Putokrío. Escupir hacia arriba
En los cómics autobiográficos de los años 60 de gente como Justin Green o Robert Crumb, y en los guiones de Harvey Pekar (que el propio Crumb, ente otros, se encargaba de ilustrar), encontramos la semilla del auge actual de la novela gráfica.
Posteriormente, ya en los 90, el género pasaría a etiquetarse como “slice of life” (fragmentos de vida) y serían dibujantes procedentes del cómic independiente (los canadienses de Drawn & Quarterly, los autores estadounidenses crecidos con los minicómics autoeditados o los franceses de l’Association) quienes abrirían una fecunda vía autorreferencial y de indagación autorreflexiva, que contribuyó a dotar de madurez y prestigio social al cómic y que conforma en la actualidad una de sus ramas genéricas más fructíferas.
Nadie sabe más de nosotros que nosotros mismos, y si se tienen cosas que contar y ganas de hacerlo, la vida propia puede ser la mejor de las materias primas. Ahí están Chester Brown, Julie Doucet, David B o Alison Bechdel para refrendarlo. En nuestro país tenemos ejemplos recientes en la obra de Gallardo, Paco Roca o Manel Fontdevila; y no tan recientes en las historias autobiográficas de Manuel Vázquez o en las que Boldú o, de forma más ficcionalizada, Jaime Martín publicaban en El Víbora hace ya muchos lustros.
Precisamente, algunas páginas de Putokrío, de Jorge Riera, nos han recordado a aquellas aventuras de litrona, canuto y arrabal que Martín coleccionaba en su Sangre de barrio y que los niños de una pequeña ciudad de provincias seguíamos con la misma curiosidad y fascinación cautelosa con la que oíamos, leíamos y veíamos las trapicherías de los Vaquillas y Toretes que tanto abundaban por aquel entonces (en las calles y en las bobinas). Pero Putokrío no es sólo eso.
A mitad de camino entre el humor sádico, la confesión cruda y el escupitajo, Riera construye un perfil autobiográfico sin concesiones a la corrección política, al lector o a sí mismo. Lleva haciéndolo toda su vida artística. Del mismo modo que Crumb legitimaba sus diatribas underground contra todos y contra todo con la autocrítica y el flagelo como puntos de partida, en su tebeo Riera decide reírse hasta de su sombra (que incluye la proyección de las figuras materna y paterna) y lo hace con muy pocos remilgos y creando una proyección ficcional de sí mismo, en algunos momentos, francamente antipática. Es el precio de la autenticidad transgresora.
Jorge Riera viene del mundo del humor absurdo y la crítica despiadada hacia todo aquello que suene a convencional. Un humor enfocado siempre con muy poco pudor y contención, como ya dejó claro en la publicación web de aquellas primeras viñetas-collage de su alterego Putokrío, y ha confirmado en sus trabajos posteriores como guionista (Revista Mongolia) y realizador para televisión (Alaska y Coronas, Cámera Café, Paramount Comedy, etc.).
Fiel a sus planteamientos, en el cómic Putokrío el autor recupera algunos de sus pasajes, escenas y sketches anteriores para construir un relato más hilvanado y orgánico sobre su propia vida, a partir de unos cuantos instantes seleccionados. Lo mismo da, tampoco deja títere con cabeza. Ahora nos relata los ruinosos valores educativos heredados su padre (“Gym Toro”), como nos desvela las neuras parapsicológicas de su madre en el siguiente capítulo (“La maldición de los arcanos”). Tan pronto se recrea en su sadismo infantil con animales y personas (“El camino de la procesionaria”, “La loca del 5º”), como se desahoga sacudiendo los trapos sucios de sus relaciones amorosas (“Ana se escribe al revés”) y sus amistades finiquitadas a golpe y porrazo…, ¿por qué vamos a llamarle incorrección política cuando lo que queremos decir es mala hostia?
Para ilustrar los episodios de Putokrío, el guionista ha tirado de amigos y nombres ilustres del cómic español. Desde clásicos malditos, como el gran Sequeiros o Miguel Ángel Martín, a referentes del humor comicográfico (Darío Adanti, Mauro Entrialgo) y jóvenes representantes de la nueva novela gráfica nacional (Juaco Vizuete, Carla Berrocal, Miguel Porto…). Una nómina realmente impresionante.
En uno de los mejores episodios del tebeo, se representa un teatro en viñetas cargado de reproches e intransigencias entre Riera y varios amigos y conocidos a los que el autor les pide que escriban/dibujen una historia sobre él, sobre la visión que de él tienen. El listado de aludidos incluye a nombres célebres de la cultura (como el crítico Jordi Costa o el pintor Eugenio Merino), dibujantes de cómics (Dario Adanti o Nestor F), conocidos del autor e incluso examantes. Como no podía ser de otro modo, Riera se guarda el derecho a réplica ante cada una de las opiniones vertidas por sus “invitados”, y la ejerce de forma airada, gracias a los dibujos de Jab, que funcionan como nexo de unión y descansillo entre las microhistorietas realizadas por los participantes en este striptease emocional con escarnio público incluido. Este capítulo final es un excelente cierre al cómic y condensa el espíritu cáustico y mordaz que modela todas sus páginas.
Tenemos que admitirlo, aunque a veces se nos han saltado los puntos, nos hemos divertido mucho con las gamberradas de Putokrío y con su inteligente teatro de las vanidades. Definitivamente, Marhuenda odiaría este cómic, ¿se puede decir más?