan en nuestro camino, y esta cuando es capaz de crear buenos hábitos se convierte en una zona de aprovechamiento y rendimiento máximo, que incluso puede supeditar la inspiración y la lucidez al momento en que nos sentemos a escribir y no al revés que como no llega la inspiración, no escribimos.
Hemos visto tres claves: Paciencia, perseverancia y disciplina que son imprescindibles para la mayoría de los que escribimos y pretendemos hacer de ello tanto una afición como una profesión.