Aquel verano
Por Gema Nieto @GemaNieto81
Aquel verano (Mariko y Jillian Tamaki, La Cúpula, 2014)
La adolescencia es la época que nos marca para el resto de nuestras vidas. Es el periodo más misterioso y brutal del viaje, el largo ascenso, la parada obligatoria para tomar impulso o quedarnos detenidos para siempre en pleno vuelo. No es casualidad que un gran número de obras literarias la enfoquen como tema principal. Lo mismo sucede con el verano, la estación análoga a la adolescencia en la que todo se decide, madura, se prolonga o se estanca en un solo golpe de sol más rápido que nuestra propia voluntad.
Quizá el verano más intenso o más recordado de nuestras vidas sea aquel en el que todo se somete a una confusa transformación, en el que ya no somos niños pero tampoco adultos todavía, nos parece que aún queda muy lejos ese mundo atroz pero se aproxima deprisa y se nos echa encima sin que podamos evitarlo, cuando antes habíamos sido inmunes a él, indiferentes, completamente ajenos. De repente comienza a invadirnos y damos nuestros primeros pasos en ese mundo extraño no con el entusiasmo de un explorador curioso sino con la ansiedad de un náufrago en un continente perdido. No dejamos atrás la inocencia pero la recubrimos de un nuevo bagaje cuyo peso hasta ahora desconocíamos. Aquel verano es el primero en que nos hacemos nuevas preguntas y fingimos saberlo todo sobre el sexo. Es también el primer verano en el que expresamos una opinión contraria a la de aquellos amigos con los que parecíamos tenerlo todo en común o somos incapaces de verbalizar la inquietud que nos provoca el comportamiento de nuestros padres. Súbita e inexplicablemente nos alejamos de ellos, que ya no nos tratan como hasta entonces ni nos parecen referentes infalibles: por primera vez los vemos como personas vulnerables, con los mismos miedos y dudas que el resto, y ese descubrimiento nos golpea violentamente. Aquel verano, el único que existe en nuestra memoria, ése en el que lo vivimos todo, lo cuestionamos todo, lo dudamos todo, lo repetimos todo y presenciamos cómo todo cambia para siempre.
La irreverente y perspicaz Windy y la introvertida Rose veranean desde hace años en un camping playero. No sólo sus diferentes personalidades sino también sus respectivos entornos familiares las condicionarán haciéndolas más o menos desenvueltas en las situaciones vitales a las que se enfrentarán y facilitándolas en mayor o menor medida este trayecto iniciático hacia el mundo adulto. Aparentemente nada sucede hasta bien adentrada la historia, todos sus elementos están al servicio de la creación psicológica de los personajes y de un ambiente perfecto de ociosidad y calma en el que, sin embargo, las amenazas a la seguridad conocida desde la infancia parecen venir desde fuera sin llegar a concretarse. Rose y Windy salen a montar en bici, pasean hasta la playa, nadan un rato, hacen el muerto, van a comprar chucherías a la tienda del camping, se preguntan cuándo las crecerán las tetas, ven una peli de miedo. Al día siguiente salen a montar en bici, pasean hasta la playa, nadan un rato, hacen el muerto, van a comprar chucherías a la tienda del camping, hablan de chicos, ven una peli de miedo. Las rutinas del verano se repiten con sus ritos incansables, con sus ritmos pausados de todos los años. Por este motivo la narración ofrece un desarrollo lento y se detiene con deliciosa parsimonia en los momentos cotidianos que se alargan perezosos como las largas horas de ocio estivales. No hay prisa: las viñetas se recrean en la preparación del desayuno, la elección de unas gominolas, el paseo en bici o la zambullida en el agua porque el tiempo acecha y cada gesto está destinado a perecer antes incluso de lo esperado. Alargarlos es una manera de apresar su brevedad y mostrarla en su quietud para saborearlos con la categórica placidez de las vacaciones.
El verano repite sus rituales, en apariencia los mismos de siempre, pero en mitad de ellos, atravesándolos, algo ha cambiado. Como una ligera variación en la luz, una sombra en la superficie del agua, un temblor entre las ramas. Algo en ellas se agita y cae como una fruta inesperada.
Ya desde el sugerente título, la obra de las primas Mariko y Jillian Tamaki evoca el regreso a los veranos perdidos de la infancia y la adolescencia, el antiguo hogar olvidado o ya inexistente, una etapa tan crucial como fugaz en la que iniciar la cosecha antes de que sea tarde. Con un dibujo espléndido que se inspira tanto en el manga como en un trazo más naturalista y en el que destacan los juegos de luces y sombras, las autoras de este sensacional cómic nos regalan una historia sencilla pero profunda, tanto como el paso de la infancia a la adolescencia, para disfrutar pausadamente en estos largos pero efímeros días de verano.