El escritor que jugaba a la Rayuela
Por Pilar Martínez.
Para muchos es considerado unos de los autores más singulares y renovadores de su tiempo. Genio del relato corto, de la prosa poética y creador de grandes novelas, Julio Cortázar dejaría huella en el mundo de la literatura con todas y cada una de sus obras. Rompiendo los moldes establecidos a través de construcciones que escapaban de la linealidad temporal, Cortázar siempre estuvo unido al famoso “Realismo mágico” que caracterizaría casi todas sus obras.
Nació en Ixelles en 1914, pasó casi toda su vida en Argentina y Europa, sobre todo en París, ciudad a la que Cortázar consigue transportar a los lectores en la mayor parte de su obra. Llevó a cabo el trabajo de traductor para instituciones como la Unesco, pero nunca dejaría de desempeñar el papel para el que parecía estar llamado, la escritura.
Escribir, ese fue el motor de la vida de Cortázar, en ella el boxeo y el jazz jugaron también un gran papel. Tal era la pasión que Cortázar sentía por este deporte que en ciertos momentos su atención se centró en el camino de comentarista de boxeo. Pero como ocurre en muchas ocasiones a lo largo de la vida, el abismo entre lo que amamos y lo que sabemos hacer es grande y en este caso también estuvo presente en la vida de nuestro escritor. Cortázar fue despedido ya que tal era el entusiasmo que ponía en sus palabras que a veces ni se le podía entender.
En 1963, tras un viaje a Cuba, nacía el Cortázar más social. El Cortázar cuya lucha, fuerza y coraje siempre estuvo presente en sus obras, aún más tras su compromiso con diferentes causas políticas. Desde ese momento no dejó de interesarse por la política latinoamericana, solidarizándose con hechos de gran relevancia como el gobierno de Salvador Allende en Chile o la persecución y arresto del autor Heberto Padilla.
Ese mismo año aparece lo que sería el mayor éxito editorial de Cortázar y que le valdría su inclusión en el denominado “Boom latinoamericano“. La novela de la que procede la frase que hoy da vida a este artículo. “Rayuela“, que en un primer momento tuvo el nombre de “Mandala”, se convirtió en un clásico imprescindible de la literatura española. A pesar de su variado estilo, es considerada una de las primeras obras surrealistas de la literatura argentina, llegando a encontrar en ella un nuevo lenguaje creado por Cortázar, el “Glíglico“.
Teatro, poesía y cuentos, entre otros géneros, componen la totalidad de la obra de Cortázar, caracterizada en gran medida por el interés que el autor sentía por los grande escritores clásicos como Jean Cocteau o John Keats. Además, sintió una gran admiración por el escritor argentino Jorge Luis Borges, acrecentada por su afinidad en lo referente a las ideas políticas de ambos escritores.
Sus gustos literarios eran muy amplios, pero sentía gran atracción por el género fantástico, sobre todo en lo concerniente a fantasmas y vampiros (esto último causaba gran mofa entre sus amistades, debido a su alergia al ajo). Era un gran admirador de la novela francesa y anglosajona. Sin embargo, en lo referente a las obras españolas, sentía una especial atracción por su poesía, sobre todo por autores como Salinas o Cernuda.
Cultivó a lo largo de su vida grandes amistades con autores de la talla de Pablo Neruda, Lezama Lima o la poeta Alejandra Pizarnik, entre otros. Amistades que mantendría hasta el final de su vida, que llegaría el 12 de Febrero de 1984 tras una dura batalla contra la leucemia que desgraciadamente no pudo superar.
Ese día se despedía del mundo el escritor, el luchador, el idealista, el amante del jazz, el apasionado del boxeo, el hombre que dejaría un legado imborrable a través de sus palabras y obras, y cuyo nombre perdurará a través del tiempo.