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Un toque de violencia (2013), de Jia Zhang Ke

Por Miguel Martín Maestro.

Un_toque_de_violencia-961865848-largeDos planos valen por toda una película, y ésta no está falta de planos, de historias, de tramas, de submundos y de ollas a presión. Como el frío que puede verse en la película, que se siente, que aturde los sentidos, el latido de la violencia es permanente en esta maravilla de película. El plano inicial y el final encierran dos secuencias nada gratuita la primera y nada inocente la segunda, empezar la película con un tiroteo en una carretera perdida de montaña en pleno invierno chino, donde un asalto con hachas a un motorista termina en masacre y acabar con un plano fijo de un centenar de humildes campesinos y mineros chinos de ambos sexos, que acaban de presenciar una representación de teatro tradicional y son interpelados de manera individual por la actriz con la pregunta “¿habéis entendido el sentido de vuestra violencia?” ante su evidente ajenidad a la pregunta, resumen de manera magistral una de las mejores, sino la mejor, película vista hasta la fecha este año, y ha habido ya una docena de impactantes pretendientes al título de obra maestra del orbe cinematográfico, pero la densidad y la complejidad de la obra de Zhang Ke es mayúscula, y sólo el paso del tiempo nos demostrará si persiste su densidad o ésta se evapora, pero ahora mismo es una película sobresaliente.

La primera duda que asalta al espectador es la de ¿el gobierno chino se ha relajado?, ¿no funciona la censura en el país?, ¿tan aperturistas se han vuelto que permiten que una productora japonesa (Office Kitano para más señas) participe en el proyecto? ¿Qué ha fallado en la férrea dictadura política, que no económica, china, para que hayan permitido rodar este arrasador panorama de un país encaminado a la autodestrucción desde el poder, el dinero, la corrupción y la ambición? Y algo ha tenido que fallar cuando, una vez terminada y exhibida con éxito en Cannes 2013 (sí, volvemos a lo de siempre, otro año de espera) se ha prohibido el estreno y la difusión comercial de la misma en su propio país. Demasiada realidad para ser tolerada por el régimen, y eso que no deja de basarse en cuatro episodios sacados de la realidad periodística del país, pero claro, puestos todos juntos y con evidente intención, el retrato de China no deja de ser más verídico y más creíble.

Sigue el director la estructura de capítulos, cuatro historias con cuatro personajes fundamentales, todos y cada uno de ellos colocados en situación de explotar, de usar la violencia como modo de expresión, y habrá para todo, desde el espíritu autolesivo al heteroagresivo, desde la violencia como limpieza y extirpación del tumor social hasta la violencia como defensa personal, incluso hasta la violencia como modo de evitar el aburrimiento vital. Los personajes podrán compartir espacios, cruzarse ocasionalmente, pero no estamos ante retratos de vidas cruzadas, ni el director se preocupa mucho en cerrar los círculos, porque lo importante no son las historias en sí, sino cómo esas historias representan otras muchas. Que conozcamos a una prostituta no evita saber que hay miles, decenas de miles como ella repartidas por todo el mundo, que una persona con dinero piense que puede avasallar a quien no lo tiene y pretender tratar a cualquier mujer como objeto sexual no impide saber que esa realidad es constante hasta en el país heredero del gran timonel.

El gran timonel nos mira desde su posición altiva de pedestal en más de una ocasión, pero la pregunta es evidente: ¿ésta era tu revolución? Primero acabaste con la cultura, o lo pretendiste, como signo de burguesía y contrarrevolución de las clases ilustradas, y después tus herederos pensaron que el ideal era el capitalismo comunista. El resultado de rigor ideológico y apertura económica no ha podido ser más peligroso, no sólo para China, sino para el resto del mundo que copia el modelo, humilla al débil, explota al trabajador, reparte las migajas y acumula riqueza a niveles nunca conocidos. En ese caldo de cultivo de abuso del poder, la presión que se ejerce sobre la base es directamente proporcional al empuje que puede generar la masa con su violencia una vez que asume ésta como único lenguaje admisible para hacerse oír.

El protagonista de la primera historia es el paradigma del ciudadano comprometido con el sistema comunista, pobre como una rata, con un viejo abrigo raído, mal visto por sus compañeros ante sus continuas reivindicaciones y reclamaciones, no duda un instante en intentar denunciar al comité disciplinario del partido al jefe del pueblo y al director de la fábrica porque se están lucrando con las ganancias que genera la misma, mina que era del pueblo, pública, y se vendió, privada, porque a partir de entonces se repartiría entre la comunidad el resultado de las ganancias, algo que no ha ocurrido, es decir, que se privatizó para enriquecer a unos pocos y no para beneficiar a la comunidad, modelo perfectamente transvasable a nuestro país, donde lo privatizado ni funciona mejor ni ha supuesto menor coste para el consumidor, pero ahí seguimos, perseverando. Obligados los trabajadores a recibir a su jefe y adularle cuando regresa de un viaje al extranjero con un avión nuevo, para conducir su Maserati, nuestro antihéroe le espeta que cumpla su obligación con la comunidad o le denunciará al partido. La respuesta es que es brutalmente agredido por los guardaespaldas, se le tapa la boca con tres fajos de billetes y pasa a ser el hazmerreír del pueblo tras la paliza. Esa es la gota que colma el vaso, ese tapiz con un tigre que preside su casa refleja su espíritu, y su rifle de caza es el que va a poner orden ante la desidia, la burla y la falta de compromiso de sus compañeros que, prefieren vivir de un sueldo miserable y en la ruina a enfrentarse en masa a la corrupción generalizada que les rodea. En el camino, y ya puestos, no sólo eliminará las cabezas visibles de la corrupción, sino también a aquellos vecinos cuyo comportamiento le repulsa, eliminará a los corruptos y a los cabrones, según su lenguaje.

un toque de violenciaEste es el primer episodio, la violencia persiste y abruma al espectador, la violencia del campesino que azota sin compasión al viejo caballo, la violencia del accidente de tráfico, la violencia en el sacrificio del pato, la violencia gratuita durante una partida en el bar… la violencia nos rodea y sólo el temor a la ley o al castigo nos socializa como comunidad para evitar la ley del más fuerte, pero eso sólo en teoría, Zhang Ke nos demuestra que la ley tiene dos escalas, la del poder y la de la gente normal, para el poder, normalmente vinculado al dinero y, por tanto, a la política, las reglas del juego son muy distintas, para estos hay posibilidad de meter la mano en la caja, de pagar a mujeres o a hombres, de comprarse coches de lujo a costa del salario de tus vecinos, de jugar en el casino millonadas que proceden de lo ilícito y abusar de quien trabaja. Y mientras, el 99% de la población vive sometida al vaivén caprichoso del poder, a la decisión de dónde vamos a enriquecernos hoy y a quien vamos a empobrecer mañana. En ese caldo de cultivo el individuo puede reaccionar haciendo de justiciero, puede usar la violencia para defenderse, puede usar la violencia como motivo de vida o puede verse anulado como persona ante la imposibilidad de salir de esa espiral insana y lanzarse al vacío.

La película de Zhang Ke no ha de sorprender si se ha visto su devenir, Platform, Naturaleza muerta, Historias de Shangai… son radiografías milimétricas de la nueva China, la sexta generación de cineastas chinos ha decidido fijar sus historias en el tiempo presente, con el riesgo de que el mandatario asuma como ataque directo lo que ve en pantalla. No sería descabellado, como a tantos directores iraníes por ejemplo, que a Jia se le prohíba dirigir, o se le “reeduque” para que se dedique a hacer “wuxia” del gusto oficial como han ido doblegándose los de la quinta generación, Yimou, Kar-Wai, desapareciendo como Kaige, consiguiendo irse del país y refugiarse en Francia para hacer el cine que le gusta, aunque perderemos el referente real de la China actual, ésta que ha asombrado al mundo decían, el país que crecía al 9% anual a costa de masacrar a sus ciudadanos en Tian’anmen, de encarcelar a sus disidentes, incluidos premios Nobel, acosar a sus artistas como Ai Weiwei para hacerles callar, todo ante el silencio y el mirar hacia otro lado de todos los países del mundo.

Las diferencias económicas entre los ciudadanos se amplían ante el silencio e inactividad de los encargados de evitarlas, cuando no su complicidad o su participación. La brecha social aumenta y el cabreo ciudadano también. Hacer, como dice China, que estos casos son individualidades, no es más que una parte del discurso oficial tendente a hacer silencio de lo incómodo, que ahora se trabaja mucho más por mucho menos, que ahora se te amenaza con el despido a la mínima de incomodidad, que nadie puede atreverse a hacer una huelga en una empresa privada con contratos de un año sin derecho a indemnización por despido, que con el dinero de todos tapamos los agujeros de banqueros y políticos a quienes se regalan bancos sin deudas, que a los políticos corruptos tiene que haber empresarios corruptos que les paguen, aunque ahora el sistema se perfecciona y aumenta la autocontratación, crear empresas para contratarlas y que todo quede en casa… y ante todo ello, el ciudadano asiste impasible, desconectado, lobotomizado a la par que sodomizado. No nos sorprenda la película de Zhang Ke, la violencia forma parte sustancial de nuestra naturaleza y sólo el contrato social la mantiene latente, la violencia es la consecuencia en estas cuatro historias de violencia, somos violentos porque todo lo que nos rodea es violento, pero si el contrato social salta por los aires por culpa de unos pocos, la mayoría puede pensar que tiene derecho a defenderse. En los siglos precedentes a esto se llamaba revolución, queda mucho para eso, pero la ceguera del poder fruto de su embriaguez hasta puede ser capaz de provocarla.

Hablaba de China, por supuesto, nada que ver con España, donde atamos perros con longanizas y el dinero fluye en todos los bolsillos. En la película de Zhang Ke vemos la conexión de la corrupción política, económica y social, en España basta poner el telediario y veremos a niños que no pueden comer tres veces al día mientras algún ministro mantiene su cargo pese a que en su casa se viajaba gratis, enfermos que no compran medicinas por no poder pagarlas mientras un paterfamilias reconoce haberse olvidado durante 32 años de declarar unos cuantos centenares de millones de euros, asistimos a un retroceso de los medios en educación, sanidad, justicia… que cada vez nos separa más de los niveles de excelencia presupuestaria de los países desarrollados mientras unos sindicalistas se reparten centenares de miles de euros falsificando facturas, a la mayoría de asalariados se les cruje a impuestos mientras a las grandes fortunas se les permite crear un instrumento financiero para pagar un 1%, o la comunidad internacional consiente paraísos fiscales que serían borrados del mapa en cuanto alguien con dignidad y poder se lo propusiera, pero que utiliza esos paraísos fiscales para asaltar las arcas públicas mediante redes clientelares y de corrupción que, a fuerza de sobrecostes y comisiones, han enriquecido a los conseguidores y mantienen sobresueldos en las clases dirigentes. Sí, hablábamos de China, pero ese retrato crudo de una sociedad desestabilizada, donde la violencia impera desde la familia hasta la amistad, donde el individuo piensa que sólo en el consumo encontrará la felicidad, donde el rencor personal se acrecienta cada vez que sufres un recorte más y la élite, o en términos actuales, la casta, cada vez se enriquece más, no nos hace muy diferentes al mundo socioeconómico chino. Es cierto, podría ser peor, todavía queda el modelo de Corea del Norte, pero, piano piano, haremos camino y quién sabe, se empieza viendo al presidente en una pantalla de plasma y se le acaba llamando “amado líder”.

Y como complemento a esta obra de ficción, un documento excepcional de lo que hace China con sus ciudadanos, Ai Weiwei: Never Sorry, excepcional documental sobre el artista disidente chino, programa doble de lujo el que podrían disfrutar así, pero puestos a escoger, hay que aprovechar la cartelera y correr a ver este A Touch of Sin o Un toque de violencia.

One thought on “Un toque de violencia (2013), de Jia Zhang Ke

  • Creo que no hay que confundir una película con la realidad. Una película inventa escenas y momentos, pero no tiene por qué hablarnos sobre la realidad china contemporánea. Al menos no con fidelidad. No me parece justo, viendo datos reales que salen en las noticias, comparar la realidad china de ahora con la de antes. Los indicadores apuntan a que ahora mucha más gente en China vive mejor que antes. La película (y la crítica) podría partir de una premisa discutible.

    Aquí comento comentarios sobre la película y pongo en duda cierto sustrato ideológico:
    http://www.elcineenquevivimos.es/index.php?movie=2288

    Saludos.

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